Hoy hace una semana del inicio del incendio que marcará para siempre mi vida. También la de las futuras generaciones, las que tendrán que contemplar cómo se recupera un entorno, un paisaje, una tierra que ha pasado de padres a hijos, de generación a generación y que, ahora, ha quedado meramente reducida a un Pantone negro carbón, gris lunar, con el esqueleto de antiguas paredes resurgidas del pasado y decenas de miles de cepas astilladas de árboles y pinos que no servirán ni para hacer leña.
Quiero compartir con ustedes ―si me lo permiten― lo vivido los últimos días en casa, en la Torre de l'Espanyol. Eran las tres de la tarde del miércoles 26 de junio cuando el teléfono sonó, era mi madre: "¡Hijo, se nos ha quemado la masía, se ha quemado todo!". Palabras llorosas resultado de ver que pierdes lo que has trabajado durante toda la vida. El fuego arrasaba allí por donde pasaba con llamas que corrían como la pólvora atizadas por las altas temperaturas, el fuerte viento y la sequía de una tierra huérfana de lluvia desde el pasado mes de noviembre.
Llantos, desesperación... la impotencia de no poder hacer nada. El acceso a la finca familiar prohibido por los bomberos por el peligro del fuego. Desde la distancia, mis padres observaban como las llamas avanzaban 400 metros por minuto, sin poder hacer nada. "Pero, madre, a ver, ¿dónde estáis? ¿Qué veis desde el camino? ¿Hasta dónde llega el fuego?". Incertidumbre y medias palabras que no me aclaraban nada. Me levanto de la silla del despacho. Llaves, mochila y portazo del piso de Barcelona. Nervioso, Catalunya Informació, gasolina y volante; un par de horas me separaban del pueblo. Seguramente, pocos de ustedes ―y sin ánimo de ofender― sabían posicionar la Torre de l'Espanyol hasta ahora. Generalmente, era englobada con la afirmación "ah sí, por ahí abajo, en el Delta". Nunca he encontrado respuesta de por qué la gente tiende a generalizar el sur de Catalunya.
Enfilando la carretera N-420 desde el Coll de la Teixeta, dirección la población de Falset (Priorat), observo las montañas del fondo donde se dibuja una gran columna de humo teñida por un gris-rojo borroso. Subo por la carretera C-12 y justo pasar el cruce de Móra la Nova y dirección Garcia ―los dos pueblos de la Ribera de Ebro―, la columna de humo se agiganta y sobrepasa el espectro frontal. ¡Qué barbaridad! Y al llegar a la entrada de mi pueblo, no me detengo, paso de largo; cojo el desvío que lleva al camino del "Mas del Ros", la finca familiar. Justo en este punto observo a gente del pueblo que con una improvisada mesa reparten bocadillos, fruta y botellas de agua a todos los bomberos que pasan. Bajo del coche y al primero que encuentro es a Pere Jornet, un ganadero y campesino que entre lágrimas me dice: "Roger, lo hemos perdido todo, muy quemado, sube al coche que lo iremos a ver". En la furgoneta cargamos a un equipo de TV3 y seguimos el camino hacia el "Mas de l'Animé". De camino nos encontramos con la finca familiar y compruebo las afectaciones. La zona de bosque ha quedado totalmente calcinada; decenas de árboles asados y algunos quemados, pero la gran mayoría están verdes ―mi madre respirará más tranquila―. Gran parte de la explotación de olivos y almendros se ha salvado. Otros vecinos de finca no han tenido tanta suerte. Todo humea. Pero empezamos a subir, camino arriba, y el paisaje cambia; valles arrasados que todavía humean, helicópteros por todas partes, aviones bombarderos, llamas y más humo. Llegamos al "valle de los Gorraptes", da miedo, está completamente arrasado, es impresionante. Al fondo del valle, las siluetas de lo que eran pacas de paja todavía queman de manera descontrolada. En el corral los corderos todavía queman, cuatro o cinco todavía están vivos, de pie, arrinconados en la pared, con la lana quemada. Dos caballos inmóviles en el suelo, ahogados por el humo. Todo quema y el humo no nos deja respirar. Lo han perdido todo, sólo han tenido tiempo de sacar la maquinaria hacia el camino de la Palma d'Ebre. No ha habido tiempo para más. Nos abrazamos, lloramos y volvemos hacia el pueblo mientras observamos el bosque crepitar de dolor. Impactados, sin palabras, lágrimas, rabia y la impotencia de no poder hacer nada.
