Una de las frases que más veces debo haber repetido por teléfono a lo largo de mi vida es "Sant Abdó i Senén, sí, a-be-de-o y ese-e-ene-e-ene, como los patrones de los labradores." Desde que soy pequeño, decir el nombre de la calle de mi casa para dar los datos postales a cualquier telefonista ha sido un auténtico infierno. Nadie parece saber cómo narices se escriben estos dos nombres, quizás porque poca gente tiene la más mínima idea de quien eran los tales Abdó y Senén. No fue hasta los veintiséis años, después de entregar un currículum con mi dirección postal escrita debajo de mi teléfono, cuando en una entrevista de trabajo descubrí que había otro patrón para los campesinos: sant Galdric, en catalán. Me lo explicó quien acabó siendo mi director creativo durante cuatro años, que me confesó no saber quiénes eran mis queridos Nin y Non, pero en cambio sentir devoción por sant Galdric, "el patrón de los campesinos catalanes".

Aquel día, mientras aprendía eso, me vino a la cabeza el montón de veces que algún telefonista de Endesa, Telefónica o la DGT me había contestado diciendo "¿San Abdó qué? El patrón de los campesinos se san Isidro". Así es, claro, siempre que seas un campesino castellano, ya que cada cultura tiene sus patrones, y más en el caso de los campesinos. Por alguna razón 'campesino', etimológicamente, deriva de 'país'. Uno nunca sospecha que el putaespañismo que todos los catalanes llevamos dentro, más o menos camuflado según la época de la vida, pueda aumentar en una simple búsqueda a internet sobre los patrones del campesinado. Es así porque hasta el siglo XVIII ningún campesino de los Países Catalanes había rogado nada a sant Isidre, pero pasa que una parte de la letra pequeña del Decreto de Nueva Planta después de la derrota de 1714 significó también eso: imponernos el patrón de los campesinos castellanos, san Isidro Labrador.

El intento de asimilación política y cultural efectuada por los Borbones, sí, incluso llegó a las supersticiones de los responsables de trabajar la tierra, que en aquellos tiempos eran el 90% de la población. Eso bien que lo sabían las fuerzas políticas del momento, como también debieron saber que un siglo antes, durante la Guerra de los Segadores, la fe por sant Galdric era tan firme que sus despojos fueron llevados desde Sant Martí del Canigó, donde estaba enterrado, hasta Barcelona. De 1654 a 1665, resulta que el cuerpo del santo descansó en Sant Pau del Camp antes de volver al Canigó. Desde el siglo XIX sus restos están en la catedral de Perpiñán, donde cuatro enseñas oriflama rodean un altar que visité justamente el 16 de octubre de hace un año, día de su festividad.

El tal Galdric fue un campesino que nació en el siglo X no demasiado lejos de allí, en Vilabella -actual Sant Gauderic-, a medio camino entre Perpiñán y Tolouse, y que siempre defendió los derechos de los campesinos ante los señores feudales. Además, se le recuerdan algunos milagros, por eso es santo y por eso lo enterraron a Sant Martí del Canigó. Lógicamente, pues, hoy todavía es el patrón de los campesinos de todo el Rosellón, el Conflent y el Vallespir, y lo era de todo el resto de catalanes hasta que nos impusieron por santo a un campesino madrileño. Curiosamente, igual que a los telefonistas de Madrid les ha sido imposible saber escribir Abdó y Senén desde que tengo uso de razón, a los catalanes nos costó un poco saber cómo había que escribir Galdric. En el sepulcro del patrón de los campesinos catalanes, por ejemplo, su nombre es Galdric, que es como lo escribo yo y como también figura en el nomenclátor de la placa barcelonesa que hay junto a la Boqueria, pero otro ilustre catalán que reposa en Catalunya Nord, sin embargo, decidió que escribir 'Galdric' era incorrecto y no normativo. Según Pompeu Fabra, el patrón de los filólogos, Galdric se tiene que escribir Galderic.

Si el gran rival de sant Galderic es sant Isidre, resulta que el gran enemigo de sant Galdric es sant Pompeu Fabra. Por eso, supongo, desde que descubrí esta particular doble guerra patronal me he convertido en un devoto extremo de sant Galdric, pero por motivos más historicistas y filológicos que agrícolas. Aparte de ser patrón de los campesinos, siento devoción hacia él porque es de facto el patrón de los que defendemos y procuramos preservar la elisión absoluta de las vocales pretónicas. Hablo de palabras como 'veritat', 'però', 'Teresa', 'berenar' o, en efecto, 'Galderic'. Como habréis notado al leerlas, si habláis catalán oriental -que no quiere decir catalán tevetresí- habréis dicho 'vritat', 'prò', 'Tresa', 'brenar' y 'Galdric', ya que los de esta zona del país hacemos la caída de la a y la e pretónica en contacto con la consonante r.

La normativa dice, sin embargo, que esta a o e hace falta escribirla a pesar de no decirla, pero el problema es que cada vez hay más gente, sobre todo los jóvenes, que esta vocal no solo la pronuncian cuando hablan, sino que la hacen tónica. Por cada /péro/ que se oye en Barcelona, un filólogo muere. En el Rosellón, en cambio, eso no pasa porque ni la dicen ni la escriben, como tampoco lo escriben los más de mil Galdrics que se llaman así, tanto en el norte de Catalunya como aquí en el sur, según el Idescat. Por el contrario, Galderics solo hay veintiuno. Es por eso que sant Galderic, claramente, es más que un santo: un patrimonio de nuestra cultura popular y un símbolo, también filológicamente hablando. Por lo tanto, tanto si sois campesinos como si no, os recomiendo que cuando subáis a Perpinyà -porque a Perpinyà no se va, se sube- le hagáis una visita, ya que es en Perpinyà donde descansa, siempre, el alma inmortal de la catalanidad.