En público y en privado, en ERC vuelan cuchillos. La crisis abierta es un escenario goloso para los que pretenden encasquetarles la culpa de todas las renuncias hechas durante el procés. Los convergentes sacan tajada porque entienden que los republicanos les pueden servir de chivo expiatorio. Es un escenario suculento: en un momento de desafección política y desconfianza ciudadana, lo más fácil es excusarte a través de la porquería del otro. Que el malestar del país, que la crisis nacional —con todas las crisis que la componen—, parezca un artefacto ideado por Oriol Junqueras. Que la abstención sea toda culpa de Sergi Sabrià. Que la descatalanización sea culpa de Gabriel Rufián. Que la fiscalización política que una parte bastante importante de ciudadanos pide dependa de la vehemencia con la que nos miramos por encima del hombro a estos simples de ERC, que han estado tan torpes que no han sabido hacer el juego sucio desde la discreción que la bajeza moral exige.

A los convergentes, el hundimiento jerárquico de los republicanos les va como anillo al dedo para sacudirse las pulgas de encima. Son dos pájaros de un solo tiro. Es una nueva oportunidad para replegarse y exhibir solidez, y que el president Pujol y el president Mas hayan escogido el momento actual para hacerse militantes de Junts no hace más que confirmarlo. El escenario es ideal para que la sed de poder de los republicanos, habiendo hecho lo que han hecho, parezca antinatural. Los convergentes, en cambio, siempre han sabido revestir bastante disimuladamente esta misma ansia de un sentido de pertenencia a las instituciones, de una grandilocuencia que les justificara casi desde la espiritualidad el afán de gobernar a los catalanes. Pero la crisis nacional que el país enfrenta no se acaba ni cambiando la cúpula republicana, ni enviando a casa a los artífices de unos carteles, de unos grafitis y de un envío de mariachis.

Junts aprovecha el contexto de la investidura para seguir haciendo llamamientos vacíos a la unidad independentista, que no son más que llamadas a los republicanos para que se sometan de nuevo a su autoridad

Lo que está pasando en ERC es sintomático: la confrontación para repartirse las sobras de la autonomía erosiona la cultura democrática del país —y de sus partidos— porque normaliza como nunca la mentira, rebaja el nivel del debate público y reduce la política a parcelas de conversación estériles. La reculada trajo todo esto, y mientras que en Junts pusieron todas sus fuerzas en enmascararlo, en ERC corrieron a aprovecharse. Fueron los primeros en hacer retroceder la retórica porque querían ampliar las posibilidades de ser el partido hegemónico del autonomismo y, desde entonces, los convergentes se han encargado de hacerles parecer los desertores. Hace siete años que en Junts utilizan las renuncias de los republicanos para excusar las suyas, para que parezca que no somos independientes a causa de su incompetencia: no saben negociar, no saben gobernar y, por lo tanto, no merecen más que adaptarse a su papel histórico de muleta.

El arma convergente para ganar la batalla de las sobras es la culpabilización. En realidad, sin embargo, la única incompetencia republicana —cuando recularon, cuando pactaron con los socialistas o cuando forzaron un gobierno en solitario desde la megalomanía— es la de no haber sabido disimular mejor. Es decir, no haber sabido disimular con la socarronería de un convergente. Ahora, Junts aprovecha el contexto de la investidura para seguir haciendo llamamientos vacíos a la unidad independentista, que no son más que llamadas a los republicanos para que se sometan de nuevo a su autoridad. Las condenas al "juego sucio" republicano son la herramienta moral para cincelar la servidumbre perdida, como si Sergi Sabrià hubiera sido muy diferente de Francesc de Dalmases o Albert Batet. En el fondo, para los convergentes, sacar tajada es una manera más de disimular.