Ahora que Junts y ERC van de congreso, quizás hay que insistir. En cuanto se vio que Salvador Illa sería president, aparecieron, de bajo las piedras, todo tipo de sicarios valerosos del independentismo de Vichy, pidiendo la cabeza de Carles Puigdemont y de Oriol Junqueras. El PSC necesita terminar con el pasado, más que ningún otro partido catalán. El partido por excelencia de nuestros jesuitas más ilustres, siempre ha seguido la premisa maquiavélica de los primeros Borbones: "que se consiga el efecto sin que se note el cuidado".
El PSC nunca hace directamente el trabajo, siempre deja que sean las miserias de los vencidos, las que resuelvan los problemas. En los años 80, la carne de cañón del PSC fueron los inmigrantes españoles de las barriadas. En los años 90 y 2000 fueron los comunistas descolocados por la caída del muro de Berlín. Cuando la autodeterminación irrumpió en la agenda, el PSC promocionaba la primera generación de jóvenes sin patria creada en las mismas universidades que CiU había regalado a las izquierdas después del golpe de Estado del 23-F. Jaume Collboni era uno de ellos, y todavía huele a formol y a Inés Arrimadas.
Mientras los catalanes recuerden el ridículo que hicieron los líderes del procés, no abandonarán la idea de la independencia y, sobre todo, la idea de que Catalunya es española por la fuerza. No querrán que la identidad de su país quede reducida a una imagen tan patética. Para explicarlo con un ejemplo bestia, pero pertinente, si los cuerpos de Lasa y Zabala no hubieran sido disueltos en cal viva después de ser torturados, tendríamos una imagen demasiado descarnada de la violencia con que se hizo la Transición. En este sentido, la desaparición política de Junqueras y Puigdemont es igual de urgente para pasar página.
Los socialistas necesitan liquidar a Junqueras y Puigdemont para dar a entender que el procés fue una frivolidad de cuatro líderes autonómicos
Al PSC no le conviene que los dos títeres del procés mantengan el liderazgo, una vez han pasado por todos los estadios del escarnio público, y Madrid ha dado la comedia oficialmente por acabada. Josep Tarradellas decía que en política se puede hacer de todo menos el ridículo, pero después de 40 años de representar la legalidad republicana, aceptó un marquesado del rey Juan Carlos. Si Junqueras y Puigdemont deciden que la única manera de restablecer su prestigio personal es insistir en el 1 de octubre y en la independencia, puede ser que el ridículo que han hecho, y los escarnios que han sufrido, tomen un significado incontrolable.
Vaya por delante, que a mí no me habría importado ver cómo rodaban sus cabezas cuando se aclaró el alcance de la mentira. Pero si el país hubiera tenido bastante fuerza para apartarlos y sustituirlos en su momento, las cosas ya habrían ido, de entrada, de otra manera. Las voces que ahora piden que se retiren forman parte de la misma panda que se adaptó al 155 sin rechistar, o que no ha sido capaz de llenar el agujero de la abstención. Yo mismo tengo que reconocer que, siete años después del 1 de octubre, no conozco a nadie que pueda aleccionar a Junqueras o Puigdemont. Como mucho, Sílvia Orriols, que apenas empieza.
El poder se crea bien contra el sistema, bien desde la continuidad de sus elementos más genuinos. Los socialistas necesitan liquidar a Junqueras y Puigdemont para dar a entender que el procés fue una frivolidad de cuatro líderes autonómicos, y no el resultado de la evolución natural del país, después de 30 años de democracia. El PSC siempre ha defendido una Catalunya española con el máximo de peso posible dentro del Estado. El sueño húmedo de Jordi Pujol era la independencia; el de Salvador Illa es llegar a ser el primer presidente español de origen catalán no asesinado o destituido por un golpe militar.
El PSC siempre hará ver que continúa la tradición de CiU, mientras la pueda ir vaciando de contenido y utilizarla para españolizar Catalunya. En cambio, Junqueras y Puigdemont ya no tienen capacidad para banalizar el país. Como mucho, pueden contribuir a dar continuidad al sueño independentista de los votantes de la vieja CiU con su lucha personal por recuperar el honor y la credibilidad. Yo no creo que vuelva a votar nunca los partidos del procés. Pero espero que Puigdemont y Junqueras se hagan dueños y señores del espacio que en teoría han liderado hasta ahora, y que se lo puedan hacer a medida, sin excusas.
El aire de conde de Montecristo que han cogido últimamente, me parece muy interesante. Creo que al país le conviene que los dos mártires oficiales de la propaganda de Vichy puedan ajustar las cuentas con aquellos que debían cubrirles las espaldas. Sus supuestos discípulos ya hemos visto qué han hecho, con mucha menos presión.