Para que no te tomen el pelo, es imprescindible hacerte respetar. También por dignidad. Cuando te pierden el respeto, te toman por el que paga los platos rotos. Poner la otra mejilla ante el porrazo solo es una invitación para que te dejen las dos mejillas como un tomate. Y para que todo el mundo se atreva. Se lo comentaba a mi amigo Joan Tardà, de quien tan pronto discrepo como estoy de acuerdo. Me refería a esta legítima investidura de Salvador Illa que exigen los Comuns con una entrega incondicional. Nada que decir de las aspiraciones del vencedor de las elecciones, más de la actitud de aquellos que ahora propugnan su investidura guardando en el baúl de los recuerdos la misma condición innegociable que remató el Govern Aragonès: el Hard Rock. En esta ocasión, sí, Joan me confesaba: "Qué decepción".
El candidato a las europeas de los Comuns/Sumar (no lo nombro, que después escribe amargamente enfadado a mis amigos) insistía: el Hard Rock no es ninguna línea roja para el hipotético Govern de Illa. Solo lo era para el Govern de Aragonès. Tanto es así que por este motivo tumbaron los presupuestos y precipitaron elecciones. Aunque, a la hora de la verdad, la sociedad tarraconense solo penalizó con sus votos a los contrarios al proyecto mientras premiaba a los favorables. Notable paradoja. Entre otros, los votos de los tarraconenses dejaron a los Comuns huérfanos de representación por la demarcación. En cambio, el PSC, defensor a ultranza del Hard Rock, se ha impuesto por goleada en Tarragona. Y es el candidato de este partido, Salvador Illa, por quien claman los comunes como si fuera efectivamente el salvador. Todo es tan líquido, tan vaporoso, que asombra.
Objetivamente, hay una sensibilidad en la dirección de los comunes, que a menudo impone su criterio, que cae siempre del mismo lado y que lo hace con pocos escrúpulos, dejando normalmente los mismos damnificados. Posiblemente el momento crepuscular tuvo lugar con la última investidura de Ada Colau como alcaldesa en unas elecciones que perdió ante Ernest Maragall. Dicen que lo que es más difícil es hacer el primer paso, pero que una vez has puesto el pie en el barro, el segundo lo embarras con ligereza. De hecho, las actuales aspiraciones de Puigdemont a la investidura se inspiran en la misma filosofía de Colau. O en la última ocasión de Collboni. Solo que si estos recurrieron a Ciudadanos y al PP, Puigdemont lo pretende de Pedro Sánchez.
La ideología (los grandes principios) se convierte en verborrea barata para justificar todo tipo de tejemanejes
Los comunes decidieron que para retener la alcaldía y cerrar el paso al republicano Maragall, valía todo. Y con mucho gusto —o cuando menos, ávidos de poder— pactaron con "la peor derecha de la ciudad". Si ayer la línea roja fue el Hard Rock, anteayer el cordón sanitario que pactaron con Collboni fue evitar que Maragall fuera alcalde. Collboni incluso se recreó cuando Colau hizo ver que una vez ejecutada la sentencia contra Maragall, podría ser clemente con los republicanos.
La última ocasión, alcaldía de Barcelona 2023, también tuvo como damnificado colateral a ERC. Los comunes de Colau decidieron que, para evitar un pacto Trias-Maragall, pactar con el PP era tan legítimo como necesario para evitar, se supone, la terrible catástrofe que habría sido para el gobierno de la capital de Catalunya un gobierno de estas características.
A todo esto, los comunes gobiernan con el PSOE en Madrid gracias a los votos de ERC y... de Puigdemont, que insiste en el título de legítimo president por oposición a otros que no deben ser legítimos o no lo suficiente legítimos, aunque hayan sido legitimados por las urnas. La enésima paradoja, no obstante, es que los mismos votos que se reclaman imprescindibles para parar a la derecha española en Madrid, son aquellos contra los que PSC y Comuns determinaron un cordón sanitario en la capital catalana, aferrados a los votos de la misma derecha que en Madrid señalan como un peligro para la democracia. Si aquí no chirría nada —y a nadie se le cae la cara de vergüenza— es por la frivolidad que caracteriza los acuerdos y las etiquetas en función de los intereses coyunturales o crematísticos. La ideología (los grandes principios) se convierte en verborrea barata para justificar todo tipo de tejemanejes.
La izquierda a la izquierda del PSOE no tiene ya ni una cuarta parte de los electos del nuevo Parlament. Y quizás, gracias, según cómo vaya todo. Y no será porque los gobiernos respectivos, de aquí y de allí, no hayan basculado a la izquierda. Para más inri, resulta que los comunes no están en el Ayuntamiento de Barcelona (en el sottogoverno, sí, pero en el gobierno, no), porque Collboni no los quiere. De hecho, Illa tampoco los querría en su Govern.
Los republicanos se encuentran entre la espada y la pared. Hagan lo que hagan en esta coyuntura adversa, hay un riesgo más que notable. Tanto si se apuntan a nuevas elecciones, el deseo de Puigdemont, como si llegaran a algún tipo de acuerdo con Illa, estarán en el ojo del huracán. Será como una invitación, a ambos lados, a ensañarse con ellos.
Todo es posible. Todo, menos seguir poniendo la otra mejilla. Defender con vehemencia tu decisión, con convicción, con un espíritu generoso pero combativo, es una necesidad imperiosa. Sea cual sea esta decisión. Es la base de hacerse respetar.