"Gracias, Kevin Roldán: ¡contigo empezó todo!", no sé por qué me ha venido a la mente esta célebre frase de Gerard Piqué mientras intento matar el tiempo con el móvil dentro de un vagón de Rodalies de Renfe. Estamos en la estación de Viladecans, y hace más de veinte minutos que no nos movemos. Kevin Roldán es el cantante colombiano de hip hop y reguetón que actuó en la fiesta de celebración del trigésimo aniversario de Cristiano Ronaldo. El mismo día, 7 de febrero de 2015, el Real Madrid había encajado un colosal 4-0 delante del Atlético de Madrid en el Vicente Calderón. A partir de aquel momento las cosas se torcieron para el Real Madrid, mientras que al Barça, de repente, tenía el santo de cara. Aquella temporada el equipo culé conseguiría su segundo triplete. Durante la celebración en el Camp Nou, Piqué soltó un chascarrillo que hacía tiempo que se guardaba. Al defensa le encantan este tipo de travesuras.
En Catalunya, en nuestra vida colectiva, todo no empezó con el pobre Kevin Roldán, sino con los trenes de Rodalies de Renfe, el mismo servicio de Rodalies que una vez más me tiene atrapado y me hará llegar tarde, muy tarde, al el trabajo. De hecho, en Catalunya todo empezó cuando Cristiano tenía solo 22 años: el primero de diciembre de 2007. Aquel día se produjo la manifestación que muchos consideran la semilla de lo que en el 2017 acabaría desembocando en el 1-O y a continuación en la prisión, el exilio, la represión y todo lo que ustedes ya saben... La semilla, vaya, de eso que hemos tenido a bien llamar el Procés y que hoy agoniza en medio del desánimo colectivo, la falta de ideas y el enfrentamiento entre independentistas.
El lema no hablaba entonces de independencia, sino de infraestructuras, es decir, de Renfe y Adif: "¡Somos una nación y decimos basta! Tenemos derecho a decidir sobre nuestras infraestructuras"
El 1 de diciembre de 2007 hacía, así lo recuerdo al menos, una tarde primaveral en el centro de Barcelona. En plaza Urquinaona, la portavoz de la Plataforma pel Dret a Decidir, Mònica Sabata, saludaba a unos y otros. La manifestación estaba a punto de empezar. El lema no hablaba entonces de independencia, sino de infraestructuras, es decir, de Renfe y Adif: "¡Somos una nación y decimos basta! Tenemos derecho a decidir sobre nuestras infraestructuras!". La gente tenía la percepción de que el Estado estaba dejando que las infraestructuras de Catalunya se deterioraran sin remedio. A eso se añadía el agravio de los peajes y de un déficit fiscal exagerado que lastraba, y sigue lastrando, el futuro del país.
Sigo rememorando. Aquella agradable tarde del sábado, no solamente Mònica Sabata, sino absolutamente todo el mundo, parecía ilusionado. Había la sensación de que empezaba alguna cosa nueva e importante. Sabíamos, presentíamos, que se estaba produciendo una inflexión histórica. Se reunió gente de todos los colores, tras la pancarta. Por primera vez, nadie se paró a pensar qué votaba la persona de su lado, ni qué caray hacía allí. Muchos ya eran independentistas, muchos se acabarían siéndolo en los años siguientes. Por primera vez se produjo un momento de comunión, de fraternidad, que, después, se reproduciría, por ejemplo, en las concentraciones masivas del Onze de Setembre. Sí, se puede decir que con Renfe Rodalies empezó todo.
Hoy, cuando ya son treinta y cinco los minutos que llevamos parados en Viladecans, cerca, dicen, de una avería en Gavà que puede tardar semanas en resolverse, pienso que a veces el pasado no pasa y que solo eso puede explicar que en el 2023 estemos igual que estábamos en 2007, cuando ya nos habíamos hartado de averías, incidencias, retrasos y, en general, del pésimo funcionamiento de Rodalies. Cuando parece que el tren empieza a arrancar, después de cuarenta minutos, todavía tengo tiempo de pensar que seguramente Parménides tenía más razón que Heráclito, y que, por lo tanto, en realidad estamos condenados a bañarnos siempre —y a seguir ahogándonos— en el mismo río.