Mañana, miles de constitucionalistas y demócratas leprosos se levantarán ilusionados con la sensación de que se escribe otra página a la gloriosa e imperial historia de España. El día del 40º aniversario de la Carta Magna, considerada la piedra angular de la transición democrática española y la ruptura con el franquismo, ha resultado ser más falsa que un duro sevillano. Papel mojado manchado con la sangre de los que todavía yacen en cunetas.
Son millones los que no la han votado y que contraponen el mantra de "todos los españoles votaron la Constitución". Lejos queda aquel 6 de diciembre de 1978, donde 26.632.180 personas fueron llamadas a las urnas y 15.706.078 votaron a favor (59%). 40 años después, de los 46 millones del censo de residentes en el estado español, al menos la mitad (23 millones) no la han votado. No resultó ningún mérito votar a favor. Detrás sólo había los Principios del Movimiento y las sentencias sumarísimas del Tribunal de Orden Público (TOP). Con este pretexto, la ciudadanía hubiera votado a favor de lo que podría ser poco más que un mero papel en blanco.
Los llamados "padres de la Constitución" se reunieron por primera vez una tarde de finales de verano (22 de agosto) de 1977. De los siete, la mayoría representaban la herencia franquista: Gabriel Cisneros, Miguel Herrero y José Pedro Pérez-Llorca, de Unión de Centro Democrático (UCD), y Manuel Fraga, exministro franquista y fundador de Alianza Popular (AP). Y al otro lado (teóricamente), Gregorio Peces-Barba, del PSOE, Jordi Solé Tura, del PSUC, y Miquel Roca, de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC).
Miquel Roca explicaba que el encargo fue: "Pactad y haced lo que haga falta. Esto tiene que salir bien". Pero la imparcialidad de los ponentes estaba vigilada por el aliento en el cogote de militares franquistas de gatillo fácil. Las cuatrocientas horas de debates públicos y muchas más de negociaciones secretas (por ejemplo, las del restaurante José Luis de Madrid, donde entre güisqui y largos puros, Alfonso Guerra y Fernando Abril Martorell ataron los últimos cabos sueltos del texto constitucional y pactaron 25 artículos clave) culminaban la redacción de la Carta Magna quince meses después del inicio.
El emperador Juan Carlos I fue el designado para velar por la continuidad del régimen y proteger, en la sombra, el poder del aparato franquista
Definir el modelo del Estado (artículo 1) generó uno de los principales escollos y acabó incorporando la denominación de la forma política del estado español como monarquía parlamentaria. Es decir, la Corona no gobernaba, sólo ponía la mano para cobrar. El rey fue el elegido como el jefe del Estado, la figura indisoluble que no fue escogida por el pueblo y que sólo recibió un voto, el de Franco. El emperador Juan Carlos I (con el patrocinio del dictador) fue el designado para velar por la continuidad del régimen y proteger, en la sombra, el poder del aparato franquista.
¿Y quiénes fueron los que avalaron la monarquía?
Además del apoyo de la derecha franquista, destacan los votos a favor del ponente Miquel Roca (CDC) y también de Santiago Carrillo, líder del Partido Comunista Español (PCE). Como también destaca, al principio, el papel valiente de aquel PSOE, con Luis Gómez defendiendo la república como forma de gobierno y como la única forma de defender la libertad por delante de los privilegios por razones de linaje. O el papel del socialista catalán Eduardo Martín, quien calificó de incompatible el concepto de democracia y la herencia de la figura del jefe de estado. Pero al final (como siempre) un PSOE cobarde y conformista, votando a favor y justificándolo con la posible compatibilidad de la monarquía y la democracia. Y los inexorables Heribert Barrera (ERC) y Francisco Letamendia (Euskadico Ezquerra) votando en contra, por ser la monarquía la herencia de privilegios franquistas y lejos de los principios de igualdad.
Los errores de la Constitución española
Un referéndum constitucional hecho con un censo improvisado (derecho al voto de más de 1 millón de personas a quienes no les tocaba votar) y sin ningún tipo de garantías. Sin olvidar que el artículo 2, el que habla de la "indisoluble unidad de la Nación española, patria común indivisible...", se redactó con los militares al despacho y con la mano en la culata.
