Reír es la única manera socialmente aceptada de catarsis. René Girard, el filósofo y antropólogo que nos brindó jugosas reflexiones sobre el deseo, lo sagrado y la violencia, hizo una descripción sincera del hecho de reír: "Todas las formas de reírse que no tienen nada que ver con el hecho de reír se confunden: risa por educación, risa sofisticada, risa mundana". Son risas falsas que hacen que la tensión suba mientras supuestamente la calman. Hay carcajadas nerviosas que relajan el ambiente, desarman. Y hay risas lesivas, sonrisas cuchillo.
El profesor Agustín Moreno Fernández, de la Universidad de Granada, ha estudiado los aspectos filosóficos del fenómeno de la risa y el llorar y sitúa la risa "cerca de la burla, donde hay una víctima y un chivo expiatorio. Reírse o mofarse de alguien es un acto de expulsión, de situar a alguien al margen". Como cuando lloramos, que expulsamos el polvo o cuando nos movemos porque nos hacen cosquillas. Llorar y reír, comedia y tragedia, son siempre vecinos. El emoticono de risa que nos enviamos por mensajería instantánea es una cara sonriente con unas lágrimas que saltan. El chivo expiatorio, el Barrabás colectivo, es un elemento necesario para la catarsis. El escarnio público, el ostracismo, el exilio... son aquellas distancias funcionales que pretenden servir para restaurar aquello que los políticos dicen "la paz social", como si para la paz hiciera falta siempre un castigo, una expulsión, un alejamiento.
Henry Bergson y su clásico volumen sobre la risa retratan el hecho de reír como un gesto social, pero también como una sanción: pertenece a un grupo y va en contra de otro. En los sueños y en los chistes, la realidad se distorsiona. Filósofos y eruditos, políticos y artífices del poder siempre han desconfiado de las sonrisas. San Pedro es tajante y no era hombre de veleidades humorísticas. Platón escribe en La República que "no conviene que nuestros jóvenes sean propensos a la risa", ya que si la risa es violenta puede haber una "violenta alteración del alma". Umberto Eco nos lo inmortalizó en El Nombre de Rosa. Reír es peligroso, sospechoso.
A veces, los políticos tienen ataques de risa. Lloran poco, en público. A menudo intentan arrancar sonrisas con anécdotas, para ponerse el electorado en el bolsillo, para ser afables.
Ella Wheeler Wilcox, poeta de las pasiones y periodista norteamericana, lo borda: "Reíd, y el mundo reirá con vosotros. Llorad, y lloraréis solos".