"El que es un miserable no deja de ser miserable en carroza, a caballo y a pie. Por eso no creo nunca a ningún miserable, ni en el arrepentimiento de ningún miserable."
Goethe

Cuando ya pensaba haber visto y olido todo el fango que mana en torno al que realmente sepulta a Valencia, oigo a Pedro Sánchez utilizando la tragedia para presionar la aprobación de unos presupuestos generales para los que tiene máxima dificultad —Junts, Podemos— y de los que, como es sabido, depende el futuro de la legislatura. No hay otra interpretación posible de sus palabras: "espero que tengamos el apoyo de la cámara para aprobar y tramitar unos presupuestos que hoy son aún más necesarios que ayer" y yendo aún más allá, "ahora hay más razones que nunca para impulsar unas nuevas cuentas estatales", remachando con "la responsabilidad de aprobarlos se multiplica hasta límites colosales".

No doy crédito a que sus nuevos chamanes del relato y la estrategia no hayan visto la ruindad de poner tal discurso en boca del presidente del Gobierno, colocando en un lado de la balanza los muertos, el desastre, la destrucción, y en el otro su necesidad inclemente de aprobar unas nuevas cuentas. No hay otra interpretación posible, si hoy son "más necesarios" es por el inmenso desastre y si hay "más razones" para sacarlos adelante es por la tragedia y si se "multiplica hasta límites colosales" la responsabilidad del que le diga que no es por la catástrofe que ha costado vidas y haciendas.

Es necesario darme el respaldo político para toda la legislatura si no queréis pasar como perjudiciales para los valencianos, podía haber afirmado Sánchez directamente y hubiera sido lo mismo. Lo que sucede es que no es cierto. El gobierno podría presentar un presupuesto extraordinario para las ayudas a la Comunidad Valenciana y resto de territorios afectados, que no encontrarían la oposición de ninguno de los grupos parlamentarios con casi total seguridad. Es lo que espera, según ha dicho: un apoyo mayoritario a esos presupuestos generales que le servirían de salvavidas político para seguir en el poder esos mil días más. La fórmula del presupuesto extraordinario para subvenir a una catástrofe tiene buen número de precedentes y la han utilizado presidentes del gobierno como Calvo-Sotelo (inundaciones de 1980), Felipe González (crisis económica de los 90) o Rodríguez Zapatero (terremoto de Lorca y crisis financiera de 2008). De facto, Sánchez aprobó más de diez mil millones en el Consejo de Ministros de ayer.

La legislación recoge los créditos extraordinarios y suplementos de crédito precisamente cuando deba realizarse algún gasto con cargo a los presupuestos que no pueda demorarse para el ejercicio siguiente, no exista crédito adecuado, no sea suficiente o cuando su dotación no resulte posible, y en este caso los arbitra el propio Consejo de Ministros. Lo que nunca se había visto era utilizar la necesidad de ayuda económica importante a consecuencia de un desastre como palanca para desatascar una ley eminentemente política —los presupuestos generales son la ley más política de todas— haciendo al resto de grupos rehenes de la tragedia para dar un espaldarazo a tu gobernanza.

No doy crédito a que sus nuevos chamanes del relato y la estrategia no hayan visto la ruindad de poner tal discurso en boca del presidente del Gobierno

No puedo estar más decepcionada con esta última muestra de catadura moral. No es la única, ha habido más por parte de demasiada gente, y mucho me temo que asistiremos a otras de peor índole. No debieron darse cuenta el pasado domingo de que solo engañan a sus parroquias y de que la gente —no me gusta usar "el pueblo" por el abuso que la antipolítica está haciendo del término—, la gente les ve ya hasta las costuras a todos. Probablemente, tengamos la peor generación de políticos en los tiempos de más zozobra: gentes sin ninguna virtud para la gestión en circunstancias difíciles, sin afán de servicio a la ciudadanía, sin otro horizonte de grandeza que mantenerse en el poder o perjudicar a sus adversarios, sin conocimiento de lo que significa sacrificarse por el bienestar de sus administrados, esos que pagan impuestos en los países del primer mundo, entre otras cosas, para estar seguros de que serán asistidos en caso de hecatombe.

