Ahora que Catalunya sufre una afición postiza de valencianismo, habría que reformular el adagio fusteriano para recordar que toda historia que no hagamos nosotros será hecha contra nosotros. Esto viene a cuento por la curiosa conmemoración de los diez años del 9-N que ha hecho el entorno convergente y más en concreto Artur Mas, quien ha aprovechado para sacar la nariz de dentro de la papelera de la historia con aquel gesto tan hegeliano de hacer una ensalada con los hechos para que el curso de las contingencias culmine en la propia figura. El pasado sábado, el 129 hablaba sobre el 9-N en este mismo diario; alejándose de la metáfora marinera, lo definía como el instante fundacional para ejercer el derecho a decidir ("la primera cima que coronamos como proyecto soberanista") que culminaría con la celebración del 1-O, un segundo instante glorioso a partir del cual —en opinión de Mas— se rompería la unidad independentista, hasta llegar al marco de desencanto actual.
Habría que recordar al Molt Honorable que la transformación del catalanismo (a saber, la pretensión falsa de una nación plena dentro del marco español) al independentismo, entendido como fenómeno de acción democrática directa para ejercer la soberanía plena, no empieza con el 9-N de 2014, sino que tiene su marco fundacional en el ciclo de consultas sobre la independencia de Catalunya que estalla en 2009 en Arenys de Munt y que culmina con la brillante votación barcelonesa del 10-A. Este arco temporal marca la conversión mental hacia el independentismo de un grueso primordial del catalanismo (eso va del mundo convergente hasta la peña que venía de la tradición no nacionalista sociata, como servidor de Ustedes). En muy pocos años, para decirlo lisa y llanamente, el independentismo se deshace de su contenido sentimental y pasa a ejercitarse como una filosofía que amplía la base a partir de la acción de votar.
En aquellos tiempos, muchas formaciones intentaron poner la nariz dentro del movimiento del referéndum (solo hay que recordar que el coordinador del 10-A fue un tal Alfred Bosch, que Dios lo tenga en su gloria), pero la partidocracia catalana todavía no había inventado chiringuitos como la ANC o Òmnium con el objetivo de controlar subterráneamente los movimientos que surgían de la ciudadanía. De hecho, es precisamente el éxito de las consultas aquello que obliga al entorno convergente a contrarrestar el auge del independentismo y la voluntad del referéndum vinculante, inventándose un concepto híbrido y falsario como es "el derecho a decidir". Con la voluntad de fagocitar un movimiento que se le escapaba de las manos, y para dejar fuera de juego a la Esquerra más ardida de Junqueras, Artur Mas parió la cabriola del 9-N y mareó la perdiz con una consulta que diluía la opción independentista en una ensalada preguntona donde se incluía la opción confederal.
Artur Mas ha aprovechado para sacar la nariz de dentro de la papelera de la historia con aquel gesto tan hegeliano de hacer una ensalada con los hechos para que el curso de las contingencias culmine en la propia figura
Todo esto que cuento no pasó hace trescientos años, pero la máquina propagandista convergente tiene una potencia increíble a la hora de convertir el pasado inmediato en un lodazal lo bastante nebuloso para que la peña acabe desorientada. A su vez, la concatenación lógica con la que Mas implica que el 1-O fue una especie de derivada del 9-N resulta todavía más fraudulenta (aparte de hipócrita). Como he recordado manta veces, cuando una serie de articulistas pusimos sobre la mesa la necesidad de un referéndum sobre la independencia (que, como han certificado Felipe y Aznar afirmando que hay que blindar la Constitución española contra aventuras catalanas del futuro, ¡era perfectamente legal!), quien fue más beligerante para ir en contra fue el entorno convergente. Todos aquellos que ahora tienen la cara de llamarse octubristas nos dijeron que el proyecto era una locura, imposible, y que acabaría como el rosario.
De hecho, ya tiene gracia que —mientras Mas pretende desfigurar la historia para apoderarse de aquello que queda del 1-O—, el antiguo president se deje retratar en La Vanguardia en un publirreportaje revival nostálgico de Convergència al lado de Jordi Pujol y Xavier Trias. Digo que la cosa tiene gracia, en primer lugar, porque Mas y Trias se pusieron de perfil cuando la justicia española acusó a Pujol por corrupción en el famoso asunto de la manda. Pero también tiene cierta ironía, porque cuando Mas intenta acercar a Junts al universo convergente e insinúa que Carles Puigdemont tiene que impulsar su propio relevo, lo único que intenta es hacer volver el partido a las tesis del pacto fiscal para sacarle nuevamente la zanahoria a Esquerra. Todo eso, como veis, son trucos y jugadamaestrismos muy propios del manual masista (y de la épica de la astucia convergente de siempre). Pero en alguna cosa hemos mejorado, ya que está bien claro que en eso ya no caerá ni Dios.
Repito, a riesgo de hacerme pesado; toda historia que no hagamos nosotros, será hecha contra nosotros.