Antes de las elecciones norteamericanas unos cuantos nos fuimos haciendo eco de opiniones de ciertos ámbitos, informativos y académicos, que aseguraban que si Trump perdía las elecciones, se haría fuerte en la Casa Banca y costaría echarlo. Ya nos previno en las elecciones de 2016, pero como ganó, su amenaza, que ahora hemos comprobado que no era una simple ocurrencia, cayó en el olvido. Allí, lógicamente más que aquí, se contrafirmó por los sectores biempensantes que, si Trump perdía, se marcharía, con un poco circo como mucho, pero se marcharía.
Parece que finalmente se marchará, aunque a estas horas no sabemos todavía cómo: si por la puerta de delante, si por la puerta de detrás, si tomado o si en camisa de fuerza. Se marchará, eso sí, tocado para siempre por la instigación del asalto al Capitolio, el pasado día 6, con la finalidad explícita de parar la certificación de Joe Biden como ganador de las elecciones presidenciales e iniciar así un proceso de reversión del escrutinio que le diera como vencedor a él.
Su fatua grandilocuencia de conductor de reality show, con más mentiras que palabras, motivó que Twitter en los críticos momentos del asalto al Capitolio le suspendiera la cuenta, que es su herramienta favorita de comunicación -si proferir falsedades, insultos y exabruptos puede ser considerado como comunicación. Eso propició que tuviera que continuar su logorrea a través del adjunto en su cabeza de gabinete, Don Scavino. Su antiguo caddie, mérito por lo que se ve no menor, le transcribió en un tuit, proclamando sin ambages, que su primer mandato -esperaba todavía el segundo!- fue el primer mejor mandato de la Historia. Madre mía.
Los hechos de Washington, como es natural retransmitidos en vivo y en directo por medios de comunicación de todo tipo y para todas las plataformas, estuvieron seguidos y comentados por todo el mundo. En el Jazeera y Russia Today lo hicieron con explícito deleite, más elegantes los qataríes eso sí; con pasión no siempre contenida lo hizo Euronews, que llegó a hablar de golpe de estado; con distanciamiento de seda la cadena examiga, FoxNews; con profesionalidad impecable la CNN; y con dignidad y magros medios RTVE. Un buen caleidoscopio donde una noche másreinaron los mandos a distancia.
Sea como sea, Biden tiene razón: las policías trataron a los insurgentes como no se hubiera tratado a la gente negra. No es un argumento retórico: es que no se los trata así como es bien patente. Nota: aquí no podemos sacar pecho sobre el trato por parte del law enforcement castizo a los no nativos.
Sea dicho de paso, que la Policía del Capitolio, con 2300 efectivos humanos y más de 460 millones de dólares de presupuesto, fue incapaz de prever nada, de defender nada y, como mucho, sólo fue puntualmente capaz de utilizar extintores como medios disuasivos. ¡No comment! Dicho queda y la cosa no va de unos pocos ceses. Negligencias y confabulaciones tdeben quedar al descubierto. A ver si dan ejemplo más allá de las necesarias e inmediatas dimisiones y tomamos nota aquí.
Ahora bien, más de doscientos años de democracia no saltan por los aires porque unos —como mínimo— sediciosos, tratados complacientemente y espoleados desde el poder, hayan intentado dar una patada a la mesa y hacer saltar la partida por los aires. Porque, a pesar de todo, el sistema ha resistido, aunque seguramente va con gasolina de reserva. Allí y aquí, hay que empezar —y eso llevamos demasiado tiempo diciéndolo— a repensar el sistema, para hacerlo más democrático, o realmente democrático. Es decir, inclusivo, igualitario, deliberativo, sostenible y transparente. No es tarea de un día, pero hay que empezarla de una vez por todas. De seguir así, parcheando las instituciones, los que se creen del sistema son los más antisistema y se apropiarán de él.
Que los más cualificados miembros del sistema se convierten en los más antisistema de todos, lo han demostrado el día siguiente de la asonada trumpista los tres señores del conglomerado de la derecha, absolutamente intercambiables, pues las diferencias son poco más formales.
En efecto, Abascal —el líder—, Rivera —de hecho no ha dejado la dirección ideológica de un partido dónde su sucesora ni arranca ni se la espera— y Casado —siempre remando detrás, con poca iniciativa, lleno de tics autoritarios— utilizan mentiras como lenguaje ordinario para dirigirse a los ciudadanos, practicando el revival vía Bannon de la máxima goebblesiana de que una mentira repetida mil veces es una verdad.
Aparte de seguir con su mantra de que un gobierno votado por quien lo ha votado, en unas elecciones inobjetables es un gobierno ilegítimo por el hecho de que no les gusta, ahora los titulares de la triple extrema derecha —juntos, pues por separado no tienen nada que hacer— han dicho que "Rodeemos el Congreso", del 2012, el 25-S, instigado según ellos por Podemos, es igual al asalto capitolino liderado, entre otros, por el hombre-bisonte llamado Yellowstone Wolf.
La tripleta de la derechísima, seguramente dedicada a quehaceres como ocupar fundaciones sin empleados pero si con presupuestos, o cursar másters y posgrados inexistentes o de favor, olvida que Podemos se fundó dos años después, en el 2014. Que algunos miembros de lo que se convirtió después en Podemos participaran, junto con otros entonces metidos en puros movimientos cívicos o activistas en una performance que se tituló Rodeemos el Congreso, —no Ocupemos o Penetremos en el Congreso— es irrelevante. A pesar de todo se abrieron diligencias al Juzgado Central de instrucción nº 1 de la Audiencia Nacional que fueron archivadas.
Las razones: ni siquiera se llegó a rodear el Congreso —cosa para la que, como cualquiera que conozca el Palacio de la Carrera de San Jerónimo sabe, harían falta miles de personas, una cantidad de gente que entonces no era posible reunir en Madrid—. Otra razón: en el informe de la Delegación del Gobierno en Madrid, al frente de la cual se encontraba la ínclita, entonces emergente supernova en la constelación popular, Cristina Cifuentes, se habla de una manifestación, con ambición de permanencia, pero en ninguna momento de una entrada en la cámara legislativa. Finalmente, el tipo penal (art. 494 CP) habla de alteración del normal funcionamiento de la institución parlamentaria, pero no se produjo ninguna; según algunos testigos, ni siquiera se enteraron de lo que ocurría en la calle.
Todo eso se puede leer en el auto del mencionado juzgado del 4 de octubre de 2012. Quien estaba al frente de este órgano judicial era el Juez Santiago Pedraz. Arran de este decisión, confirmada por la audiencia, el siempre versallesco y fino esgrimista, el portavoz popular en el Congreso, Rafael Hernando, tildó al juez de "pijo ácrata", epíteto que no fue objeto de depuración de ninguna responsabilidad. ¿Si con tanta facilidad se desmontan sus falacias, qué será de aquello que cueste un poco más? Como para fiarse.
En conclusión, los acontecimientos del 6 de enero de este año en el Capitolio son para la derechísima —seguidores de Bannon en la piel de toro— idénticos a los que ellos imputan a quienes ven como enemigos, no como adversarios. Es como decir que fueron bannonistas avant la lettre. Asombroso. O dicho otra manera: ocurre a la perfección con la acrisolada formación intelectual que día sí día también acredita la derechísima.
Estos son los pilares del sistema. Después no valdrá decir que no se era consciente de lo que se veía venir. No valdrá. Si no se hace nada, sí que se verá venir.