La independencia se podía hacer de dos maneras: una limpia y tranquila y otra sádica y más lenta. Ya he explicado muchas veces que, con el 9-N, las élites del autonomismo empujaron el país hacia la segunda vía. Enredados por los intereses personales de sus interlocutores en Catalunya, los españoles han optado por una estrategia que los irá destruyendo poco a poco, con el peligro que esto comporta.
El gobierno de España está ante Catalunya como los marines norteamericanos ante la mula Francis, aquel animal que hablaba como un hombre inteligente contra toda lógica y todo pronóstico razonable. Leyendo los diarios catalanes, y viendo los términos del debate que se desprende de las declaraciones y las tertulias, casi cuesta menos entender la política de Rajoy que la guerra que ha logrado dar el independentismo.
Incluso Puigdemont, que es el presidente más normal que hemos tenido, engañó el miércoles a los españoles cuando dijo en TV3 que Catalunya se habría conformado con una solución intermedia. Tenemos la violencia tan interiorizada —los líderes sociales especialmente— que nos cuesta aceptar que, sin la amenaza del ejército, un referéndum celebrado en 1980 habría dado unos resultados parecidos a los que tendrá el 1 de octubre.
Todavía hoy, en el entorno de Junts pel Sí, hay dirigentes que quieren utilizar la fuerza del referéndum para obligar a Madrid a negociar porque no se pueden imaginar fuera de España. La reacción del Ara a las amenazas de la fiscalía, o la política de la Corporación con TV3 y Catalunya Radio, son otra muestra que, hasta ahora, las cloacas del Estado más eficaces no han sido precisamente las de Fernández Díaz.
El teatro español de guardias civiles y de fiscales necesitaría, para funcionar, que también funcionara el teatro catalán que sostenía a la vieja CiU con la ayuda de La Vanguardia, El Periódico o el diario Ara. Este teatro, sin embargo, resulta que cada día engaña menos a los catalanes. Por eso, al contrario de lo que preveía Enric Juliana, a medida que Catalunya destruye el marco autonómico es el bando español el que se recalienta.
Con el tiempo veremos como la misma dinámica que se cargó el autonomismo cuando CiU perdió la credibilidad de tanto gesticular, ahora hundirá el sistema de 1978 y asfixiará la justicia española en sus propios vómitos jurídicos. Cualquier sociólogo sabe que no hay ningún régimen que se aguante sin la colaboración activa de una parte importante de la población. Incluso una dictadura necesita la complicidad incondicional de una parte del país que tiraniza.
Aunque ningún analista lo haya señalado, el número de voluntarios del 1 de octubre es parecido a lo que tuvieron las consultas del 2009 y 2011. El crecimiento de la ola refrendaria era previsible y, en teoría, se podía haber portado de una manera más amable, si no fuera que somos humanos y que hay gente que prefiere morir agarrada al mendrugo de pan, que arriesgarse a ir por libre.
El gobierno del PP ha sacado la porra esperando que Catalunya reaccionaría como lo han hecho sus políticos y analistas de los últimos 40 años y el pueblo ha estallado a reír. Ahora la destrucción del imaginario de la Transición y de la nación española en Catalunya será todavía más honda y dolorosa de digerir de lo que hacía falta. Da igual si Trapero da pescadito a Madrid, cuántos papelitos se envían a los alcaldes o que la Guardia Civil se prepare por si tiene que invadir Barcelona el dia 1 de octubre.
Las declaraciones de Juncker dando validez al referéndum parecen un intento de evitar que España se haga más daño de la cuenta y que, de rebote, acabe perjudicando a Europa. Aún así, como pasó con la escalada que llevó a la Primera Guerra Mundial, no confío en que el Estado pueda detener su carrera loca hacia la oscuridad, antes de sufrir una crisis de caballo y darse cuenta de que Franco i Felipe V hace mucho tiempo que crían malvas.
Pobrecito Felipe VI: me parece que, por suerte, esta vez no se conseguirá el efecto y se notará el cuidado.