Tras el conflicto entre Israel y Palestina, que ocupa el primer puesto de forma destacadísima en el ranking de las grandes discusiones entre catalanes, la política estadounidense —sobre todo si hay elecciones— se va consolidando en el segundo puesto. Tanto para una cosa como para la otra no hay matices, como siempre en nuestro país, las cosas tienen que ser blancas o negras. Así se puede etiquetar con el estereotipo que corresponda al que defiende una u otra postura, para, luego, poderle insultar. El contenido del debate siempre tiene mayor pasión que conocimiento y más opinión que información. Ingredientes fantásticos para que a los dos minutos de hacer chup-chup tengamos el país lleno de asesinos o terroristas, machistas o feminazis, comunistas o fascistas. El drama es grande, ya que una vez establecidas las trincheras del ego, cavadas con la pala de los tópicos, es imposible aprender nada nuevo. Preguntándome por qué ocurre esto, he llegado a una conclusión: en el fondo, hablamos de Catalunya.

Me explico. Por cómo somos los catalanes, es mucho más sencillo decir que existe una clase media americana que ve su sueño en riesgo y que ha dicho que ya vale de toda esta historia, que decir que la clase media catalana está harta de pagar según qué. Es más agradable, por nuestra forma de hacer, analizar el 20% de hombres negros que han votado al Partido Republicano para atrevernos a decir obviedades que escapan del pensamiento políticamente correcto que todo lo impregna y empequeñece. Como, por ejemplo, que el color de la piel no debería determinar, de entrada, el partido al que debes votar, o que por el hecho de ser negro, no puedas dirigirte a tu colegio electoral movido por otras inquietudes que te configuran como hombre, como persona. Por ejemplo la economía, o la seguridad, o la identificación con un liderazgo que defiende a tu nación, o —para mí lo más importante— la necesidad de desmarcarte del paternalismo que debes soportar de todos los que hacen ideología sobre ti por ser parte de una minoría, sin que ellos formen parte, y que no tengan ni la más mínima idea de tu realidad. Porque, sinceramente, no les interesas como persona, sino como dato estadístico de algún espacio académico bien remunerado.

Es mucho más sencillo decir que existe una clase media americana que ha dicho que ya vale de toda esta historia, que decir que la clase media catalana está harta de pagar según qué

Sin entrar a fondo en el país, que no lo conozco lo suficiente, quedándome solo en la propuesta electoral de unos y otros, hemos visto a los republicanos defender un proyecto de país fundamentado con dos o tres ideas; y a los demócratas defender los derechos de las minorías, acompañándolo con tres o cuatro eslóganes representativos de grandes movilizaciones civiles de los últimos años. Con todos los matices que quieran, la oferta de cada partido a los americanos era esta. Para ganar, una es mejor que la otra. Tiene mucha más capacidad de adhesión una propuesta que engloba —donde, a pesar de no compartir el cien por cien de lo que dice, no encuentras nada que te excluya— que una que segmenta por causas —ya que, al enumerarlas, puede que veas que ninguna habla exactamente de ti—. Perdón por hacer caricatura: no sabemos si ese 20% de hombres negros, además de ser negros, son feministas, ecologistas, defienden la inmigración ilegal (no hay nada que perjudique más a los no-blancos legales) o son propalestina. Algunos de ellos quizás son policías y el Black lives matter lo entienden distinto. Pero, en cambio, seguro que todos se sienten americanos, tienen un sueño de vida digno para ellos y uno para la vida de sus hijos y han notado que alguien ha entendido sus miedos.

No olvido ni menosprecio el hecho de que la vicepresidenta Kamala Harris tuviera que entrar en campaña tarde y mal, ni el fin de legislatura del presidente Joe Biden. Pues ambas cosas han influido negativamente en las opciones de los demócratas. Pero como creo que hablamos de Catalunya (y de Europa), me centro en el elemento ideológico y no el coyuntural. ¡Atención al centro-izquierda! Se necesitan ideas y programas para la gente; no los eslóganes y la superioridad moral de la extrema izquierda. ¡Atención al centro-derecha! Es necesario desacomplejarse y propuestas para los debates reales que afectan al día a día de la gente; no el marco de lo políticamente correcto ni renunciar a los valores que os configuran. Y rápido, que viene la extrema derecha.