"De la prisión que tenemos que salir es de España". Con esta frase aparentemente tan simple, Carles Puigdemont ha recordado aquello que parecería evidente y que, sin embargo, ha quedado nublado desde hace tiempo: que el objetivo del movimiento independentista es la independencia.
Aunque sea una obviedad, también es un hecho que este objetivo ha quedado atrapado en una telaraña de maniobras políticas que lentamente han ido desdibujando su sentido hasta dejarlo en una especie de quimera propia de la hiperventilación nacional. Desde que las negociaciones para los indultos blanquearon el papel represor del PSOE, redujeron la independencia a una simple cuestión de negociaciones estatutarias y se inició el proceso de reconversión estratégica de Esquerra, lentamente han ido desapareciendo los motivos, las causas, el sentido de la lucha que nos llevó al Primero de Octubre. Es tal el nivel de desmemoria o, digámoslo con su palabra precisa, el nivel de renuncia, que ahora estamos en puertas de vivir el momento más triste desde el 2017: la entronización como president de la Generalitat de quien avaló la represión, se alió con las fuerzas más oscuras del españolismo y siempre ha trabajado en contra de los intereses catalanes. Y para remachar la ignominia del momento, esta entronización la hará un partido del bloque independentista y, probablemente, con la detención en paralelo del president legítimo que nos impidieron tener, vía represión. Difícilmente es imaginable que el mismo país que hizo la hazaña del Primero de Octubre llegue a tal nivel de genuflexión.
El retorno del president Puigdemont, como gesto político, tiene la voluntad de devolver el tren descarrilado del independentismo a su eje natural
Inimaginable, pero tan probable que puede pasar en los próximos días, y por eso la maquinaria retórica para justificar el pacto ya se ha puesto en marcha en todos los medios del star system catalán, ansiosos de hacer efectiva la frase que dicen que dijo un prohombre de las finanzas, felizmente instalado en la torre de marfil de su poder: "Catalunya necesita diez años de gobiernos socialistas a ambos lados de la plaza Sant Jaume para que se acabe la tontería". Profético o poderoso, el hecho es que ya ha conseguido el primer peldaño, y está en puertas del segundo. Es cierto que todavía no está el oso cazado, pero su piel está tan vendida que solo lo puede impedir o una marcha atrás de la dirigencia republicana —que no da señales en este sentido— o el voto en contra de la militancia. Pero, es difícil de imaginar que los militantes de ERC voten en contra de un pacto, cuando no hay ni un solo líder republicano que se salga del guion a favor de investir a Illa. Todo es posible, pero francamente improbable. Y así, incomprensiblemente, verbigracia de la necesidad de mantener el poder del partido —es decir, de situar el partido por encima de la nación—, estamos en puertas del sueño húmedo de la Catalunya de orden y viva España: diez años de gobiernos socialistas en todos los poderes catalanes, como antídoto para la lucha nacional catalana.
En esta tesitura, el retorno del president Puigdemont puede parecer una temeridad, no en balde todos los integrantes de la perrera nacional patriótica española están contando los días en que podrán pasear su trofeo mayor por la Castellana. No importan las barbaridades legales que se hagan, ni cuánto se alejen de la lógica democrática, ni cómo vulneren los preceptos europeos, o la propia legalidad española, nada importa si pueden mostrar a Puigdemont esposado. Y no nos engañemos: si la detención se produce, hay pena del "Telediario" por tierra, mar y aire. En este punto, también es especialmente ignominioso conocer las cábalas que hacen ERC y PSC para intentar cuadrar el calendario y así minimizar el impacto político que la detención tendrá. Y es cierto que el calendario es endemoniado, porque movilizar a la gente a principios de agosto parece un imposible. Todo, pues, hace pensar que Puigdemont no tendría que volver, porque, como le dijo el president Mas, "en la prisión no harás nada". Hay que confesar que debemos ser muchos los que le hemos dicho que no vuelva. Sin embargo, como él mismo recuerda, el exilio no fue nunca una cuestión personal, sino política, y su retorno tampoco es una cuestión personal. Por eso quiere volver para la investidura de un president de la Generalitat, para dotar el retorno del carácter institucional que merece y para provocar las consecuencias legales y políticas que su detención provocará. El abogado Boye tiene muy claro que si eso pasa, estaremos ante una flagrante ilegalidad.
Su retorno es, pues, un gesto político, como lo fue el exilio, y así se ha demostrado con la internacionalización de la causa catalana que ha conseguido en estos siete años. Y como gesto político, tiene la voluntad de devolver el tren descarrilado del independentismo a su eje natural. Es el retorno a las esencias, a las cuestiones básicas que motivaron la movilización más grande de la historia reciente catalana, el retorno al objetivo político que lo hizo estallar todo: la independencia. Liberada de retórica, de excusas, de renuncias, desnuda de mentiras.