Son muchas las creencias que tenemos, que asumimos casi sin darnos cuenta. Nos vienen dadas por nuestro entorno más directo, pero también desde lugares que vienen marcados por el momento histórico, el país, la cultura que nos ha tocado vivir. Muchas de las luchas sociales consisten, precisamente, en ser capaces de darnos cuenta de las incoherencias, de las injusticias y los cambios necesarios.
Hace tiempo que algunas personas sentimos una enorme desconexión entre las causas que se abanderan desde el sector “progresista” y los principios que se supone que han de defenderse. Me lo planteo como mujer, respecto al feminismo. Como antigua izquierdista, sobre la soberanía, la salud, el medio ambiente, la justicia social y los derechos y libertades más fundamentales. Hace tiempo que ya no me considero de izquierda, es decir, de “esta izquierda” o de lo que ahora mismo se quiere considerar “izquierda”. De hecho, si profundizo un poco más, tampoco tengo claro últimamente eso del “progresismo”. Hace tiempo que en casa, Carlos y yo, nos referimos a la “izquierda de las tontás”, cada vez que vemos una “ocurrencia” estilo “woke” que pretende ser impulsada como “lo más”, cuando en realidad, nos parece una chorrada, o bien algo absolutamente contrario a los principios de lo que consideramos debe defender el progresismo.
Ahora que luchamos por derechos que nada tienen que ver con los nuestros, es cuando repensar lo que nos han vendido como progreso es imperativo
No resulta sencillo hallar referentes ideológicos que nos permitan aprender, disfrutar de la gimnasia del pensamiento. Solemos encontrar, la mayoría de las veces, voces que, viniendo de lo que antes considerábamos “derecha”, suelen acertar en sus planteamientos contra lo que ya resulta ser un sistema sin ideología, que juega a plantear “performance” vacías de contenido y con resultados peligrosos. Pienso en la actual ministra de Sanidad, por poner un ejemplo; o en la anterior de Igualdad, por poner otro. Son dos perfiles que se autodenominan de izquierdas, feministas, y que, en mi opinión, no dejan de avergonzar lo que debería representar precisamente el progresismo. Ambas, defendiendo y generando beneficios para intereses privados. Ambas, promoviendo medidas que desprotegen a los pacientes, a las mujeres. Ambas, engordando los bolsillos de la industria farmacéutica. Y se supone que son la izquierda más moderna y progresista del lugar. ¡Qué destrozo!
Salvo voces como la de Ángeles Maestro, me cuesta trabajo encontrar argumentos inteligentes, informados y conscientes desde una perspectiva histórica de la izquierda, que no haga aguas ni se estampe de bruces en la incoherencia. Teresa Forcades es otra mujer a la que profundamente admiro, que sustenta sus brillantes planteamientos sobre ideas fundamentadas. Esta semana conocí a otra mujer más, que junto a Tasia Aranguez, por ejemplo, me ha inspirado y motivado mucho. Se trata de Mary Hurrington, escritora, periodista, investigadora y revolucionaria. Viene a Barcelona la próxima semana a participar en una conferencia-debate sobre el progreso, algo que ella considera una creencia, y que, cuando se le escucha, se descubre un lugar muy interesante para pensar. La postura que nos plantea Mary es realmente interesante, clara y directa. Y aborda el feminismo desde una perspectiva sagaz, inteligente y rotundamente letal: en su libro, “Feminismo contra el progreso”, podemos darnos cuenta del enorme engaño en el que hemos sido sumergidas, entre colorines y eslóganes de anuncios de compresas. Una falsa libertad que ha llegado a confundirnos de tal modo, que hemos llegado a doblegarnos por propia exigencia ante el mercado. Y siendo esclavas, encima reivindicamos nuestras cadenas como si fueran un hito en la lucha de la conquista de derechos.
Ahora que se tienen más perros que hijos. Ahora que ser mujer se nos quiere plantear como un deseo, una posibilidad de elección. Ahora que nos creemos liberadas cuando hemos asumido todavía más responsabilidad, más peso, más exigencia y más trabajo. Ahora que luchamos por derechos que nada tienen que ver con los nuestros. Es ahora cuando repensar lo que nos han vendido como progreso es imperativo. Y Mary Hurrington nos invita a ello.