No hace falta ser la farola más luminosa de la calle para intuir que cuando el gobierno de Salvador Illa proclama "Sant Jordi es de todos", está anunciando un Sant Jordi más español que nunca. Que este "todos" implica descatalanizar la celebración del santo patrón para que incluso aquellos que no respetan la categoría de patrón nacional puedan salir a presumir el día veintitrés sin tener que sentirse demasiado catalanes. Que este "todos" nace de la idea de que lo que tienen en común los que viven en Catalunya no es la catalanidad y no tiene que serlo, porque, de hecho, Sant Jordi ya es de todos. Concretamente, de todos los catalanes. La "despolitización" es política: vaciar Sant Jordi, empequeñecer todo lo posible la senyera en todas partes y llevarlo a Madrid es desprenderlo de su naturaleza, ignorar la tradición que hay detrás y disolver cualquier gesto de reivindicación cultural nacional que de él se pueda desprender. Es una provincialización, porque en el imaginario del PSC, Catalunya ya es solo eso: una comunidad autónoma con folclore.
Este sobeteo cínico, esta cosmética en torno a los símbolos y la cultura con ánimo de resignificarlos, siempre es sinónimo de españolizarlos. Un president de la Generalitat en Madrid con motivo de Sant Jordi —pero el día veintiséis— es una imagen tan desacomplejadamente colonial que no se presta a buscar segundas lecturas. "Catalanizar" España siempre significa españolizar Catalunya: en la necesidad de tener presencia ahí, o de cortar el bacalao, o de exportar aquello con lo que nos identificamos, se revela la falta de voluntad de romper el vínculo —por supuesto—, pero también la falta de voluntad de dejar de observar la catalanidad como algo subalterno, como una identidad secundaria que solo es válida de existir pasada por el cedazo y el vaciado de la españolidad y, por lo tanto, que no es válida de existir si no hace de muleta de la nación que la minoriza. En lo que una comunidad política toma como elemento identificativo, en la unicidad sobre la que se repliega, se manifiesta la voluntad de diferenciarse colectivamente del resto. El trabajo del PSC y el trabajo del españolismo político y cultural es el de construir un relato de equilibrios en el que esta diferencia nuestra nunca sea lo bastante importante y siempre sirva para rendir obediencia a la nación española: que la catalanidad sea tan insignificante que solo pueda ser una variante de españolidad.
La voluntad de los socialistas de Catalunya es españolizar Catalunya, diluir la cultura y las tradiciones del país en la españolidad para convertir el nacionalismo catalán en una anomalía de cuatro chiflados
"Queremos que este Sant Jordi contribuya poderosamente al vínculo entre Catalunya y Madrid", decía Núria Marín. Cuando el españolismo habla de "vínculos", en realidad siempre habla de sumisión. Cuando habla en nombre de la fraternidad, siempre habla de estigmatización. Cuando tiene la necesidad de hablar de "todos" para presentar un patronazgo bajo el cual se cobija una comunidad política, lo hace porque en realidad entiende el valor de los símbolos y necesita desvincular el patrón de su connotación identitaria y del colectivo que en él se refleja. Que el Govern de Salvador Illa sea tan obvio en su españolismo, a priori, no es ninguna buena noticia: se sienten lo bastante fuertes y los que son partidarios de esto son lo bastante numerosos como para no tener ni que disimular, ni autojustificarse. Su obviedad, no obstante, hace del escenario político e ideológico un espacio mucho más diáfano y honesto: la voluntad de los socialistas de Catalunya es españolizar Catalunya, diluir la cultura y las tradiciones del país en la españolidad para convertir el nacionalismo catalán —eso es, la voluntad de ser y de existir sin hacer de muleta de nadie— y la catalanidad desacomplejada en una anomalía de cuatro chiflados, en una manía de los indígenas. Quien colabora lo hace porque es consciente de que colabora con esto. A Llucia Ramis, un beso desde aquí.