Una Constitución que, 40 años después, sigue incumpliendo el artículo 1 o el 23 donde hace referencia a la soberanía o los derechos de participación política. O el incumplimiento del artículo 47, "todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada". O el 128, que dice que toda la riqueza del país tiene que estar subordinada al interés general. Eso sí, una Constitución que prevé su reforma en el artículo 10 y que fue violeta con la reforma exprés (24 horas) y con nocturnidad en manos de los del "régimen del 78". La modificación del artículo 135 permitió pagar la deuda pública a los acreedores, por delante del gasto social. Una modificación constitucional que nadie votó.
Felipe González, el franquista en la sombra
Quien escenifica mejor el engaño y la transmisión del franquismo en una sola figura (además de los monarcas) es el expresidente socialista Felipe González. Quien afirma la imposibilidad de incluir el derecho de autodeterminación en una presunta reforma constitucional. Quien dice que de nada serviría una mayoría parlamentaria independentista de más de un 50% en Catalunya para hacer un referéndum. O quien afirma que los hechos del 6 y 7 de septiembre del 2017 en el Parlament hubieran supuesto 1.000 muertos en los años treinta. Este ínclito socialista parece no recordar de qué manera fue escogido secretario general del PSOE al congreso de Suresnes (Francia), en octubre de 1974. Felipe González fue el escogido por el aparato franquista para liderar la oposición controlada por el régimen. La CIA, la policía germano-occidental y la brigada político-social española hicieron el resto. Ellos hicieron resurgir al PSOE y eliminaron el aparato histórico del partido, con Rodolfo Llopis al frente. Ellos fueron quienes patrocinaron al nuevo PSOE franquista con más de 150 millones de las antiguas pesetas. Dicen, dicen, que en Suresnes había más agentes del servicio de información de Franco que militantes del PSOE.
40 años después, podemos hacer balance y afirmar que la Constitución ha servido para alargar el pacto del silencio
Y de aquellos polvos esos lodos. La inmunidad de la Corona ha permitido tapar todo tipo de escándalos. El emperador franquista (el rey emérito) ha disfrutado de total impunidad para hacer y deshacer. Desde el caso Nóos con el testaferro de Iñaki Urdangarin (con el abogado Miquel Roca a la defensa de la infanta Cristina) a la cacería de elefantes en Botsuana. De las faldas de Corinna al todavía desconocido (se sabrá) papel que tuvo el monarca el 23-F. La ilegitimidad con que fue escogido el rey emérito, se ha transmitido a su hijo, el actual rey. Felipe VI representa la continuidad franquista, imagen que se puso de manifiesto cuando el Rolls-Royce de Franco llevó al candidato a monarca vestido de militar al acto de toma de posesión. El mismo que defendió la "Una, Grande y Libre" el 3 de octubre.
Y ahora parece que ni Pedro Sánchez con sus llamadas a medios de comunicación podrá evitar que vean la luz las conversaciones entre la reina Letícia y su "compi-yogui" (Javier López Madrid, empresario implicado en los casos Púnica o la Gürtel) y que pondrían de manifiesto los cuernos al monarca y la cuenta bancaria de la Reina en el extranjero con más de 8 millones de euros.
Por lo tanto, 40 años después, podemos hacer balance y afirmar que la Constitución ha servido para alargar el pacto del silencio, avalar la impunidad del franquismo, blanquear una pseudodemocracia que sigue violando derechos fundamentales y banalizando presos políticos, y con la decadencia manifiesta de la monarquía. Más de veinticinco referéndums en universidades de todo el Estado (esta semana tres en universidades catalanas) con un apoyo al rechazo de la monarquía con más de un 80%, en pro de la República. Y con el alarmante incremento de la extrema derecha que supondrá la ruptura del inexorable feudo socialista (a priori) andaluz, con la entrada parlamentaria de Vox.
Sin embargo, mientras los tres jinetes del Apocalipsis fascista, Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal, sigan cabalgando por las llaneras españolas, la monarquía puede estar bien tranquila. Su querido franquismo está más vivo que nunca y el papel que lo avala, como también su figura, continúa infranqueable.