Más de 180 víctimas mortales y cerca de 1.300 personas desaparecidas debido a inundaciones devastadoras. Si leyéramos en la prensa este titular sin saber —al principio— dónde se ha producido el cataclismo, seguramente nos vendrían a la cabeza imágenes de la geografía de Indonesia o de la India. Pero no. Estas muertes y desapariciones han tenido lugar en Alemania y Bélgica. En el centro de Europa. No son chabolas humildes mal construidas, ni paisajes lejanos de miseria. La Naturaleza se ensaña con quien la maltrata, el ser humano, independientemente de su origen. Sí, escribo Naturaleza siempre en mayúscula por respeto, porque es la madre, la mátria. Para recordar que estaba aquí antes que nosotros y que le debemos todo. Porque está por encima nuestro y demasiado a menudo nos olvidamos.
El cambio climático hace décadas que avisa y los humanos hace años que nos enemistamos para ver qué países firman los acuerdos y tratados que lo tienen que revertir y decidir cuándo se aplicarán. Y así, ir pasando catástrofes hasta que nos las encontremos en nuestra casa (si es que hay casas de alguien, como si la casa grande no fuera de todos los terrícolas). Mientras tanto, los síntomas de la enfermedad del medio ambiente aterran cada día con más y al desajuste global se le suman construcciones en los cauces de ríos (como si no supiésemos que el agua tiene escrituras y cuándo quiere las saca) y propuestas de dudosa solvencia y necesidad para hacer Juegos Olímpicos de invierno, cuando no sabemos ni si habrá inviernos dentro de diez años, o para construir nuevos trasvases, cuando los ríos pierden caudal en cada colada y las costas se retiran con cada temporal.
Hay que preservar la Naturaleza con conciencia de préstamo y legado, no de aprovechamiento y de abuso
Para preservar espacios protegidos y de alto valor se aplican medidas de pago para regular el acceso y evitar gamberradas y masificaciones. Se hace para bien, para salvar lo poquito que nos queda y para ayudar a autofinanciar el buen mantenimiento de la zona y aún así hay quien se queja o quien se salta las normas. Desgraciadamente, hay gente que, a pesar de los avisos que reclaman un buen comportamiento, solo entiende el idioma del peaje o la multa y no el de la sostenibilidad y el respeto. Hay que preservar la Naturaleza con conciencia de préstamo y legado, no de aprovechamiento y de abuso. El campesinado se debe valorar no solo como profesión digna y como elemento de supervivencia, si no también como esencial para velar por el planeta. Más allá de actitudes incívicas y lamentables (colillas, radiales, fuegos en el bosque sin permiso) las terrazas y bancales abandonados, como se ha visto en el Parque Natural del Cap de Creus, son muy atractivos para los malditos incendios. Si se olvida la tierra, se deja de cuidar la Tierra.
El planeta no es clasista ni entiende de pobres y ricos. Ni de géneros, ni de razas. Reacciona como puede y cuando puede al ser herido y al llamado primer mundo ya no nos salvará solo la suerte de haber nacido en el hemisferio norte, hecho que hasta ahora nos mantenía medio cobijados de tanto desastre. El aumento de fenómenos extremos se extiende sin tener en cuenta fronteras (no como los hidroaviones, que solo hablan español). Es más, si la Naturaleza se enfureciera con quien más la daña, probablemente los países más desarrollados seríamos los más afectados y las zonas más vírgenes y sencillas del mundo no sufrirían como sufren.
Por lo tanto, ya podemos dar gracias que el planeta no nos une más a quien más lo destrozamos porque si la cosa fuera por orden de llegada, nos quedarían dos telediarios y bien justitos. No obstante, el efecto mariposa se va estrechando cada vez más y ahora, a golpe de alas tenemos el tornado más cerca. Nos encontramos ante un semáforo de color naranja y en lugar de frenar antes de que se ponga rojo, aceleramos a ver si así todavía podemos saltarnos la prohibición por última vez, sin ser conscientes de que no deberíamos tener ninguna prisa por llegar a la meta del calentamiento definitivo y el punto de no retorno.