Hace años que nos hemos habituado a infantilizar a los padres como auténticos bebés y a premiar al moribundo anual como si palmarla o estar jodido de los huesos fuese un mérito loable. Hace lustros que celebramos como hitos nacionales las sesiones maratonianas de solidaridad con los enfermos, anteponiendo la lagrimita a la información y la compasión al raciocinio. Hace demasiado tiempo que, en definitiva, los redactores pasan más horas buscando sintonías cursis de piano para provocarnos el llanto que no currando para que no nos vendan gato por liebre. La desgracia más grande de la pobre Nadia no es solamente el cretinismo de sus padres, sino la de vivir en una sociedad en la que los sentimientos y el sentimentalismo han substituido a la información.
En lugar de pedir perdón por haber hecho pasar por heroísmo y amor paterno una estafa, hoy los periodistas de la tribu se han dedicado a programar tertulias de mierda y editoriales excrementicias dando la culpa de todo al señor Twitter y al periodismo viral. Cualquier cosa menos decir que la han cagado, cualquier cosa menos pedir perdón por no haber contrastado las noticias antes de abrir la boca, cualquier cosa para continuar manteniendo la inmensa pedantería que está enterrando la credibilidad de los medios de comunicación. Os habéis tragado una mentira, panda de zafios, porque hace tiempo que vivís en el simulacro, os habéis creído el petardeo de un estafador no por culpa de Facebook, sino porque os la han colado como los pánfilos que sois.
Los reyes existen, Nadia: la mentira no viene de Oriente, la impostura son precisamente estos padres que te han tocado y toda su jauría de cómplices del cursilómetro. Hoy más que nunca, te has ganado el derecho absoluto a reivindicar tus ilusiones de niña. Los reyes existen, Nadia, y espero que guarden mucho carbón para los mentirosos y todos sus cómplices.