Me he leído de una sentada el Tornarem a vèncer de Marta Rovira y Oriol Junqueras. Agua bendita. Rigor, análisis y propuesta. Ni un solo reproche. En positivo. Explicando por qué motivo se ganó hasta el 3 de octubre y por qué motivo no levantamos cabeza partir de aquella fecha. Es, de largo, la mejor aportación que se ha hecho al debate para reanudar, serenamente, el camino.
Nada que ver con la hagiografía de Waterloo que contrasta, y mucho, con el trabajo periodístico del Tota la verdad. Contrasta con este por cómo se explica el pasado (cómo lo reescribe a medida) y por la acritud permanente en cada una de las páginas de un volumen que acaba por ser aburrido e interminable.
El Tornarem a vèncer es un ejercicio honesto, valiente incluso, que detecta fortalezas y carencias del movimiento independentista. Llama a maximizar las fortalezas y a corregir las carencias. Y a partir de aquí hace una propuesta que, básicamente, se reduce en trabajar mucho para cambiar las debilidades y en preparar un futuro embate.
'Tornarem a vèncer' es, de largo, la mejor aportación que se ha hecho al debate para reanudar, serenamente, el camino
Hay mucho sentido común y ninguna arrogancia. Esta última es una actitud que desdichadamente ha cotizado al alza en determinados sectores del independentismo, absortos en las purgas internas y en reducir el independentismo a un movimiento minoritario y extremista. Un movimiento que en lugar de sumar mayorías sociales, parece que las quiere dinamitar. Pocos y puros, aplaudiendo con las orejas las astracanadas de tipos tóxicos que —como el bulldog de Waterloo— han pasado de ser acólitos del PSOE de los GAL a iconos de este independentismo enajenado que se retroalimenta en las redes y pierde la fuerza por la boca.
Lejos de tanta mediocridad y mezquindad, Rovira y Junqueras hacen su propuesta y añaden que esta es la suya, pero que están dispuestos a escuchar otras, aunque de momento brillen por su ausencia. A corregirse, si conviene, a debatir y contrastar. Apuntan que el referéndum acordado, a la escocesa, tiene que ser el objetivo. Ahora bien, esta sería la mejor opción, pero el estado español se negará a ello un día tras otro. Tal como ocurrió camino del 1 de octubre. La parte catalana venía de intentar pactar el referéndum, de incontables propuestas e intentos. Si se hizo así, fue sencillamente porque el Gobierno se negó al acuerdo. Lo que nos cargó de legitimidad y razones fue precisamente nuestra política de mano tendida y la intransigencia de los otros. Por este motivo hablan, en defecto, de unilateralidad.
Pero con un matiz: primero se tienen que hacer los deberes. Es decir, corregir las carencias. Porque no queremos volver a hacer un 1 de octubre que acabe en un 27 de octubre lacónico. Con un Puigdemont abatido que acabe desflorando una margarita, ahora sí, ahora no... Queremos llegar al 27 de octubre con gas y suficiente fortaleza como para no tener que proceder a un sálvese quien pueda, que es como acabamos a finales de octubre del 2017. Lo queremos volver a hacer y esta vez lo queremos hacer bien, con todos los aprendizajes hechos, sabedores de que no será fácil ni inocuo y que dado el caso, la desobediencia civil es un medio tan válido como legítimo.