Observe a su alrededor. Respire profundamente durante un rato. Intente abstraerse, querido lector, del ruido que viene de fuera. Le invito a ser un revolucionario, una revolucionaria en estos tiempos. Cuando la corriente empuja, es probable que dejarse llevar sea aparentemente lo más cómodo a corto plazo. Pero ¿somos realmente conscientes de hacia dónde nos llevan las "modas" actuales? ¿Qué es lo innovador, lo subversivo hoy? ¿Qué se impone, de manera sistemática, y hacia dónde nos empujan?

Si consultamos los datos, por ejemplo, podemos observar cómo el porcentaje de jóvenes solteros se dispara en España desde 2008 y la natalidad se reduce. Esto no solamente ocurre aquí, sino que parece ser una tendencia en Europa y en Estados Unidos. De manera sutil, va calando esa idea de estirar el sentimiento de independencia, idealizando una libertad al más puro estilo "Peter Pan". La juventud que pretende estirarse, como si fuera un chicle infinito, va colocando a las generaciones en una etapa de madurez en la que se ha perpetuado el modo de vida propio de la veintena hasta que ya no se puede salir de la rueda. La diferencia es que lo que en la recién estrenada independencia es una necesidad de experimentación y evolución, a los cuarenta se convierte en una especie de angustia que trata de paliarse con mascotas o antidepresivos

El consumo de antidepresivos se ha disparado en los últimos años. También el de ansiolíticos y sedantes. Especialmente entre mujeres, aumentando a medida que envejecen, siendo más consumidos en ciudades más grandes y entre las rentas más bajas. El consumo de antidepresivos ha crecido un 50% en diez años y la ansiedad se ha disparado un 70%, lo que ha convertido a España en el tercer país de la UE en consumo de estos medicamentos. Estamos cada vez peor en términos de salud mental. Soledad, incertidumbre y miedo suelen ser algunos de los factores desencadenantes. Y quizás por ello, cada vez se tengan más animales de compañía: en España hay actualmente más de 30 millones de mascotas.

Si nos asomamos a ver cómo está nuestra juventud, el asunto no mejora: se sienten muy solos. Y cuatro de cada diez personas de entre 15 y 29 años están afectadas por problemas psicológicos, donde la ansiedad está generalizada. Son minoría los que consideran que tienen una buena salud mental, según la encuesta de la Confederación de Salud Mental de España realizada en 2023. 

Es urgente y necesario abordar el enorme vacío en el que está cayendo una sociedad que ha perdido la esencia fundamental. La del otro, la del amor a los demás, la del gusto por compartir

Hay algo que parece suceder tanto entre la población adulta como en la joven: el miedo a la soledad. Una sensación que produce tristeza, ansiedad, angustia y un vacío que llenar de cualquier manera. Sin embargo, el empeño en preservar una idea equivocada —en mi opinión— de libertad, un egoísmo exacerbado, empuja hacia un círculo de consumo y animal de compañía. El tener, la pastilla, la pantalla y la mascota. ¿Por qué y de qué manera se ha llegado hasta aquí? Hoy le invito a reflexionar durante el café de hoy sobre ello. A encontrar la razón que empuja al ser humano a estar solo al tiempo que tiene pánico a eso mismo; por qué se precipita a la sociedad a resolverlo casi todo con pastillas que calmen, anulen, suavicen la realidad en lugar de prepararnos para saber lo que necesitamos realmente y hacer lo posible por alcanzarlo. 

La especie humana es social por naturaleza. Necesitamos relacionarnos, tocarnos, compartir con los demás. Esa es la palabra clave de la felicidad: "con los demás, para los demás, por los demás". Y es lo que se está destruyendo en esta nueva normalidad en la que parece haberse impuesto la "distancia social" (ojo al concepto, porque no se habló nunca de distancia física, sino "social"). De la misma manera que en esa trampa que son las redes en internet, se ha decidido bautizarlas como "redes sociales", cuando lo que se promueve es precisamente lo contrario: aislarte para asomarte por una pantalla a leer comentarios y ver imágenes en lugar de un café compartido y una historia que contar durante horas. 

Cada vez se tienen menos hijos. Concretamente, en España, somos uno de los países con la tasa de natalidad más baja del mundo. Se apunta a criterios económicos como una de las principales causas. Pero quizás, de fondo, también esté un continuo ataque a la familia como núcleo de la sociedad, como base fundamental del desarrollo humano: la familia es el principal círculo de confianza, de seguridad, de vínculos necesarios para reforzar la autoestima y encontrar el descanso del hogar. Los núcleos de convivencia han ido diluyéndose. La falta de encuentro de la comunidad como algo habitual ha ido generando cada vez un sistema más individualista, que se ha sustituido por una sociedad de consumo. La familia como institución ha sido puesta en el punto de la diana durante los últimos años. Se ha potenciado la vida en solitario, como si fuera una quimera, algo sostenible económicamente, asegurando así una sensación de libertad irreal y llena de contraindicaciones y efectos adversos. La pastilla se ha convertido, junto a la mascota (la compañía que no habla, que no disiente, que nos acompaña para salir a pasear y se acurruca a nuestro lado al consumir series sin parar), en la aliada perfecta

Se ha rechazado la búsqueda y el desarrollo de la espiritualidad. Lo moderno es lo material, y creer en algo más, algo casi casi conspiranoico. Lo conspiranoico lo inunda todo. Y lo inteligente es estar solo atiborrándose a pastillas, según parece.  Es, en mi opinión, urgente y necesario abordar el enorme vacío en el que está cayendo una sociedad que ha perdido la esencia fundamental. La del otro, la del amor a los demás, la del gusto por compartir. La del deseo de crear una familia sin tapujos. La de disfrutar de la amistad, de la pareja, de los hijos. La necesaria comunidad que apueste por ayudar a desarrollar proyectos comunes, en lugar de empujarnos hacia pisos compartidos donde asomarnos durante horas a pantallas acompañados de nuestro compañero de cuatro patas. Es fundamental recuperar la espiritualidad, elevar el sentimiento que va más allá de lo que se tiene, del objetivo material que como trampa se nos muestra. Recuperar el cuidado de nuestros mayores, pasar tiempo con ellos y con nuestros hijos. Romper la soledad con compañía de la de verdad. Recuperar el tiempo perdido, alejarse del ruido, usar las nuevas tecnologías de manera consciente y alejarnos de la solución fácil que nos empuja a la soledad y al consumo en una espiral sin fin.

Salgamos a llenar las plazas, los parques, los cafés. Silenciemos los teléfonos y hablemos mirándonos a los ojos, en persona. Busquemos a esos amigos, a esos familiares, recuperemos los libros que teníamos pendiente leer. Vayamos en compañía a escuchar música en directo, al teatro. No tengamos miedo de querer enamorarnos. Reivindiquemos precisamente eso, el amor, el deseo de tener hijos, de criarlos y disfrutar de acompañarlos. Seamos revolucionarios. Nos va la vida en ello.