Mariano Rajoy ha sido un tipo de antilíder que cuando deje la política será reconocido como el peor presidente español desde la muerte de Franco. Bajo su mandato, España se ha convertido en un país irrelevante en el escenario internacional, desprestigiado por la corrupción y por la deriva autoritaria, y políticamente muy inestable. Sin embargo, según la ley de Murphy, cualquier situación es susceptible de empeorar y, de momento, todo apunta a que el próximo ganador de unas elecciones españolas será Albert Rivera.
Rivera no parece estar en condiciones de mejorar en nada el desastre de país que heredará de Rajoy, pero sí se le ve capaz de empeorar diversas situaciones, porque si el líder de Ciudadanos ha llegado donde ha llegado es precisamente por su capacidad de excitar conflictos y complicar los problemas para hacerlos más irresolubles, una habilidad que atribuida al candidato favorito a la presidencia del Gobierno español hace pensar que lo peor aún no ha llegado.
Rivera se puso al frente de Ciudadanos dispuesto a provocar el conflicto lingüístico en Catalunya para sacar provecho político. De entrada no tuvo mucho éxito, pero encontró apoyos fuera de Catalunya, en buena parte procedentes de la órbita del Partido Popular, y, después, ha sido la propia decadencia del PP lo que lo ha convertido en alternativa en el Gobierno de España. No solo por la corrupción. Hubo un momento en que parecía que la monarquía española se hundía, que Podemos podía liderar una opción de cambio de régimen y que Catalunya podía salirse del mapa. Fue cuando Josep Oliu, el jefe de Banc Sabadell, declaró que se hacía necesario "una especie de Podemos de derechas" y el Ibex 35 y el deep state español pensaron que Rivera daba el perfil: inequívocamente conservador, inequívocamente monárquico, inequívocamente anticatalanista e incluso simpatizante del franquismo.
Debía ser una opción centrista, que hiciera de bisagra, sustituyendo el papel que hasta entonces había jugado CiU completando mayorías del PSOE o del PP y manteniendo el statu quo del bipartidismo imperfecto. Sin embargo, la ambición de Rivera es inversamente proporcional a su talento y ya no se conforma con liderar un partido bisagra, sino que lo quiere todo y lo quiere ahora y, a pesar de las ayudas recibidas del PP, está decidido a derribarlo para arrebatarle el puesto. A la hora de la verdad, a Rivera le está saliendo la bestia que lleva dentro y disputa la hegemonía conservadora atacando al PP no desde el centro, sino por la derecha, y, siguiendo la táctica de siempre, enciende el fuego de los conflictos para sacar provecho político.
Obsérvese cómo Rivera se apunta a las causas conservadoras más radicales. Se ha erigido en el gran solidario con los guardias civiles de Altsasu abonando la acusación de terrorismo contra unos jóvenes que se pelearon en un bar. Con el escándalo de la Manada, pendiente de la opinión pública, Ciudadanos ha reaccionado tarde y mal, pero con mucha comprensión hacia los jueces y con todo el ensañamiento partidista contra el ministro de Justicia.
En cuanto a la cuestión catalana, Rivera ya no ataca directamente a los soberanistas, sino que el blanco de sus críticas es el gobierno de Rajoy, ya sea el propio presidente o cualquiera de sus ministros - Hacienda, Interior, Educación...- por no aplicar el artículo 155 de la Constitución española contra la Generalitat y sus funcionarios con toda la brutalidad imaginable. Acusa al gobierno del PP por ser demasiado blando con los catalanes como insinuando que existe alguna complicidad. Es, más o menos, la misma táctica que usó José María Aznar para relacionar al PSOE con ETA. Sin ir más lejos, Rivera aprovechó el reciente debate de presupuestos para atraer los focos sobre su persona al acusar al ministro Montoro nada menos que de connivencia con Puigdemont por no avalar los precarios informes que ha suministrado la Guardia Civil al juez Llarena sobre la malversación.
Sin embargo, la iniciativa política más miserable de Albert Rivera ha sido avalar el infame informe publicado en El Mundo sobre los profesores de Sant Andreu de la Barca. El líder de Ciudadanos ha señalado con nombres y apellidos a los docentes y reprocha al Gobierno que no haya abierto aún un expediente disciplinario contra ellos. Y eso a pesar de que el consejo escolar, con la participación de la concejala de Educación, que es de Ciudadanos, ha negado las acusaciones.
El espíritu de Rivera y de su partido es la confrontación. Sin conflicto no son nada. Su evolución hace cada día más comprensibles las simpatías que despierta en grupos fascistas y de extrema derecha. Empezaron aliados con Libertas, el grupo xenófobo europeo, y después han dado cobijo a militantes de prácticamente todos los partidos de extrema derecha que eran extraparlamentarios, desde Plataforma per Catalunya a Vox, que ahora ha visto en Ciudadanos la cordada que los lleve al poder. Es obvio que el deep state español apostó equivocadamente. Quería un partido que estabilizara la situación política española y ha inventado uno que provocará una hecatombe.