Independientemente de la posición que se tenga con respecto al movimiento feminista, parece ser que uno de sus postulados innegociables será acabar con los procesos de seducción masculina en el entorno laboral en una situación jerárquica de poder. Eso va más allá de si las agresiones han sido manifestadas judicialmente (como ha pasado en los célebres casos donde el protagonista era Saül Gordillo) en las últimas acusaciones contra el humorista Quim Morales, donde las acciones compartidas por las afectadas suponen contactos menores como poner una mano sobre el muslo de una compañera o quedar con una seguidora ostensiblemente más joven, hacer lo posible para llevársela al automóvil del macho en cuestión, y darle un abrazo destacando el buen olor que rezuma. Por mucho que las acciones descritas no tengan ningún tipo de repercusión penal, el castigo se fundamentaría esencialmente en el aspecto jerárquico.

La seducción, y eso va del hombre cavernario hasta el imaginario donjuanista, es un fenómeno jerárquico de poder por naturaleza (en el aspecto cultural, casi siempre urdido a iniciativa masculina). La pregunta que habría que hacerse, consecuentemente, es si resultaría posible reformular este paradigma ancestral desde un punto de vista igualitario; dicho de otra manera y en negativa, si podemos extraer el poder de los mecanismos de conquista de los hombres hacia las mujeres (dado que el monopolio de la fuerza sigue siendo primordialmente masculino). Esta transformación cultural implicaría no solo que el poder dejara de deslumbrar al otro en términos de excitación sexual, admiración y etcétera, sino también que el hombre —aunque lo ejerciera de una forma del todo consentida por la mujer— renunciara a este como fenómeno viciado por naturaleza. Se pediría a todo soberano, en definitiva, que renunciara a la pleitesía de su pueblo.

La seducción es un fenómeno jerárquico de poder por naturaleza. La pregunta que habría que hacerse es si resultaría posible reformular este paradigma ancestral desde un punto de vista igualitario; si podemos extraer el poder de los mecanismos de conquista de los hombres hacia las mujeres

Al fin y al cabo, la seducción masculina (dice Baudrillard) es aquella técnica mediante la cual un individuo cautiva la alteridad para que acceda a hacer algo de lo cual no está absolutamente segura; en términos de consentimiento, la aquiescencia sería un fenómeno progresivo que puede afirmarse y negarse varias veces en una misma velada. Es en este sentido que muchas feministas —de aquellas que gustan mucho a los hombres— han cuestionado la idea del consentimiento como la herramienta primordial para evaluar las relaciones sexuales; con respecto a las mujeres, tienen todo el derecho del mundo a quejarse de que las agresiones centren tanta metafísica en su capacidad de consentir y no en el hecho de que un hombre calentito pueda ser un baboso pesadísimo. En cualquier caso, para traducir esta nueva normalidad en un terreno legal, el sistema tendría que exigir la prohibición absoluta de las relaciones entre miembros de jerarquía dispar.

Cuando estalló el tema de las agresiones de Saül Gordillo a dos de sus trabajadoras durante una noche de farra, servidor fue de los pocos articulistas (de hecho, el único) que dio absoluta credibilidad a las víctimas del antiguo director de Catalunya Radio. Lo hice porque conozco al personaje y las declaraciones de las afectadas me parecieron muy creíbles; a su vez, porque más allá de la jerarquía existente, los matices son importantes y los detalles que aducían las dos damnificadas caían por su propio peso. He coincidido pocas veces con Quim Morales y conozco a muchas mujeres que han trabajado con él; cuando los micrófonos se cierran y se dicen las confidencias, la mayoría de ellas me cuentan que el caso de Quim es el de un simple patito feo a quien la fama regaló el glamur de poder seducir a becarias de sus programas como quien se pide un último gin-tonic sobrante.

Ninguno de estos testimonios me ha descrito a un hombre que sea capaz de coaccionar a una trabajadora con tal de acabar haciendo un poco de frufrú. Pero eso, insisto, es una parte absolutamente menor de la problemática si nos adentramos en el nuevo paradigma de este oxímoron que se llama la seducción no jerárquica. El tema aquí, y lo será en el futuro, consistirá en eliminar el poder de aquello que llamamos sexo. La tarea no es fácil, incluso diría que se acerca a la imposibilidad. Quizás, quién sabe, es que el poder (aunque se disfrace de victimismo narcisista o de dolor absolutamente comprensible) está cambiando de lado. Porque el poder, como la energía, solo se transforma; pero siempre está, y de momento ya se ha cobrado una muerte civil más.