La visita del Rey a Paiporta no ha sido precisamente plácida. Ni el multitudinario despliegue policial ha podido contrarrestar la rabieta de los vecinos que en aquel momento trabajaban en la calle intentando desbrozar un espacio público devastado. Le han dicho de todo al monarca y hasta le han tirado barro, que si bien no es ninguna amenaza a la integridad física, deja huella. El president de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, que también estaba ahí, ha pasado de puntillas parapetado tras el Monarca, constatando la ira de los vecinos mientras el presidente español, Pedro Sánchez, se ha medio escabullido y no ha experimentado con la misma intensidad la indignación de los vecinos, expresada con toda crudeza ante el séquito de cámaras que acompañaban a la comitiva real. Cabe decir que Pedro Sánchez está bastante acostumbrado a recibir silbidos, insultos y peticiones de dimisión. La hiperprotegida personalidad del monarca, mucho menos. Normalmente todo son fiestas y masajes. Por contraponer, hace cuatro días, el 12 de octubre en Madrid, el Rey se regaló el tradicional baño de masas que simultáneamente siempre es un calvario para Sánchez. Una protesta de signo partidista, una celebración instrumentalizada desde hace años que indefectiblemente siempre reparte aplausos e insultos discrecionalmente.
El aguacero en Paiporta fue como un tsunami pero al revés. De tierra a mar. Y fue tan excepcional como desgraciado e imprevisto por las autoridades, que no lo vieron a venir o no lanzaron el grito de alarma (se supone que por desconocimiento) hasta que una masa de agua como el río Ebro ya estaba atravesando Paiporta. Si fuera deliberado o por negligencia, estaríamos ante unos hechos que no serían solo objeto de responsabilidad política sino también penal.
Paiporta no es la única localidad afectada por los devastadores aguaceros. Pero sí la que se ha llevado la peor parte. La arroyada no solo ha dejado un paisaje de destrucción absoluto. Seis días después reina el caos. La cifra de muertos no deja de subir. Hay al menos 67 muertos plenamente identificados. Y a estas alturas todo hace prever que el balance final podría ser bastante peor por la gran cantidad de personas desaparecidas. Solo dentro de unos días se podrá saber a ciencia cierta si se confirman las peores previsiones, que apuntan a una cantidad indeterminada de personas que fueron arrastradas al mar.
Cuando lo habitual son las alfombras rojas, los gritos y la lluvia de barro del comité de recepción de los vecinos de Paiporta tienen que ser difíciles de gestionar y digerir
El Rey se presentó el domingo en Paiporta. Seis días después de la tragedia. ¿Por qué motivo no se desplazó antes? No habría sido lo mismo si al día siguiente, sin tanta necesidad de parafernalia, de acompañamiento, se hubiera desplazado a València. Se explica que la peor mancha del largo reinado de la Reina de Inglaterra, Isabel II, es no haber visitado inmediatamente el modesto pueblo galés de Aberfan, sino ocho días después de que un desprendimiento de barro sepultara a 144 personas. También a finales de un mes de octubre, este de 1966. Arrepentida, y forzada por las circunstancias, la Reina se presentó allí y una niña del pueblo la obsequió con un ramo de flores que decía 'De parte de los niños que todavía quedan en Aberfan'. 116 de los muertos eran chiquillos del pueblo. La impasible Isabel II no pudo contener las lágrimas.
Paiporta es un pequeño municipio de apenas 4 km² (Barcelona tiene más de un centenar) con una densidad de población de 7.000 habitantes por km². 28.000 vecinos. Al sur de la Ciutat de València. Literalmente enganchado a la capital. Con un torrente, el de Xiva, que atraviesa el núcleo urbano justo por el medio. El martes, en la cuenca del barranco, llovió lo que no está escrito. No es que el barranco no estuviera canalizado. Es que no estaba preparado para aquella masa de agua que filtró torrente abajo y que cuando llegó a Paiporta la arrasó.
Al contrario que en la mayoría de las ciudades del País Valencià, en Paiporta gobierna una coalición liderada por el PSOE con Acord per Guanyar, una candidatura municipalista próxima a Compromís que, de hecho, en las elecciones de 2019, ostentaba la Alcaldía. Son datos a tener presentes. Pero que difícilmente explican una sonada bronca, tan espontánea como comprensible. El Rey, con la chaqueta manchada del barro tirado por un vecindario indignado, hacía lo imposible por calmar los ánimos de los vecinos, escoltado por centenares de policías. La Reina Letizia, que hacía su particular viacrucis, lloraba a lágrima viva, no se sabe si por empatía con la tragedia o por un recibimiento poco acogedor al que a buen seguro no está nada acostumbrada. O por todo al mismo tiempo. Cuando lo habitual son las alfombras rojas, los gritos y la lluvia de barro del comité de recepción de los vecinos de Paiporta tienen que ser difíciles de gestionar y digerir.
La comitiva real y presidencial tenía que desplazarse a Xiva. Prudentemente, han renunciado a ello. Xiva es otra localidad que ha sufrido de lo lindo los estragos causados por el aguacero. Como Paiporta, también la atraviesa un torrente, es una de tantas ciudades que se han alzado desafiando una orografía de riesgo. El urbanismo depredador no solo se ha permitido en el País Valencià. Catalunya no es una excepción. Por todas partes se ha desafiado a la naturaleza, como se han construido, en las últimas décadas, urbanizaciones invadiendo colinas de bosques a lo largo y ancho del país, urbanizaciones que son las primeras afectadas cuando el bosque arde.