Es necesario un cambio de actitud, un cambio de concepción de la tierra. Hay que valorar el sector primario. Hay que valorar el sur de Catalunya
De vuelta, al pasar por delante la finca familiar, nos detenemos, bajo del coche y llamo a mis padres: "Los troncos de la entrada de la masía queman, llevad el tractor y la bota con agua". Horas de remojar los troncos de olivos centenarios que queman como una antorcha. Lo conseguimos a medias, se hace oscuro, y el continuo tráfico aéreo se detiene. Llegamos al pueblo, la luz del día se apaga, la de las llamas continúa y tiñen el cielo negro de calabaza intenso. Olor a humo, luces de sirenas. El infierno continúa.
El jueves 27 de junio paso por el centro de control de Vinebre. No puedo estar en casa sin hacer nada. La verdad es que tampoco hago demasiado en Vinebre. Los alcaldes y alcaldesas, al pie del cañón para defender el territorio. Ellos son el orgullo de nuestra casa, como también los centenares de voluntarios. El campo de fútbol se ha convertido con el helipuerto improvisado y los alrededores están llenos de bomberos, de servicios de emergencia, de Mossos. Las escuelas viejas son el espacio escogido como centro de mando, donde se hace el análisis, donde se toman las decisiones.
El día pasa entre reuniones, ruedas de prensa y actualizaciones de cómo evoluciona el fuego. Es desolador, la temperatura es altísima, la humedad baja y el viento no afloja. Decenas de voluntarios preparan bocadillos, agua y todo lo que hace falta. Llevan así desde el primer día. Personas evacuadas hacia el centro de acogida a las escuelas de Flix. Carreteras cortadas y miles de personas a la espera de saber si lo han perdido todo, o no. Por la noche es cuando se hace valer la estrategia de los bomberos para atacar el flanco principal y parar el otro mediante el cortafuegos de la C-12. La noche será larga.
El viernes 28, tengo que volver a Barcelona por trabajo y el sábado es el primer día que hay buenas expectativas, de esperanza. Al mediodía el calor es terrible. Los voluntarios siguen preparando las cajas con la comida que los voluntarios llevarán a los bomberos que se quedan en los puntos calientes del flanco más activo: "Esta para el 22, esta para el 22 bis...". Cargamos el coche de comida y agua y dos coches de bomberos nos guían por caminos estrechos donde el polvo se levanta. El paisaje es desolador, terrorífico, pero muchas masías se han salvado. Seguimos la cresta de una sierra entre los términos de Flix y Maials y después de una hora de camino aparece un camión de bomberos. Les damos el avituallamiento. El termómetro del coche marca casi 50 grados mientras las piezas de plástico del camión se deshacen. Una columna de humo aparece de nuevo al fondo de la sierra. Seguimos repartiendo y al último punto llegamos a las 17 horas. Media hora más tarde llegamos al centro de control impactados por lo que hemos visto. La noche será clave para dar por controlado el incendio. Finalmente, se confirma el domingo.
Hoy, decenas de dotaciones siguen remojando el perímetro, sine die. En el centro de comandamiento ya no queda casi nadie. La actividad frenética vivida durante los primeros días desaparece. El silencio se impone y el calor no frena.
Ahora toca levantarnos de nuevo, como hemos hecho siempre en esta tierra. Esta tierra tiene un valor activo que se dice "la gente". Acostumbrados a sufrir para salir adelante, para subsistir de lo que la tierra da y sin olvidar momentos en que es más rentable dejar el fruto en el árbol que recogerlo para mal venderlo. Pero con eso no basta, es necesario un cambio de actitud, un cambio de concepción de la tierra. Hay que valorar el sector primario. Hay que valorar el sur de Catalunya. Sólo pedimos dos cosas. Una, políticas que permitan vivir en el pueblo, en este fantástico entorno y vivir de la tierra; vivir del sector primario con dignidad, poniendo en valor la calidad del producto. Y dos, cuando vayan al súper, al mercado o a la tienda de proximidad compren productos de la tierra, de la Ribera d'Ebre, del Segrià y de las Garrigues, así sí que pueden ayudar. Ahora es hora de ayudar a aquellos que lo han perdido todo o que estarán años sin coger el fruto. Rebrotem.cat es la plataforma que nace para canalizar la solidaridad de este país ante uno de los incendios más importantes de las últimas décadas. Necesitamos de todos, de nuestros hermanos de toda Catalunya. Nada más. Hagamos que vuelva lo que el fuego nos ha quitado.