Supongo que conocen la teoría del queso suizo del sociólogo James T. Reason, que se utiliza habitualmente para explicar cómo se producen los accidentes de aviación y todo tipo de catástrofes. Consiste básicamente en asumir que los desastres se producen por una confluencia de varios factores. Visualicen unas lonchas de queso suizo con sus agujeritos, cada una sería un factor bien personal, organizativo o sistémico, y los orificios representarían los fallos que son indisociables a la naturaleza humana. Para que se produzca una catástrofe, esos agujeros deben alinearse de modo que dejen pasar un hilo que conduce al desgraciado final. Así que es absurdo pelearse por una única causa o un único responsable del horror valenciano y de las víctimas mortales que podrían tal vez haberse, si no evitado, sí reducido. Una loncha es AEMET y otra, la Confederación del Júcar, y otra, el desaparecido director de emergencias de Valencia, y el propio presidente Mazón, que no pulsa la tecla de la alerta en los móviles hasta que es demasiado tarde y no eleva la categoría del evento a 3, y tenemos la loncha del Ministerio del Interior, que pudo subirla él mismo y tomar el mando, y la loncha de un gobierno que más de 48 horas después del desastre aún estaba "esperando la petición" de Mazón para enviar ayuda, siendo que la propia UME ya desplegada podía haber solicitado al JEMAD todos los efectivos necesarios, y la loncha de las ayudas de bomberos de otras partes que se desestimaron y la loncha de Feijóo dando apoyo a su barón, y la loncha de un gobierno central encogido de hombros para que se cueza el valenciano en su propio desastre y las lonchas que quieran añadir. Solo la unión de los agujeros, los fallos, en cada loncha explica el resultado terrible del mayor desastre causado por la naturaleza en décadas. Los agujeros de las lonchas técnicas pueden ser analizables y mejorables, los de la naturaleza calculadora y tacticista de los responsables políticos no tienen parangón ni remedio hasta que la honestidad y el servicio al interés general no vuelva a los responsables de regir la vida ciudadana.

Todas las excusas que hemos oído son deleznables. No querer ceder el mando al gobierno central, enrocarte en tus competencias, no da ningún derecho a despreciar las vidas de tus ciudadanos y para socorrerles debes aceptar el concurso de Dios y del diablo. González envió al ejército a Bilbao en las inundaciones de 1983 y después llamó al lehendakari para ofrecerle ponerse al frente de la coordinación de las labores de emergencia. A las cinco de la tarde del jueves, dos días después, todavía se insistía desde el gobierno en que nada podían hacer si la comunidad no decretaba la emergencia y pedía los medios. No hace falta establecer paralelismo. El ministro de Transportes, con competencia única en vías y ferrocarril, sin embargo, ha desplegado una actividad excepcional, esos puntos positivos iban todos al ejecutivo, no se repartían con nadie. El enrocamiento absurdo de Mazón —que ya se ha ahogado políticamente en este desastre— debería haberse enmendado con urgencia por parte del gobierno central, porque había vidas pendiendo de un hilo, vidas que aún podían salvarse y porque la desesperación de esos miles de personas a oscuras, en sus casas destrozadas, metidos en el lodo e incomunicados sin recibir la esperanza en forma de auxilio desgarran a cualquiera con un poco de humanidad.

"Yo estoy bien", ha dicho el presidente del Gobierno. Debe ser casi el único. Lo hizo a preguntas de los periodistas sobre la famosa agresión que ha aireado el PSOE y de la que él no hizo ninguna precisión. No existe ninguna constancia, ya que en el video que se ha difundido el palo no le alcanza a él sino a otra persona y que las diligencias no se han abierto en la Audiencia Nacional, que sería la competente de haber sido el presidente el agredido.

No puedo explicar hasta dónde llega mi profunda decepción, mi indignación y mi revuelta, no respecto a los ideales que siempre me han movido, sino frente a las personas que pretenden encarnarlos. De los otros poco puedo decir, para defraudarte tienes que haber esperado de ellos alguna cosa.