Con un melón redondito en cada mano, como para hacer más pechera, Giorgia Meloni aparecía en un vídeo horas antes de quedar primera en las elecciones italianas. Lo cierto es que esta media virtud es más graciosa que Donald Trump o Marine Le Pen, hay que ser justos con nuestros primos hermanos de Italia. A los catalanes no hay nada que nos guste más que la Commedia dell’arte, un buen desgarro hilarante, lo llevamos tan adentro que lo vivimos desde la cuna hasta que nos meten en la caja. ¿O es que no habéis visto cómo ha reaparecido la máscara humana de Silvio Berlusconi, uno de los mejores Pantalone de la historia? O cómo ha revivido Matteo Salvini, un carabinero digno de la mejor conga imaginada por Federico Fellini? Ha llegado Meloni exhibiéndose con dos melones en cada mano y ha ganado la partida, al menos esta partida sí que la ha ganado. La estatua de Pitarra, en la Rambla de Barcelona, se ha quedado toda iluminada.
Se habla mucho de la nueva política, de la feminista, de la que deben hacer las mujeres que son, como todo el mundo sabe, mucho mejores personas que los machos nocivos, todos lastimosos errores de la naturaleza. Pero a la hora de la verdad va y sale esta política italiana que, al menos, no es una velina, una mujer decorativa de la tele, de esas que viven de enseñar los senos, también llamados mamelles por Lluís Salvadó, gran político de ERC. Precisamente por este motivo Meloni se ha atrevido a salir en la red mostrando dos melones, porque con ella no, no hay confusión posible. Ella es una mujer auténticamente empoderada y, por ahora, ganadora en simpatía y popularidad. Porque la política se ha acabado convirtiendo en esto, amigas y amigos, entre todos hemos creado este grotesco concurso de popularidad.
Naturalmente que Meloni es una farsante y una insensata, por supuesto que sí. Y también es una sinvergüenza, una de tantas Claras Petaccis que dicen que arreglarán el país con cuatro falsas soluciones, soluciones que se proclaman cada día en las barras de los bares. Pero al menos sus trucos y manipulaciones son mucho más eficaces que el vestido negro de penitente arrepentida de Anna Gabriel ante el juez o que la retórica vacía de Tània Verge, consellera honorable de Igualtat y Feminismes. Una consellera que tiene la osadía de hablar de sororidad en un tuit mientras las mujeres iraníes luchan contra la tiranía. Todo esto lo cuento porque hay gente que no sabe ni quién es esa señora ni qué hace. Ni cómo puede ser que haya tantos políticos perfectamente ociosos y prescindibles, tantos políticos que mañana, tarde y noche, por la vía de los hechos consumados, dan la razón a la ultraderecha, a los enemigos de la democracia.
Estaba pensando en esto de los populismos y la verdad es que no le encuentro diferencia alguna con Felipe González, Jordi Pujol o Pasqual Maragall. O con Margaret Thatcher, Susana Díaz o Isabel Díaz Ayuso. Miraba imágenes de Giorgia Meloni y me hizo pensar en la defenestración de Boris Johnson y en una pregunta que le hicieron al periodista John Carlin en una televisión española durante uno de esos días. Le preguntaron que como era que los británicos, una gente de lo más seria, inventores de la democracia, del fútbol y de muchos otros juegos de sociedad, que como ellos habían podido votar masivamente por alguien como Boris Johnson, primero como alcalde de Londres y después como primer ministro. “Tenéis razón, respondió mientras se encogía de hombros, pero es que... es un político tan divertido”.
Con frecuencia la mente humana pasa de la preocupación a la desesperación. Y después de la desesperación al llanto, y del llanto a la risa, y de ahí al sarcasmo. Hemos pasado de votar convencidos y con ilusión una lista electoral a desear que se abra la tierra y se nos trague a todos, la madre que los parió. Que el ser humano se extinga por el bien del universo. Hemos llegado a un punto en el que acabamos votando contra los que nos han traicionado, decididos a no perdonar a Mario Draghi, el que firma los billetes que nos roban de las manos, los billetes que no podemos guardar y mucho menos ahorrar. En Catalunya no estamos tan lejos de esto, ni de vivir situaciones de venganza política. Ignacio Garriga no lo haría peor que los que están ahora en el gobierno y seguro que es más divertido que Pere Aragonès. Y si Vox logra cerrar la Generalitat para siempre, todo eso que el independentismo habrá ganado. Nos quedaremos los de siempre, ellos y nosotros, como el Primero de octubre de 2017, como en 1714, como siempre hemos estado ahí, ellos y nosotros. Y por lo menos habremos eliminado la fuente de financiación de los colaboracionistas. Será divertido cuando vean que han perdido su trabajo. Por inútiles.