La cumbre de Seguridad en Múnich ha confirmado la embestida múltiple de Trump. Ya sabemos que Estados Unidos está dispuesto a desenchufarse de la seguridad comunitaria, abrir una guerra comercial arancelaria, dejar de ser un aliado natural, volar la diplomacia como vía de negociación y desestabilizar el núcleo duro de las democracias liberales con injerencias electorales incluidas. Por razones históricas, era muy difícil imaginar a unos Estados Unidos defendiendo el nazismo y a la ultraderecha. Era impensable un discurso de un vicepresidente americano defendiendo los valores de Putin frente a la Unión en una alianza con Rusia sin complejos. JD Vance ha abierto la guerra cultural desde el apoyo interesado a los extremismos y las autocracias. Y aquí estamos, insultados por la primera potencia en plena mutación de una segunda legislatura de coordenadas desconocidas. Si en 2016 Trump no tuvo tiempo de desplegar sus intereses geopolíticos —presumiendo del mandato con menos conflictos abiertos—, este ha arrancado con el pulso al orden global y la redefinición de las zonas de influencia.

¿Cómo reconocer a estos EE. UU. e interactuar con un interlocutor así? De la conmoción a la reacción, Europa ha pasado de la prudencia con los aranceles a tomarse en serio su seguridad. Ucrania es un símbolo europeo frente a la agresión y los regímenes expansionistas. Estados Unidos, en su divide y vencerás, no es un mediador de la paz, sino un aliado del agresor. Europa no es un país. No es China, Rusia, Estados Unidos. Es un espacio donde los veintisiete necesitan un entendimiento común. Su problema no es de autoestima, es de complejidad y lentitud en su coordinación

Trump no quiere abandonar el espacio europeo, pero sí imponer el sello de su matonismo. Llegar a la negociación con el adversario desestabilizado. Una vez atemoriza al de enfrente, cualquier término medio es un alivio para el débil

La reunión informal de París ha sido un revulsivo y confirma que el debate no solo está en cuánto tiene que aumentar el presupuesto en defensa. La clave es para qué y con qué fin. En lo nacional, se polemizará mucho con la dificultad de Pedro Sánchez para aprobar una subida. Pero ya lo hizo antes. El PSOE aumentó el gasto militar con Podemos y Sumar sin pasar por el Congreso y tendría al PP a favor para una votación así. España está a la cola en el compromiso de aportación a la OTAN y el compromiso del 2% de inversión podría acelerarse antes del 2029. Aunque el rifirrafe político será ese, cómo Sumar se opone a disparar la inversión militar, la discusión de calado es europea. Ningún Estado miembro decidirá por su cuenta qué hacer. Polonia pide el 4%, España se compromete a un 2% y no será obligatorio en el corto plazo. Con estas cifras, la propuesta informal de Sánchez en París tiene sentido cuando plantea “concebir la seguridad como un bien público europeo” y buscar “mecanismos mancomunados” para financiar un aumento. De nuevo, quién más tenga, que más gaste. 

La reunión de París sirve también para no comprar el discurso de Trump. Europa ha gastado más en Ucrania que Estados Unidos, 134.000 millones de euros frente a 119.000 millones. Y pide un 5% de inversión en la OTAN cuando Estados Unidos no llega al 3%. Trump no quiere abandonar el espacio europeo, pero sí imponer el sello de su matonismo. Llegar a la negociación con el adversario desestabilizado. Una vez atemoriza al de enfrente, cualquier término medio es un alivio para el débil. Así gana. 

La exministra de exteriores Arancha González Laya, actual decana de la Paris School of International Affairs, ha colocado bien el marco del debate. “Estados Unidos quiere que Europa sea su vasallo” y en estas condiciones la mejor manera de negociar es “con la pistola cargada sobre la mesa”. No es cierto que EE. UU. no necesite a Europa. Al contrario, abandonarla lo debilita. Deshacerse de la Unión aumenta la influencia de Putin frente a Trump, empuja a los 27 a aumentar las relaciones comerciales con China y debilita los tratados internacionales mientras Asia refuerza los suyos. La estrategia de Trump es paralizar a Europa mediante el denominado por Macron “electroshock”. Detectada la táctica de amedrentar para ganar, Europa se ha sacudido el shock en una semana.