Muy a menudo, en la vida y en política, para ver que no pasa nada y que no hay para tanto, solo hay que esperar un poco de tiempo. Después de la aparición sorpresa (sic) de Carles Puigdemont en el Arc de Triomf barcelonés, los fieles del Molt Honorable vaticinaron que la política catalana y española sufriría una sacudida comparable a los terremotos nipones: según la predicción, Salvador Illa sería totalmente incapaz de gobernar, Pedro Sánchez vería peligrar La Moncloa y la mayoría de jueces españoles abandonarían la toga debido a la presión de sus colegas europeos. Pues bien, el simple paso del tiempo ha bastado para comprobar que Illa y Sánchez continúan en sus respectivas tronas y que los jueces se toman la amnistía estivalmente (a saber, con una calma casi budista), aplicándola a toda prisa solo cuando el afectado pertenece a la pasma. El Apocalipsis y las futuras plagas de Egipto, en definitiva, han dado paso a la parsimonia del mes de agosto y el arte de alargar la siesta.
Esta calma posterior a la cabriola del president 130 resulta especialmente significativa en el caso de la Generalitat. Después de años de performance y jugada maestra, uno habría creído que Salvador Illa irrumpiría en Palau con un saco de decretos ley y un puñado de nuevas medidas estrella para empezar a sacar a relucir su flamante grupo de consellers de la socioesquerravergència. Contrariamente, y siguiendo el perfil bajo de Pere Aragonès, el Molt Honorable ha hecho honor a su condición ignaciana con una presencia prácticamente invisible; con tal de no aparecer en ningún sitio, Illa no ha querido ni hacerse la fotografía de rigor en el homenaje a las víctimas del 17-A justo en medio de la Rambla (aplaudo la decisión, pues ya hace tiempo que esta conmemoración parece un meeting de conspiranoicos). Por mucho que metas las narices en los noticiarios de la tribu, no se ha visto ni una imagen del president; si la cosa continúa igual, tendremos que llamar a la familia o a los Mossos para que nos lo acaben pescando.
Junts le ha sacado todo el jugo que podía a Puigdemont y hay que asegurarle una retirada honorable: pero su figura ya no podrá renacer más
Sea como sea, el caso es que el advenimiento de Puigdemont no ha sacudido nada ni ha cambiado ninguna dinámica política del país (aparte de servir para que su tropa de opinadores siga tratándolo como Jesucristo, que es el peor favor que le pueden hacer). A servidor siempre le ha complacido hacer de liebre en las tareas más desagradables y diría que —una vez comprobado que Puigdemont esperará a que le apliquen la amnistía para volver a Catalunya, como de hecho ya estaba previsto— Junts per Catalunya tendría que pensar cuál será su relevo político. Como ha quedado bien demostrado en la política norteamericana, los cambios de liderazgo siempre implican reticencia, dolor y un poco de riesgo. Sin embargo, una vez has convencido al lame duck de turno de que no tiene ningún tipo de posibilidad de mantener el poder, el cambio fluye como una seda... y al final no pasa nada. Junts le ha sacado todo el jugo que podía a Puigdemont y hay que asegurarle una retirada honorable: pero su figura ya no podrá renacer más.
Esto que explico lo saben perfectamente la mayoría de diputados de Junts, que, con una mezcla de adoración enfermiza al líder y de mucha holgazanería, han permitido destruir su espacio político a base de convertirlo en una secta bolivariana. La sucesión de Puigdemont ya se comenta en demasiadas comidas y encuentros medio secretos (en coctelerías de hotel altamente espantosas) como para que ahora nos hagamos los sorprendidos. Todo el mundo sabe que el margen de la jugada maestra y de la cabriola a los Mossos ya no da para más. Todo dios entiende que un político derrotado por Salvador Illa y este PSC con tanta poca cafeína no tiene posibilidad alguna de estimular de nuevo el independentismo. Pues bien, señores de Junts; ahora solo hace falta ser valiente y decir en voz alta todas las tabarras que disparáis en privado. La labor de Puigdemont se ha acabado (diría que la historia será benigna con el president) y ahora toca remover la trona y dejar paso a un nuevo líder, a poder ser todavía más independentista.
La ciudadanía ha pedido a Esquerra un proceso de renovación de caras muy oportuno (así será si, por desgracia, no acaba comandado por el mismo capataz de los últimos años) y no veo por qué no tiene que pasar exactamente lo mismo en el ámbito de un partido como Junts, formación que, hoy por hoy, solo es el partido de Puigdemont. Pensar que con este activo basta para hacer algo nuevo puede convencer a los acólitos de la red y a las abuelas de la ANC. Pero se aleja del principio de realidad más fundamental empezando —insisto— por los últimos resultados electorales en el Parlament. Cambiar o seguir empeñándose. Quedarse con el Joe Biden de turno o intentar algo nuevo. Espero equivocarme, pero diría que la secta querrá seguir el camino de la adoración perpetua...