Esta semana se apagarán dos de los flancos que han ocupado el centro del espectro político durante los últimos meses y que, sin duda, sus consecuencias marcarán un antes y un después. La primera es incuestionable, el "visto para sentencia" que escucharemos, hoy, en el Tribunal Supremo, con el "carpetazo" a la "Causa General" contra el independentismo. El segundo, el desenlace de los pactos municipalistas por todo el país y, sobre todo, si se acaba confirmando lo que puede pasar en la ciudad de Barcelona, Ada Colau entronizada como baronesa gracias al "pacto de los carceleros".
Después de cuatro meses maratonianos de juicio del procés, hoy, la sacrosanta sede del alto tribunal se vestirá de largo para despedir la Causa Especial número 20907/2017, en boca del tácito Manuel Marchena y donde la soberbia, el estupor, la mentira, la gomina e incluso el olor a rancio quedarán aparcados hasta la lectura de la sentencia a principios de octubre.
Ayer, las defensas punzantes de Van den Eynde, Melero y Pina evidenciaron la parodia que ha significado este proceso judicial. Los informes finales demuestran que no existen los delitos de rebelión, sedición, malversación pública, organización criminal... y dejan entrever la desobediencia como la más plausible, con la única violencia la ejercida por las porras de los cachorros del Estado. Alegatos que demuestran que la rebelión que solicita la fiscalía, con penas de prisión de entre 16 y 25 años ―en contradicción con la Abogacía del Estado, que no ve violencia pero sí delito de sedición―, simplemente es una falacia, un engaño, una farsa, otro juicio sumarísimo tal como el que precedió el fusilamiento del president Lluís Companys. Una sentencia que no servirá para encontrar una solución para Catalunya.
E impregnada en este contexto, Ada Colau tiene que escoger el camino; la decisión que marcará su futuro político y el de los comunes: pactar con los carceleros con "el abrazo del oso" ―útil sólo para mantenerla en la silla― o, por el contrario, abrazar el movimiento de izquierdas y progresista con una Barcelona con Ernest Maragall. Escoger entre ser valiente y poder mirar con dignidad a los ojos a sus hijos o, por el contrario, tener que responder a sus preguntas de por qué pactó con la derecha fascista y reaccionaria; por qué pactar con "la izquierda del 155" del régimen del 78, justo a las puertas de una sentencia como respuesta a la persecución judicial del movimiento independentista, ante la incapacidad del PSOE para solucionar un problema político con política y quererlo silenciar con penas de prisión que pueden ser auténticas cadenas perpetuas.
No le servirá de nada mentir con aquello que "la política municipal se aleja del eje nacional, que las políticas de la ciudad necesitan grandes consensos más allá de las siglas..."; no, alcaldesa, por aquí no. La ambigüedad es pan para hoy y hambre para mañana. Se recuerda su papel durante el 1 de octubre, también los días previos. Mientras padres y madres de familia que casi llevan dos años con cadenas en el cuello por ser fieles al mandato democrático y a las urnas, me viene la imagen de aquella alcaldesa amedrentada, atemorizada, escondida y desaparecida por miedo de perder la silla y querer salvar el bastón al tiempo de descuento, cuando las hostias como panes de los nacionales ya llenaban los rotativos informativos de medio mundo.
Seguir siendo la alcaldesa con el apoyo de las élites, con los cómplices de la represión del 155; o, por el contrario, apostar por un gobierno fuerte, de consenso y de izquierdas
Hacer el bien o hacer el mal; ser o no ser; seguir siendo la alcaldesa con el apoyo de las élites, con los cómplices de la represión del 155 y con el edil Valls, el ministro racista que deportó a 10.000 personas de Francia; o, por el contrario, apostar por un gobierno fuerte, de consenso, de izquierdas y que respete las mayorías y aporte soluciones urgentes a los problemas de la ciudad.
Ada Colau puede apostar por continuar el proyecto de la izquierda caviar-progre con el apoyo de la derecha ―la crónica de un fracaso anunciado― o emular lo que han hecho los comunes en Lleida y Tarragona, dar apoyo y hacer el pacto entre el espacio de los comunes y republicanos una realidad. Apostar por la Barcelona salida de las urnas, la que demuestra una mayoría social y política decantada hacia la izquierda realista y pragmática o, por el contrario, acabar en la cola del balneario giratorio donde conocidos elefantes políticos lo esperan ―tal como Joan Coscubiela o Pere Navarro―.
No sé si lo recuerdan, pero en el 2015, justo el día después de ganar las elecciones, la alcaldesa Colau se mostraba indignada al detectar movimientos de la antigua CIU para sumar mayorías y forzar un pacto que la hiciera fuera de la alcaldía: "Eso sería un fraude de ley; una alianza contra naturaleza". En esta ocasión, el fraude de ley ha sido cocinado desde Madrid en manos de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. El experimento entre PSOE y Podemos incluye a Manuel Valls, el escogido como nueva cara del establishment socioeconómico ―y quién sabe si futuro cabeza de lista en unas eventuales elecciones en el Parlament de Catalunya― y con la finalidad de encapsular el movimiento independentista, expoliándole la victoria más importante obtenida, el baluarte que significa Barcelona.
Un gobierno municipal que estará supeditado por el toque de silbato de Ferraz y cautivado por los aires del catalán afrancesado, curiosamente, quien degradó el concepto "izquierda" y quien se cargó, prácticamente, el socialismo francés, haciéndolo del todo irrelevante para la política del Elíseo.
Si Colau acaba siendo baronesa de Barcelona, será gracias al apoyo del PSOE y Ciudadanos. Si acaba siendo así, le auguro un reinado corto, lleno de obstáculos y donde los llantos y lamentos no encontrarán el hombro de Ernest Maragall. Queda poco tiempo, pero el suficiente para acabar de explorar la fórmula que no deje en manos de la derecha fascista y reaccionaria el futuro de la ciudad.
El "pacto de los carceleros" será la constatación que el movimiento revolucionario y transformador con que se erigía el 15-M acabará siendo un farol, la muleta del PSOE, lejos de lo que tendría que ser la nueva política.
En tres días, la sentencia en la ciudad de Barcelona; en tres meses, la sentencia contra Catalunya.