Se explica que quien fuera embajador español ante la Sociedad de las Naciones en los años 30 del siglo pasado, el ilustrado Salvador Madariaga, cuando le preguntaron sobre la diferencia entre un catalán independentista y uno autonomista, respondió, depende del grado de cabreo. Fijémonos en que habla de grado de cabreo y no de si está o no cabreado. Se presupone que hay cabreo en diferente grado. ¿Con quién? Con España o el Estado español. ¿Por qué se presupone que el cabreo con el Estado español existirá? Porque el nacionalismo español, esencialmente, se fundamenta en el anticatalanismo (y, seguramente, también un poco, en el antivasquismo, aunque mucho menos). El nacionalismo español es uniformizador y de matriz castellana. Pero eso no sería suficiente para cabrear a los catalanes, sino que es también anticatalanista. Porque no acepta la diferencia y porque se ha construido, y se construye dialécticamente, por oposición al catalanismo, el cual también tiene demasiada dependencia en la oposición y la reacción, y olvida, a veces, la propuesta como la mejor manera de construirse. Sin embargo, es comprensible que eso sea así, ya que cuando el pez grande tiene hambre, el pez pequeño tiembla.
La agenda del “reencuentro” puede pasar por disminuir el grado de enfado, no por hacerlo desaparecer. La pregunta que encabeza el artículo tiene una respuesta simple de sí o no. Y claramente es que no se puede españolizar y catalanizar a la vez. La Oda a Espanya de Joan Maragall de 1898, de la cual ya casi hará un siglo y cuarto, levanta acta de ello. Buena parte del siglo XVIII y del siglo XIX (Constitución de Cádiz, liberales, 1.ª República, etc.) lo intentó. Pero el poeta, en las postrimerías del XIX, ante los reiterados fracasos en los intentos, lo dijo claramente: Adiós, España.
Solo hay que pensar en qué pasaría al Estado español si no votaran ni Euskadi ni Catalunya. La mayoría absoluta sería abrumadora.
Sin embargo, el tema está en el entremedio. Si en la disminución del cabreo hay un terreno, por decirlo de alguna manera, de nadie, en el cual cada uno puede ir haciendo, en la españolización y en la reconstrucción nacional de Catalunya, sin hacerse mucho daño e, incluso, haciéndose un cierto bien recíproco. Es decir, avanzar en la modernización del Estado español y mantener la llama diferencial de la catalanidad a la vez. Seguramente es posible. Los 30 primeros años de la última etapa democrática del Estado español han sido en este sentido. ¿Sin embargo, por qué se agotó el experimento? ¿Y, se puede repetir el experimento?
¿Por qué se agotó? La respuesta seguro que es compleja y sería muy conveniente escuchar múltiples respuestas. No obstante, quiero apuntar un par de razones por las cuales se agotó aquel ir haciendo simultáneamente reconstrucción nacional y modernización del Estado. Porque no acabó satisfaciendo a ninguno de los dos beneficiarios. Para el nacionalismo catalán la aspiración de autogobierno tiene como horizonte la soberanía plena, y para el nacionalismo español la modernización es una aspiración tangencial y circunstancial. ¿Teniendo en cuenta eso, nos queda la segunda pregunta, se puede repetir la simbiosis? Es interesante ver qué quiere decir simbiosis. Literalmente, quiere decir ir haciendo vida juntos dos seres diferentes, lo cual genera beneficios para cada uno y los perjuicios pueden también ser compartidos. La simbiosis solo es viable si se reconoce la diferencia de seres y se reconoce un enemigo común. En la medida en que no exista el respeto a la identidad diferencial y uno de los simbiontes, se piense que es el todo y el otro, una parte suya, se rompe el equilibrio y, por lo tanto, la simbiosis. En la medida en que desaparece el enemigo común, como puede ser una de las dos Españas que a menudo se ha manifestado como la victoriosa, también desaparece la simbiosis. La pulsión por parte de España de no reconocer al otro como tal, sino como parte de sí, es muy honda y potente. Y el enemigo común solo existe mientras aquella España, de las dos que Machado nos hablaba ya hace un siglo, no se acabe de imponer. Cosa que a menudo también pasa. Solo hay que pensar en qué pasaría en el Estado español si no votaran ni Euskadi ni Catalunya. La mayoría absoluta sería abrumadora.