Esquerra Republicana ha sido el partido más hermético y jerárquico del abanico político catalán quizás hasta las últimas elecciones municipales. La represión política —y la consiguiente unción sentimental— dio a la cúpula republicana todo cuanto argumento de autoridad ha necesitado para justificar cualquier decisión. Para entender cómo se llegó hasta aquí, hay que explicar los efectos que tuvo la prisión sobre sus líderes. Oriol Junqueras ha sido un hombre ambicioso y, sobre todo, un político obsesionado con derrotar al amo que siempre ha utilizado a los republicanos de criada: Convergència. Junqueras fue el primero en entender que el retroceso de 2017 era, efectivamente, un retroceso. Queriéndose adelantar al momento político, con el convencimiento de que el país le debía algo por haberse tragado dos años de prisión —y diez años de convergentes—, el líder republicano zarpó en busca de una hegemonía que lo ha acabado envenenando.

Al ablandarse, en lugar de coger los votos discutidos en las fronteras, ERC se los ha regalado a las formaciones fronterizas que han podido ofrecer algo sólido a sus potenciales electores

Junqueras vio en los hechos de 2017 y en la sentencia de 2019 la oportunidad de derrotar de una vez a todos sus rivales históricos. Sonando alguna tecla que recordaba a la casa grande del catalanismo, él y la cúpula de ERC, conscientes y aconsejados por unos analistas políticos negligentes, decidieron ablandar su ideario clásico como quien pone el cerebro al baño María, con intención de seducir mágicamente los votos fronterizos con otras formaciones políticas. De ello es producto el actual gobierno en funciones, que aspiraba a ser, aun en minoría, el "gobierno del 80%", la "Catalunya sencera" —la manía de llenar el país de etiquetas siempre que se dice su nombre para dejar claro a quién tiene que llegar el mensaje—. Catalunya es la Catalunya republicana, ecologista y feminista porque son pegatinas genéricas y ampliamente aceptadas, que cada uno puede llenar un poco de lo que quiera y moderar su intensidad según le convenga. Pero la política es algo más que cifras, y la flaccidez no seduce. Analizar datos desconectándolos del país, de sus dinámicas y, sobre todo, de un conflicto que existe y existirá, aunque los republicanos hayan querido gobernar ignorándolo, es asomarse al abismo. Al ablandarse, en lugar de coger los votos discutidos en las fronteras, ERC se los ha regalado a las formaciones fronterizas que han podido ofrecer algo sólido a sus potenciales electores.

Junqueras parecía fuera de tono y fuera de sí mismo en la rueda de prensa de este jueves, porque el momento político ha cambiado, pero su resentimiento es el mismo

La represión política y los resultados electorales ya no revisten a Oriol Junqueras de autoridad. Pero todavía no quiere dejarlo. Todavía no tiene lo que ha deseado durante tantos años con tanta ansia. El objetivo de la hegemonía no era la hegemonía, era desprenderse de la sombra de los convergentes de una vez y satisfacer una sed de venganza histórica. Hacerlo en nombre de los que eran independentistas "cuando no tocaba" y tuvieron que soportar ser vistos como unos radicales alocados por los convergentes y, cuando se moderaron, como unos traidores. Junqueras parecía fuera de tono y fuera de sí mismo en la rueda de prensa de este jueves, porque el momento político ha cambiado, pero su resentimiento es el mismo. Ahora, después de años de hermetismo, trasciende que —como mínimo— parte de la ejecutiva del partido no le secunda. Incluso Marta Rovira, en la carta que publicó este miércoles, pedía huir de los liderazgos mesiánicos, como si ella no se hubiera aprovechado de los mismos para dirigir el partido.

Junqueras explica que no quiere "renunciar a nada" para ayudar a su partido y a su país, pero el planteamiento funciona al revés: si quiere ayudar a su partido y a su país, tiene que hacer renuncias

Oriol Junqueras está en fase de negación: no quiere asumir que todo lo que habría podido hacer llegar a los republicanos al éxito ya está gastado, pero ni han sido nunca la primera fuerza política del país, ni él tiene muchas opciones de ser nunca presidente. La amargura esclaviza tanto, que no se puede disimular abriendo una gran sonrisa y bramando "estoy seguro de que los republicanos haremos cosas fantásticas" o "me he sentido muy acompañado". El rencor personal de Junqueras contra los convergentes y el rencor colectivo de los republicanos los religa más a sus contrincantes históricos que los libera de ellos. No se puede construir nada atractivo y profundo en constante contraposición con quien te mira por encima del hombro. Una parte del partido se empieza a dar cuenta, por eso piden hacer borrón y cuenta nueva y desvincularse de esto. Oriol Junqueras explicaba este jueves que no quiere "renunciar a nada" a la hora de ayudar a su partido y a su país, pero el planteamiento funciona al revés: si lo que quiere es ayudar a su partido y a su país, Junqueras tiene que hacer renuncias. Sobre todo, tiene que renunciar a sí mismo de una vez.