Una de las consecuencias de la cirugía estética es que borra las emociones. Si miráis alguna película comercial de Hollywood, lo entenderéis rápidamente. Un ejemplo: Nicole Kidman, una mujer de cincuenta y siete años que quiere aparentar veinticinco, se ha estirado tanto la piel de la cara para parecer algo que no es que, si no escuchas el diálogo y no oyes el tono de voz que utiliza, eres incapaz de saber si está contenta o enfadada. Tiene el rostro tan tenso que cuando se ríe no se le mueve ni una sola línea de expresión (básicamente porque no tiene ninguna). ¿Dónde están las emociones? ¿Dónde han ido a parar? Pues en el cajón de la represión, porque su rostro expresa exactamente lo que siente ella: nada. Ha reprimido todas las emociones y las ha estirado para que no se vean. Ha preferido borrarse las emociones de la cara para poder seguir trabajando en Hollywood que mandarlos a freír espárragos y ser ella misma. Ha renunciado a ser quien es por dinero, fama... Diría que Nicole tiene dinero suficiente para vivir trescientos años sin trabajar o haciendo películas producidas por ella donde salgan mujeres expresivas y emotivas. Da repelús ver un rostro que no expresa nada; incluso diría que da miedo. He dejado de ver películas donde salen mujeres u hombres sin líneas de expresión porque no me creo los personajes. Hollywood es una fábrica de rostros y cuerpos idénticos. No hay nada más aburrido que ver siempre lo mismo.

A muchas chicas, cuando terminan el instituto, les regalan unos pechos o unos labios nuevos

Todo el mundo se opera para parecer más joven, más guapo, más inteligente… Ay, no, eso no, que no hace falta ser inteligente ni para trabajar ni para ligar. A muchas chicas, cuando terminan el instituto, les regalan unos pechos o unos labios nuevos. Seguramente hay alguna persona muy acomplejada que operándose puede ser feliz (lo dudo, pero pongamos que hay alguien que con una simple operación puede ser feliz), y no hablo de personas que han sufrido alguna enfermedad o un accidente, hablo de gente que ha nacido con una nariz «grande» o «torcida» o con unos senos «pequeños» o «mal hechos» (he puesto comillas porque todo es tan subjetivo que no me atrevería a decir qué es grande, pequeño o mal hecho), pero que la mayoría de las chicas jóvenes se operen o se inyecten algo en el cuerpo no es normal. Queremos jugar a ser Dios y la vida no funciona así. Queremos controlarlo todo (al menos queremos creer que podemos controlarlo todo) y la realidad es que nadie puede controlar nada. Te operas la nariz porque consideras que es grande y que no entra dentro de los «cánones» de belleza, y resulta que entonces te enamoras de un chico al que le encantan las narices grandes, pero que no soporta los culos planos, y te pones un culo postizo para gustarle (aunque tú dices que lo haces por ti, para verte mejor), y así ad infinitum, hasta que ya no te reconoce ni la madre que te parió. Puedo entender que alguien que ha tenido un accidente o una enfermedad que lo ha desfigurado se quiera reconstruir el cuerpo o el rostro con cirugía estética o poniéndose prótesis para poder llevar una vida independiente y sentirse a gusto de nuevo con su físico. Puedo entender también que la mayoría de las chicas quieran operarse para parecerse a la influenciadora de turno. Incluso puedo entender que Nicole Kidman se haya planchado la cara. Puedo llegar a entenderlo todo si me lo explican bien. Pero sería interesante que empezáramos a pensar por qué hacemos lo que hacemos y si es la mejor decisión.

 

La vida es incontrolable, aunque nos creamos dioses. Por mucho que nos operemos, no dejaremos de ser quienes somos. ¿Hay que operarse para gustar o para conservar un trabajo? En el caso de Nicole Kidman, diría que no: tiene dinero para hacer lo que quiera. ¿Hay que estar con una persona que no te acepta tal y como eres? Yo, ahora, que tengo cuarenta y cinco años, digo que no. La vida es mucho más sencilla: basta con ser uno mismo y aceptarse, y el resto ya viene solo. La persona que realmente te quiere te aceptará tal y como eres; si no lo hace, puede que no sea la persona que necesitas en tu vida (sea una pareja o un amigo). ¿Por qué no intentamos mejorar intelectualmente, conocernos mejor y saber quiénes somos y qué queremos realmente en vez de empezar a poner parches con el bisturí? ¿Cuántas preguntas, verdad? Pero todas quedan resumidas en una: ¿quién soy? Querer agradar es una necesidad que no tiene fin. Centrémonos más en el interior que en el exterior, y seremos todos más felices. ¡Feliz Navidad!