Cuando he visto a Raül he pensado en Popeye, manga corta y unos brazos musculosos como nunca. Está en el locutorio de al lado. Romeva a nuestra izquierda, Junqueras delante de nosotros, con nuevo corte de pelo. Enseguida veo a Quim Forn, está más delgado. El locutorio que le han asignado queda lejos del de Oriol. Nos saluda y dibuja una sonrisa afable.
Son sobre las cuatro y media de la tarde y ya hemos pasado el ritual de entrada a Estremera. Puertas y más puertas de acero que se abren y se cierran a nuestro paso. En el Parlament de la Ciutadella se está celebrando el debate de investidura. Quim Torra opta a la presidencia, provisional. Enjaulados dentro de aquellos muros de hormigón, con cerradura y cerrojo, tras barrotes, lo que ahora mismo ocurre fuera de este presidio nos resbala y aprovechamos los 40 minutos para hablar intensamente. Los tres sonríen, sonríen mucho. Y hablan por los codos. Oriol parece relajado y enseguida bromea. Será que ayer pudo ver a los niños y a Neus. Es aquella visita adicional que un teletipo de EFE, reproducido acríticamente y sin contrastar nada, atribuye a un comportamiento sumiso de Oriol y su limpieza de cristales. Lo que no decía la noticia es que esa visita responde a la finalización de la sanción que le impusieron por charlar cinco minutos en el programa de Basté, en RAC1, en una breve entrevista (la única que se le ha hecho) y que le hizo Jordi (uno de los primeros periodistas en visitar a Oriol en Estremera), en diciembre, durante la campaña electoral del 21-D. O sea que la verdad era, sencillamente, que ha recuperado los derechos de los que había sido privado por una sanción disciplinaria. Un retorno a la normalidad carcelaria que se ha vendido como un privilegio. Ya ves tú..
Con nosotros, el equipo médico habitual (Raül Múrcia y Miquel Gamisans), ha venido Xavier Sardà, quien desde hace meses pidió visitar a Oriol, como tantos otros. En el locutorio de al lado, con Romeva, también está el periodista David Miró del diario Ara. En un momento dado, Sardà, incisivo, ha preguntado a Oriol si se arrepentía de algo y si se hubiera largado de haber sabido que acabaría en prisión. Oriol, enérgico, responde que no. Sardà insiste: "¡Pero hace más de seis meses que estás en prisión!". Oriol afirma: "Si el precio de la libertad es la prisión, lo aceptamos y aguantaremos. Todo el mundo tiene que ver que estamos aquí por querer la libertad y eso tiene que servir a todos los demócratas para darse cuenta de cuál es el verdadero rostro del Estado. Estamos aquí porque somos republicanos e independentistas. Pero también, y sobre todo, porque somos demócratas".
"Estamos aquí porque somos republicanos e independentistas; pero también, y sobre todo, porque somos demócratas"
La conversación, a cinco voces, tiene momentos caóticos. El reloj corre y hablamos veloces, sin un segundo de pausa. Sardà se levanta y entra en el locutorio de Romeva. Este le agradece su actitud; todo el mundo sabe que Sardà no es independentista, ni por casualidad. Romeva, como Junqueras, ha leído "Llarena, déjalo ya", un demoledor artículo del periodista y showman contra la instrucción del magistrado del Tribunal Supremo y sus rocambolescas acusaciones de rebelión y malversación, con las que los pretende condenar a 30 años.
Sardà vuelve enseguida a nuestro locutorio, tiene muchas preguntas en el buche y no se quiere dejar ninguna. Ha venido a título personal; "quería venir a verte", le comenta con afecto. Este sábado tiene La Sexta Noche, es un invitado fijo. Aprovechará para comentar la visita a Estremera. Bromea: "A vosotros os cascan por hablar conmigo, pero a mí también me dirán de todo por hablar contigo". A todos se nos escapa la risa. Es tal cual; Sardà comparte debate con Eduardo Inda. Y presagia, con una carcajada, que le espetará: "Hablas con golpistas". Todos nos reímos, aunque no es para bromear. Decía Gaziel que "no hay en el mundo nada peor que predicar juicio a los locos. Porque, a los que están decididos a matarse entre ellos, predicarles que no lo hagan equivale a hacer que se pongan de acuerdo para que maten al predicador".
La visita acaba bruscamente, con el aviso previo de un silbato casi imperceptible que alerta del último minuto. De repente, el teléfono a través del que habla Oriol queda en silencio. Siempre es así. Hacemos el ritual de siempre, de despedida: las manos pegadas a un cristal grueso que parece que no podrías atravesar ni a golpes de mazo. Cuando salimos, veo a David Miró, impactado y visiblemente emocionado después de despedirse de Raül. Se conocen desde hace años. Es la incomprensión de alguien que se pregunta cómo puede ser que estos homenots, que diría Josep Pla, pasen sus días encerrados por un juez fanático en una prisión de la Mancha.
Ya en el AVE, hacia las ocho de la noche, de retorno a Barcelona, pensamos en Oriol, Raül y Quim. A esta hora ya han cenado, ya vuelven a estar encerrados en sus respectivas celdas. Hasta mañana para el recuento de primera hora. Estamos en una carrera de fondo que exige sumar, seducir y persistir. Ellos no nos están fallando. Tienen unos huevos como piñas. No les fallemos nosotros.