La noche del 31 de diciembre, o también conocida como la noche de San Silvestre o la noche de Fin de Año, recuerda uno de los papas que ejercieron después de una época de libertad. Silvestre fue papa justo en el momento en que se promulga el famoso Edicto de Milán (313), propiciado por el emperador Constantino, un texto que abría la puerta a la libertad de culto. El cristianismo ya no se perseguiría más. Con aquel decreto empezaba una fase de tolerancia y se acaban las persecuciones a la religión. Papa Silvestre fue un pontífice libre. Probó la paz después de siglos de tribulaciones y persecuciones.
San Silvestre, con este nombre forestal y con reminiscencias de un periodo de libertad, es también un buen aliado para acabar bien, y empezar mejor.
A San Silvestre se le atribuyen muchas responsabilidades, desde ser el artífice de la basílica romana de San Juan de Laterán hasta haber resucitado un toro salvaje o sometido un dragón, y también salvó a una persona que se había tragado una espina. La hagiografía es enorme, y truculenta. Según una leyenda, el emperador Constantino estaba enfermo de lepra, y solo se podía curar con sangre inocente de niños. Pero tuvo una visión y los apóstoles Pedro y Pablo le hicieron saber que se podría curar con agua en vez de sangre. El agua del bautismo. Es una de las explicaciones de la conversión del poderoso Constantino en tiempos de Silvestre.
Un detalle de la vida de este papa es que es el primero que murió en paz y no martirizado. De hecho, murió ya mayor (mayor para su época: tenía solo 65 años). En las iglesias donde lo tienen, se le ve revestido de papa, y con un toro en los pies, y a veces con un dragón, también. En nuestra casa tiene dedicada una ermita en Vallirana, y también cerca de Llançà, San Silvestre de Valleta, pero no es un santo común como sí que lo es en otras localidades europeas. Lo que no nos falta es la carrera de San Silvestre, porque nos gusta acabar el año compitiendo como ya se hizo por primera vez a París y en São Paulo desde hace 98 años. Acabar el año echando el hígado por la boca, poniéndose a prueba colectivamente, es una manera entretenida y globalizada de decir adiós a un año que para muchos es nefasto, y correr también quiere decir dejar atrás el pasado. Y correr hacia aquello nuevo, que no se conoce, pero que se desea siempre mejor y más benévolo. La carrera lleva, erróneamente, el nombre de carrera de Año Nuevo, pero el Año Nuevo es el día 1. En catalán lo decimos bien: "Noche de Año Nuevo", en lugar de noche vieja, porque no miramos el pasado, sino que nos gusta empezar el futuro. San Silvestre, con este nombre forestal y con reminiscencias de un periodo de libertad, es también un buen aliado para acabar bien, y empezar mejor. Asilvestrados, como los animales que han huido. Tiene un punto de desenfreno, este día, pero también de serenidad y augurio de tiempos mejores.