El único interés que tendrá la política catalana de aquí a las elecciones, y mucho me temo que la cosa será un espejo perfecto de aquello que nos espera los próximos lustros, consistirá en admirar la lucha entre convergentes y republicanos para sobrepasar la inframentalidad. Esta semana, la gran polémica que ha entretenido a nuestros diputados, a quienes sufragamos el coche oficial y las golosinas cada día con más entusiasmo, ha sido la asistencia del vicepresidente del Parlament, Josep Costa, a una reunión telemática con varios grupos secesionistas entre los cuales destacaba algún elemento identitario o próximo a la ultraderecha. Servidor escribe este artículo en día festivo y, como los lectores entenderán perfectamente, me da una pereza extraordinaria echar un vistazo a Google para ver con quién se ha sentado virtualmente el entrañable Costa, entre otras cosas porque la noticia es del todo irrelevante.
Pero bien, visto el nivel profundamente infantil de nuestra política y su carrera hacia la más absoluta de las estulticias, habría que recordar algo tan sencillo como que Josep Costa no sólo puede reunirse (a título particular o en nombre de su partido) con quien sea, sino que como representante público es su obligación. Desconozco, y vivo bien feliz de ignorar, si Costa se reunió con los Legionarios de Cristo, con miembros del Ku Klux Klan o con el fucking presidente del Partido de los Defensores de la Catalanidad de la Moreneta, pero sólo faltaría que no lo pudiera hacer. Reunirse con alguien, diría yo, no implica legitimar ningún tipo de ideario, ni compartir la aproximación al independentismo. Todos, insisto todos, los grupos políticos tienen que charlar y negociar tarde o temprano, y da igual si tienen representación parlamentaria o no: la tarea y el deber ético de un político son defender su criterio, si hace falta delante de Hitler en persona.
El presidente del grupo parlamentario de ERC, Sergi Sabrià, ha pedido recientemente la dimisión de Costa —que, aparte de ser vicejefe de bedeles de la cámara catalana, resulta ser una de las caras más visibles de Junts per Catalunya—, y que "dimita por blanquear a la extrema derecha." A ver, Sergi, bonico, lee la siguiente frase muy despacito, porque así puede ser que incluso tú lo llegues a entender: aquí lo único que tú y la mayoría de políticos de carné como tú estáis blanqueando a diario con vuestra falta de formación y vuestra banalidad oceánica y monumental es la imbecilidad. Sergi, guapo, túmbate un rato y descansa, que Costa puede reunirse con la ultraderecha de la misma forma que tú le acabas de aprobar unos presupuestos al PSOE, de quien hace muy poquitos meses decías que era el partido del 155 y el blanqueador de las porras de Rajoy durante el 1-O. Por lo tanto, Sergi, vuelve a la escuela y esta vez aprovéchala.
Reunirse con todo el mundo es obligación moral de un representante público
La cosa todavía tiene más gracia, ya que a raíz de esta perniciosa reunión parece ser que los republicanos han aprovechado para expulsar a Antoni Castellà, líder de Demòcrates, de su grupo parlamentario (donde no sé que narices hacía el amigo Castellà, por cierto, dada su conocida apuesta por la unilateralidad en la estrategia secesionista). El movimiento le irá de perlas a Toni, que ya hace tiempo que flirtea con Puigdemont para hacer la enésima carambola política de su vida y así acabar en Junts per Catalunya. Pero todo no deja de caer de nuevo en una profunda banalización de la cosa pública por parte de unos representantes que corren libres en el arte del hacer el burro. A mí me importa un camino, pues después de tantas mentiras y pantomimas mi voto será nulo o blanco, pero este baile de bobos y cabezas de chorlito me sabe realmente mal por los independentistas de corazón que todavía creen en la partitocracia.
Repitámoslo de nuevo, que nuestros diputados son más bien cortitos y su mollera viaja lenta. Reunirse con todo el mundo es obligación moral de un representante público, a quien pagamos para que, si hace falta, desgaste las sillas y las mesas y se queme la garganta charlando, si lo considera necesario, para su actividad política. Y añadamos algo más: cuando los representantes políticos de un pueblo ya hace tiempo que juegan a la carrera para ver quién es el más papanatas de todos, la responsabilidad no sólo es suya, sino que también es del pueblo que les tolera esta vergonzante inframentalidad. Lo digo para cuando toque ir a votar, conciudadano querido, y por los posibles ataques de falta de memoria.