La semana pasada escuché, con pocas horas de diferencia, la conversación que Jordi Graupera y Joan Carretero tuvieron en el canal de Alhora, y después la entrevista que Marta Lasalas le hizo a Artur Mas en este diario. Si los lectores hacen el mismo ejercicio ya me dirán qué les parece. Yo creo que la mayoría estarán de acuerdo conmigo en que Mas parece más fresco, más ágil e incluso más moderno que Graupera. Es como si, desde 2019, los papeles se hubieran invertido y, por arte de magia, uno se hubiera hecho sorprendentemente viejo y el otro exageradamente joven.
En parte es un efecto óptico y psicológico del poder. Cuando tienes la posición ganada y sabes qué quieres conseguir, las luces del escenario te favorecen, y la fuerza que da la confianza hace el resto. Ya pasó al final del tripartito, cuando Carretero disputaba el espacio a CiU y ERC, y se empezaban a notar los efectos desastrosos de los gobiernos del PSC y del PSOE. Por un instante, pareció que Mas llegaría a la Generalitat prematuramente envejecido. Entonces, CiU encontró la excusa del PP para abrazar al independentismo y Mas recuperó el barniz heroico de tebeo que Salvador Sostres le había dado casi diez años atrás.
Igual que la autodestrucción de CiU coincidió con el peor momento del Estado español, es natural que el resurgimiento del gen convergente coincida con el peor momento de Catalunya. Si miramos lo que ha pasado en los últimos años, veremos que, con la ayuda de los jueces de Madrid, Junts y ERC han bajado el listón del país a la altura de los escombros de la vieja Convergència de Jordi Pujol. Mas juega con las espaldas cubiertas por un sistema de intereses que viene, como mínimo, de la Transición: tiene poco margen personal de maniobra. Si vuelve a brillar, es porque incluso alternativas más modestas han flaqueado.
La guardia pretoriana de supervivientes con la que Carles Puigdemont ha salido ungido como líder de Junts es una señal inequívoca de cuál es la hoja de ruta impuesta por el régimen de Vichy. No hace falta leer el artículo sobre Twitter de Jaume Clotet para entender que el espacio de CiU está sembrado de sal y que el destino de Puigdemont es dejar de molestar: hacer de Rafael Casanova, más que de Josep Tarradellas. En la entrevista con Lasalas hay un momento en que a Mas se le escapa la idea de retirar a Puigdemont pensando en el día que pueda volver a casa. Mas también tiene causas judiciales abiertas, y no sería prudente recomendar al president exiliado que haga de De Gaulle.
Los convergentes no podrán construir nada, vendrán a ofrecer una rendición dulce y ufana a los catalanes cansados de vivir a la intemperie. Y no creo que encuentren resistencia
Sin un pujolismo funcional, los socialistas no pueden hacer una segunda Transición que los convierta en el nuevo partido alfa del Estado. Como cuenta Mas en la entrevista, y como recuerda cada día el pelmazo de Iván Redondo, los socialistas mandan en todas partes por los pelos. El PSOE sufre para conservar el poder y cree que tiene que ofrecer al PP un sistema de contrapesos que no obligue a la derecha española a cerrar filas y a defender los viejos privilegios por la fuerza. Oriol Junqueras se conformaba con poner a su partido en el corazón de la nueva restauración, pero no lo ha conseguido y ahora los supervivientes de CiU ven la ocasión de cerrar solos el pacto con Madrid.
La división de las redes sociales, esta especie de Cisma de Occidente que se han inventado los americanos, ayudará a ello, igual que contribuirá la fragmentación de la disidencia catalana. La abstención ha servido para hacer caer muchas máscaras, pero no ha servido para generar una oposición independentista consistente y articulada que no dé risa. La polarización es un teatrillo del poder americano para dividir a las masas, y para reconcentrar la autoridad sin ejercer abiertamente la violencia. La abstención es, por ahora, la única defensa que los catalanes han encontrado ante esta fiebre obscurantista que atraviesa la democracia.
Divide et impera, basta con abrir una cuenta en Bluesky para verlo. Los convergentes no podrán construir nada, vendrán a ofrecer una rendición dulce y ufana a los catalanes cansados de vivir a la intemperie. Y no creo que encuentren mucha resistencia, cuando menos de entrada, porque los vínculos sociales que daban fuerza creativa y psicológica al independentismo están destruidos por el miedo, la decepción y el cansancio. Mas no dice mentiras, si lo sabes escuchar, y en la entrevista avanza el relato que el resurgimiento de CiU tiene que escribir en los libros de historia: “Han sido los catalanes los que han dejado la independencia en segundo término.”
La independencia ahora mismo es imposible, pero también es imposible hacer política por los canales convencionales y con las formas de siempre. Orriols ha dado aire al país porque los partidos no la vieron venir, pero hará falta una medicina más fuerte, y más rompedora de las jerarquías establecidas, para evitar el retorno de CiU y el holocausto zombi correspondiente. Todos los catalanes demasiados mediocres, demasiado grises y demasiado viejos para superar el miedo de dejar de ser catalanes irán a parar al espacio convergente que Junts quiere resucitar. El país necesitará más que nunca la fuerza individual de la creatividad más descarnada y juvenil para defenderse y, a la larga, prevalecer.