No sé si el propio Sánchez —sí, Pedro Sánchez, el presidente del gobierno de España— o alguno de sus asesores, o todo el partido socialista español, han sido espectadores habituales del programa "Sálvame" de Telecinco; en cualquier caso, no pueden ser mejores discípulos. No es fácil calificar un programa televisivo de tanto de éxito como nefasto, pero lo era sin duda alguna; solo faltaba añadirle ahora un legado como este.
El programa rosa —un color que no le pegaba, porque reunía todas las tonalidades de la basura— generaba expectativas de bomba televisiva sobre noticias autogeneradas que eran solo humo, pero que les permitía aguantar un programa tras otro con las espectadoras y los espectadores pegados a la silla para acabar sin saber nada sobre las miserias anunciadas. Eso exactamente es lo que ha hecho Pedro Sánchez con la carta, los días de reflexión, la manifestación y la declaración de ayer para tener a las españolas y los españoles pendientes de él; que se ha traducido como pendientes de sus vicisitudes humanas. El de la humanidad, incluso el amor, es un aspecto que se ha destacado mucho desde las filas de quienes lo defienden, pero en mi caso solo he logrado ver un sainete penoso para hundir, siempre se puede más, el ya indefendible nivel de la política española.
Y no es que no me guste que los personajes públicos no se muestren y se definan solo por el trabajo que hacen, sino también por su vida particular, privada y familiar; más todavía los hombres, porque nos falta mucho, como sociedad, valorar de forma integral a las personas y no hacerlo solo por las capacidades que les reconoce el mercado. También el mercado político. Pero en este último caso no hemos visto nada de eso, solo hemos visto —y ya se veía venir de entrada— una jugada política para llegar a hacer un programa más y un tour televisivo completo. Igual que en el show de la tele.
Hemos visto una jugada política para llegar a hacer un programa más y un tour televisivo completo, igual que en el show de la tele
Ahora bien, el destino es caprichoso y ha hecho ocurrir esta puesta en escena teatralizada con la muerte de la madre del president Puigdemont. No haré ninguna comparación, por una cuestión básica de respeto y porque en ningún caso estaría a la altura. Solo diré que no es la primera muerte que afecta a una o uno de los exiliados con motivo del procés catalán, y lo tienen que vivir desde la lejanía impuesta. Y no solo nadie hace aspavientos, sino que me duele que a demasiada gente eso no lo conmueva, no le remueva su humanidad. Menospreciar qué es el exilio, lo que significa y el precio que están pagando los que ahí se encuentran, manifestar que los que se marcharon perpetraron un acto de cobardía y otras barbaridades semejantes, vuelve a situarnos en las categorías éticas y morales de "Sálvame". De hecho, es el mismo tipo de basura, aunque se haga desde púlpitos supuestamente intelectuales.
De hecho, lo que tendría que remover el exilio es la democracia, precisamente en el sentido contrario de lo que lo está haciendo; pero esta asignatura, la de la democracia, no es que la hayamos suspendido, es que hay demasiada gente —y no de la derecha identificada— que no se ha matriculado nunca, por más manifiestos y adhesiones que firmen.
Hasta ahora, a Sánchez todo le ha salido bien, pero no sé qué decir de esta jugada: para mí que debería pasarle una factura grande. De todas y todos es bien sabido que "Sálvame", a pesar de su éxito de audiencia —en un tiempo, para mí, incomprensiblemente largo—, también terminó.