El autoritarismo provoca regocijo en los socialistas. Y no hablo de una idea en abstracto del autoritarismo, ni de una rémora de la historia de Europa —aunque podría—, ni hago una exageración para enganchar al lector al texto con un toque de sensacionalismo. El autoritarismo hace relamerse a los socialistas, y su nuevo objetivo, igual que hace cosa de un año fue el Zona Franca, hoy son los pódcasts. El PSC quiere controlar qué se dice a los pódcasts, y todo ello sería ridiculizable por el nivel de desesperación que este afán de control rezuma si no fuera por todo aquello que el afán esconde y hay que tomarse en serio. La Catalunya de la reconciliación exige, inevitablemente, un cierto grado de censura que garantice el orden, y los socialistas lo tienen todo —excepto los escrúpulos— para ir haciéndose poco a poco el país a su medida.
Antes de la polémica en torno al chiste de Joel Díaz sobre el nombre de la hija de Sílvia Orriols, habían ocurrido cosas que tendrían que habernos hecho sospechar. La primera es que el PSC, con respecto a la historia reciente del país, no entiende de cordones sanitarios. Y no me refiero a votaciones en el Parlamento, no. Los socialistas no se despeinaron cuando hubo que manifestarse con Vox contra el independentismo, y no se han despeinado ahora cuando se ha tenido que hacer “pinza” con Aliança Catalana para coger un mal chiste, malinterpretarlo intencionada y torpemente, aprovecharse de la campaña de falsa indignación y pedir que se persiga a un cómico. La segunda es que, para contrarrestar esta normalización de la extrema derecha —y para conseguir que, a ojos de su posible votante, parezca que existe una barrera ideológica entre unos y otros—, los socialistas se han dedicado a llenarse la boca de sermones grandilocuentes y falsamente lanzados sobre la intolerancia con la que deben tratarse los discursos de odio. Con la mirada en el pasado y en el presente, todo conducía y conduce hacia donde estamos.
Hoy, Aliança Catalana es el juguete preferido de los socialistas porque les permite encontrar el equilibrio exacto y mantener el statu quo
Apuntar a quien te estorba y que alguien más dispare por ti es una sensación de poder golosa, pero traidora. Al final, quien dispara es quien tiene la pistola. Las ganas que la extrema derecha le tiene a Joel Díaz son porque, en un eje social desnacionalizado, son las ganas naturales que se tienen los de un extremo y los del otro. Joel Díaz se hacía llamar “el comunista” en la radio pública del país, y eso lo sitúa en un espacio ideológico concreto, enemistado de forma irreconciliable con ultraliberales y reaccionarios —si es que todavía no se han asimilado del todo los unos con los otros—. Y en mayor o menor medida, enemistado con todo el resto. En un país con un único eje ideológico, el social, quien os escribe tendría pocos puntos en común con el humorista en cuestión. Joel Díaz hace —o quiere hacer— reír molestando, y a los socialistas les basta eso para tomar medidas y extirpar a aquel que haga tambalearse el nuevo orden. Un orden que, por cierto, entronca eje social y nacional y hace brincar siempre al primero a favor del segundo, de modo que ya da igual si el chiste es sobre España —sobre el PSC— o no. Por eso, de hecho, también es igual si quien apunta es Aliança Catalana.
Con el poder en la mano —igual que pasó con Manel Vidal—, toda piedra hace pared y cualquier motivo es bueno para barrer Catalunya hacia la censura que lo ate todo bien atado. Y la censura, en nuestro país, en última instancia y ejercida por los socialistas, siempre acaba trabajando en favor del Estado español. Saber que la posibilidad de censura existe y que quien puede ejercerla prácticamente en cualquier ámbito son los socialistas crea el ambiente en el que, inconsciente o conscientemente, trabajas con la perspectiva de no sacar tajada. En un contexto nacional como el nuestro, el silencio y la apariencia de neutralidad siempre favorecen a la misma nación, y nunca es la nuestra. Todo forma parte de la voluntad de cincelar el nuevo sistema, y el españolismo no pierde nunca el objetivo, por mucho que de entrada parezca que causa y consecuencia no tienen un hilo conductor. Y todo ello sucede con la complicidad y participación necesarias de los partidos independentistas porque son los que, con sus pactos históricos y sus renuncias, han sembrado el camino al PSC y los que han alimentado la frustración y el empobrecimiento de la cultura democrática del país que ha llevado a Sílvia Orriols al Parlamento.
Hoy, Aliança Catalana es el juguete preferido de los socialistas porque les permite encontrar el equilibrio exacto y mantener el statu quo. Les permite seguir llamándose de izquierdas —por contraposición— y les permite seguir gesticulando contra los llamados discursos de odio como si, para contrarrestarlos, ellos mismos estuvieran haciendo algo más que discursos. El partido de extrema derecha redirige la diana que el movimiento independentista puso sobre España hacia otros adversarios y permite a los socialistas españolizar Catalunya con una herramienta autóctona y, por lo tanto, más eficaz que la extrema derecha española. Los socialistas se aprovechan de las campañas que alimentan los seguidores de Sílvia Orriols porque así no hace falta que ejerzan la censura en solitario; así, el saco de motivos parece mejor rellenado a la hora de disparar contra alguien cuando su trabajo molesta. El momento político —la contraola españolista— pide censura, y en Aliança Catalana apuntan con ganas de sentirse importantes sin darse cuenta —o sin querer darse cuenta— de que solo acuñan al poder a quien ya tiene la pistola.