No hay nada que visualice mejor la podredumbre existencial de la partidocracia independentista que el desembarque de Marta Rovira en el país después de años de exilio. Basta con ver repetidas las imágenes para acabar ruborizado tanta falta de pudor, estética excursionista y formación política escoltista. La foto más relevante de todo; la secretaria general de Esquerra alzando el puño justo en medio de la Plaça Major de Vic, satisfecha y absolutamente aislada de cualquier contacto con el resto de vecinos y de la humanidad en general. Antes irrumpió en el país haciéndose acompañar de uno de aquellos periodistas que nunca te harán una pregunta fuera de tono en su vida, para atravesar después la Porta dels Països Catalans en Salses, donde solo la esperaban unos cuantos fieles del partido y algunos rivales de otras sectas tan contentos de verla como anhelantes para acusarla de botiflera cuando pacte con los socialistas.
Resulta notorio comprobar cómo el independentismo no sabe aprovechar ni sus raquíticas victorias simbólicas y como Esquerra nunca pierde la ocasión para que la gente de Junts, igual de mentirosa y fraudulenta, siempre tome nota de cómo no se tiene que preparar un retorno a Catalunya. Esto es todavía más patente si se presta atención a la primera arenga pública de Rovira en el país, un discurso plenamente octubrista de alguien que, desde la aplicación del 155, solo ha hecho que intentar borrar la memoria del referéndum. Yo me alegro muchísimo que Marta Rovira pueda abrazar a su familia y caminar tranquilamente por el territorio, pues soy de la opinión que no cometió ninguno de los delitos de los cuales la acusaron; sin embargo, si eso es así, es igualmente cierto que incumplió todas las promesas –y los compromisos parlamentarios– que adquirió con los sufridos electores catalanes.
Lo más preocupante es que alguien como Rovira se vanaglorie de ser heroica y resistente cuando solo ha trabajado por su propia supervivencia, supeditando la libertad colectiva a sus intereses.
Ya es de cachondeo que, el mismo día del retorno de Rovira al país, Esquerra publicara una nota de prensa nocturna y alevosa para despachar el asunto de los carteles del Alzhéimer, todo con unos cuantos expedientes protocolarios de aquellos que no depuran ningún tipo de responsabilidad. Ni una palabra de comportamiento de los autores materiales de esta baratija (los activos y aquellos que obraron por omisión) ni ninguna explicación de quién les pagó el silencio administrativo. Mientras Rovira exhibía superioridad moral y un ímpetu digno de Victoria de Samotracia, las mafias republicanas celebraban su impunidad. Manos limpias, que decía aquel. Pero todo eso tanto da, porque son miserias de consumo interno; lo más preocupante es que alguien como Rovira se vanaglorie de ser heroica y resistente cuando solo ha trabajado por su propia supervivencia, supeditando la libertad colectiva a sus intereses.
Pero no todo son malas noticias. Por lo menos la secretaria general de Esquerra ha declarado su intención de abandonar sus cargos y pasar a la segunda línea política. Es una decisión que llega solo seis años tarde, ya que la retirada tendría que haber sido efectiva cuando ella —y todos los diputados independentistas de 2017– incumplieron fraudulentamente las leyes del Referéndum y de la Transitoriedad. Dicen que más vale tarde que nunca, sin embargo –como pasa siempre– el tópico es falso, porque en este "tarde" hemos perdido energías, ilusiones y capacidad de rearmar el movimiento independentista. Dice Rovira que vuelve a casa para "acabar el trabajo". Yo te rogaría, querida secretaria general, que tengas la delicadeza de retirarte definitivamente, de dejarnos en paz de una vez y ceder el paso a políticos que tengan la delicadeza de cumplir sus promesas. No acabes nada; quédate en casa.
A mi inmodesto entender, Carles Puigdemont comparte la misma responsabilidad moral en el estado actual del independentismo. Sin embargo, cuando menos, confío que al presidente 130 lo asesoren para urdir un retorno al país con un poco más de decencia, etiqueta de vestimenta, e incluso una cierta pompa. Sea como sea, espero que el Molt Honorable tampoco tenga la osadía de querer acabar el trabajo, porque ya basta de aprovecharse de la buena fe ciudadana con tanta cara. Volved a casa, abrazad a tanta gente como haga falta y disfrutad de la tierra, que es de todos. Sin embargo, os lo ruego, dejad que el pueblo devuelva un poco de dignidad a la política. Dejadnos recuperar todo aquello que nos habéis robado. Y bienvenidos, solo faltaría, que ahora todo esto os lo podremos decir a la cara.