Los congresos de PSOE y ERC que se celebran este fin de semana tienen como único objetivo garantizar la supervivencia política de quienes han sido sus dirigentes, Pedro Sánchez y Oriol Junqueras. Este es un asunto que puede generar mucha espectacularidad mediática, pero en el fondo poco tiene que ver con el interés general y convierte este tipo de cónclaves en un asunto casi privado entre personas que se disputan el control del negocio.
Por razones diversas, distintas y distantes, tanto Pedro Sánchez como Oriol Junqueras tienen la supervivencia política amenazada y para asegurarse su continuidad necesitan protegerse contra los disidentes internos, que son los que suelen derribar a los líderes. Así que la aspiración principal de cada uno es una purga política de infieles en el partido y sustituirlos por un corifeo de adictos incondicionales y a ser posible laboralmente dependientes de la causa.
Pedro Sánchez es un ejemplo de supervivencia política contra pronóstico. Perdió las elecciones, pero gobierna a base de hacer lo que dijo que no haría nunca —el pacto con los independentistas catalanes y los aberzales vascos y la ley de amnistía— y se ha convertido en un enemigo del Estado, de los poderes del Estado, que le han declarado la guerra por tierra, mar y aire. Sin embargo, el actual líder del PSOE y presidente del Gobierno cuenta con el apoyo asegurado de una mayoría parlamentaria que podrá hacerle sudar las votaciones, pero que en ningún caso lo hará caer. A ninguno de los aliados que apoyaron su investidura les conviene un gobierno alternativo de PP y Vox.
Garantizados los apoyos de los aliados parlamentarios, la alternativa a Sánchez solo puede surgir del propio PSOE, por eso necesita asegurarse un equipo de adictos incondicionales
En estas circunstancias, del único lugar del que podría surgir una alternativa a Sánchez es del propio PSOE. Observando algunos movimientos internos y las conspiraciones que atiza la vieja guardia, Sánchez necesita más que nadie un partido fiel y disciplinado, para poder hacer frente a la campaña “de acoso y derribo” de la derecha y sobre todo del búnker judicial. Y porque nunca se puede descartar que, como ya ocurrió en el 2016, en un momento de crisis, algunos cuadros socialistas se vean seducidos por la derecha y los poderes del Estado para facilitar un nuevo pacto PP-PSOE.
La batalla personal relega absolutamente la definición del proyecto político, lo que debería ser la propia razón de ser del Partido Socialista en este siglo XXI, algo que vaya más allá de “frenar a la extrema derecha”. Es un problema que afecta a la socialdemocracia europea —y como se ha visto también en el Partido Demócrata de Estados Unidos— porque han perdido la credibilidad como representantes de los trabajadores, habida cuenta de cómo se han disparado las desigualdades. Y, como si ya se conformaran con las cosas tal como están, regalando la ilusión por el cambio a la extrema derecha,
Lo que hacía diferente a ERC era la credibilidad independentista, que una vez dilapidada costará recuperar y, en todo caso, va para largo, mucho más allá en el tiempo y el espacio de su 30.º Congreso
Más complicado tiene Esquerra Republicana reencontrar su razón de ser cuando sigue predicando el independentismo pero apoyando las políticas socialistas de “normalización” que acertadamente Salvador Cardús ha descrito como de “anestesia”. Esquerra Republicana fue el primer partido que apostó por la independencia y eso, en unas circunstancias concretas, le hizo ganar elecciones y poder, que ha perdido a continuación cuando la gente ha advertido que sus objetivos eran otros y cuando ha trascendido que en los momentos clave del proceso soberanista, la dirección del partido, liderado por Junqueras, jugó sucio. Y sucio han continuado jugando las diversas facciones del partido en este sórdido espectáculo de lucha por el poder interno. Es decir, ERC ha perdido la credibilidad de sus dirigentes y la credibilidad de su propio proyecto. Los dirigentes se pueden cambiar, pero recuperar el proyecto requiere una catarsis que hoy por hoy no se percibe.
La represión del Estado al movimiento independentista ha provocado una gran indignación en la sociedad catalana, pero la gran decepción ha sido la continua pelea de los partidos independentistas. No se ha escuchado por parte de los candidatos a dirigir ERC ni una sola autocrítica al respecto, ni tampoco una propuesta para reconciliar el movimiento. Al contrario, ERC ha hecho y sigue haciendo del enfrentamiento con Junts per Catalunya su principal estrategia, como lo demuestra cada semana el lugarteniente de Junqueras, Gabriel Rufián, en el Congreso de los Diputados, situando el debate en una batalla de izquierdas contra derechas que relega sistemáticamente la cuestión nacional.
Acentuando su perfil como partido de izquierdas, ERC está condenada a apoyar siempre al PSOE en Madrid, donde carece de alternativa. Y en Catalunya se mantendrá subordinada al PSC si, como demuestra cotidianamente, su prioridad es que Junts per Catalunya, sin poder institucional, acabe desmoronándose. Sin embargo, ya se ha visto en las últimas elecciones que en el eje izquierda-derecha quien sale ganando es el PSC y además también los Comuns y la CUP disputan el pastel presuntamente progresista. Lo que hacía diferente a ERC era el componente independentista, que una vez dilapidado va a costar recuperar y, en todo caso, va para mucho más allá en el tiempo y el espacio de su 30º Congreso.