En los últimos años, los barceloneses hemos asistido a una campaña de cambio de los nombres de las calles. En algunos casos han sido cambios justificados y en otros no. Se han priorizado los nombres dedicados a señoras, porque la inmensa mayoría de las calles y plazas de la capital dedicadas a una persona tienen el nombre de un señor. Me parece bien. Ahora bien, también se han dedicado calles y plazoletas a activistas vecinales de todo tipo, la mayoría de los cuales han tenido un impacto limitadísimo en la vida ciudadana, más allá de que no dudo de que fueran, todas ellas, magníficas personas. También se han eliminado nombres de santos y santas, en una estrategia deliberada con resonancias revolucionarias de la guerra civil española, cuando incluso se cambiaron los nombres de muchos municipios. Por ejemplo, Sant Cugat del Vallès fue rebautizado como Pins del Vallès, Santa Margarida de Montbui pasó a ser Aigüesbones de Montbui y Sant Vicenç de Torelló se convirtió en Lloriana de Ter. Si todos los esfuerzos que se dedicaron a estas ocurrencias se hubiesen destinado al frente, quizás la República aún hubiera podido ganar la guerra.
El caso es que quien puso en marcha esta dinámica lo hizo siempre aplicando uno de los defectos que más detesto: ser fuerte con los débiles y ser débil con los fuertes. Qué fácil era cambiar los nombres de las calles de Santa Magdalena, Santa Ágata y Santa Rosa, en la vila de Gràcia. Nadie salió a defender a esas tres santas, que, por cierto, también eran mujeres. En cambio, qué difícil debía ser cambiar los nombres de algunas calles dedicadas a militares españoles, como el capitán Félix Arenas, que murió durante las guerras coloniales españolas en Marruecos y que nunca puso un pie ni en Barcelona ni en Catalunya. Cerca de su calle hay otra dedicada al militar navarro Santiago González-Tablas, fallecido también en Marruecos, que tiene una vía dedicada en Pamplona (comprensible) y otra en Barcelona (incomprensible). O la calle dedicada al Gran Capitán, nombre con el que era conocido Gonzalo Fernández de Córdoba, militar imperialista andaluz y gran fanfarrón. Con el ejército es evidente que Ada Colau y los Comuns no se atrevían, porque sabían perfectamente qué iban a encontrarse. Siempre es más fácil y más divertido ir contra la Iglesia y los creyentes que contra los grandes poderes del Estado. Épater les bourgeois, sí, épater l’armée, no.
Siempre es más fácil y más divertido ir contra la Iglesia y los creyentes que contra los grandes poderes del Estado. Épater les bourgeois, sí, épater l’armée, no
Pero el caso más grave de todos ellos es la calle Sancho de Ávila, vial conocidísimo porque hay un tanatorio por el que casi todo el mundo acaba pasando, ya sea cuando están vivos o cuando están muertos. Pero, ¿quién era Sancho de Ávila? Sancho de Ávila (a veces, escrito Sancho Dávila) y Daza fue un militar español del siglo XVI que participó en las campañas de Flandes. Allí exhibió sin miramientos su carácter despiadado, que culminó en el célebre saqueo de Amberes. Los hechos son los siguientes: las tropas holandesas sublevadas contra la corona española tomaron la ciudad el 3 de octubre de 1576, pero la guarnición española que comandaba Sancho de Ávila logró resistir en el castillo de la ciudad. Durante un mes se mantuvo la situación, pero a principios de noviembre llegaron refuerzos españoles a socorrer a los sitiados y, entre unos y otros, lograron recuperar la ciudad y expulsar a las tropas holandesas. Enrabietados como estaban, y hay que añadir que los soldados españoles llevaban meses sin cobrar porque la monarquía española se había declarado en bancarrota, el ejército español saqueó la ciudad que teóricamente debía proteger, con el visto bueno de Sancho de Ávila, que lo contemplaba desde el castillo. El saqueo duró tres días interminables y las atrocidades fueron extremas. Se violó a mujeres y se aplastó a niños. Para ir más deprisa a la hora de robar los anillos, por ejemplo, se cortaban los dedos directamente. Se calcula que unas 10.000 personas fueron masacradas en Amberes y la ciudad entró en un declive que provocó que Ámsterdam le relevase en el papel de ciudad más rica y pujante de la región. Aquella matanza (conocida pomposamente por la historiografía castellana como la "Furia Española") provocó una revuelta generalizada de los Países Bajos y su independencia definitiva. Sancho de Ávila regresó a España como un héroe y murió en la campaña militar contra Portugal, en 1583.
Se da la circunstancia de que en 2014, el Ayuntamiento de Barcelona anunció a los vecinos y vecinas que la calle cambiaría de nombre por uno más cercano y más pacífico, el poeta Miquel Martí i Pol, fallecido en 2003. El consistorio barcelonés empezó el proceso administrativo para cambiar el nomenclátor, pero al año siguiente Ada Colau ganó las elecciones, fue elegida alcaldesa y la propuesta se guardó en el cajón de las iniciativas muertas. Por eso hoy Barcelona todavía tiene una calle dedicada a un asesino de masas y ninguna calle dedicada a uno de los mejores poetas catalanes. Esta es nuestra realidad, para vergüenza de Barcelona e indignación de Amberes, donde una placa en el centro de la ciudad describe los hechos para que todo el mundo se acuerde para siempre. Seguiremos hablando del nomenclátor barcelonés, porque hay otras muchas perlas vergonzantes que hay que poner al descubierto.