El dato de esta Diada es que, tal como publicaba ayer la Agència Catalana de Notícies en un informe, el sentimiento de catalanidad ha caído en picado en los últimos diez años. El estudio, que se basa en datos del CEO, explica que el grueso de catalanes que se sienten únicamente catalanes ha pasado del 29% al 18%. La franja de edad en la que el descenso se ha notado más ha sido entre los jóvenes de 18 y 24 años. Hace diez años, los jóvenes de esta franja se sentían únicamente catalanes en un 29,3%. Hoy, solo se sienten exclusivamente catalanes en un 11,4%. Estos son datos relevantes, pero el dato determinante es el que muestra que la opción que más se ha disparado es la de la compatibilidad de ambas identidades, que ha aumentado diez puntos.
Es imposible no hablar de política cuando se habla de identidad. De hecho, estos datos son la evidencia de que de la misma forma que la identidad dirige la ideología política, la vida política tiene efectos sobre la identidad. En nuestro caso, pasado y derrotado el procés, ahora que resulta más evidente que nunca que los partidos independentistas se encuentran en una vía muerta con respecto al eje nacional, tiene efectos sobre los ciudadanos de adscripción nacional catalana. Cuando la política falla, la identidad se resiente. Con la adscripción nacional desequilibrada, pues, reflotar según qué opciones políticas desde los partidos se hace más difícil que nunca. No hacer la independencia en el año 2017 era peligroso, precisamente, por esto.
En cuanto bilingüizas una comunidad, hay una lengua que o molesta o no sirve. Y se sustituye. Las lenguas que han desaparecido, han desaparecido en manos del bilingüismo.
El dato que muestra que la opción que más se dispara entre los jóvenes es la de la compatibilidad entre identidad catalana y española es determinante porque es un concentrado numérico del momento político. La España del reencuentro es el espejismo de una consecuencia práctica: para que la España plurinacional exista, la condición de catalán en exclusiva tiene que dar un paso atrás. Es una renuncia a cambio de un espejismo y el producto son las cifras del informe de la ACN. En el marco político actual —y en el marco de una identidad damnificada y manchada, incluso, de vergüenza— la adscripción nacional únicamente catalana lleva adherida la sensación constante de lucha. La amenaza y el retroceso vinculan catalanidad y voluntad de forma indiscernible. En estos términos, los de tener una atmósfera política cada vez más españolizada, el esfuerzo de plantarse no es nunca lo que sale más a cuenta. Con la maquinaria ideológica españolista trabajando con más fuerza que nunca, de los comunes a Vox, tampoco parece nunca la opción más razonable.
Asumir la compatibilidad de identidades como una opción en la que ambas están al mismo nivel, como si no tuviera efectos prácticos, es el enésimo tejemaneje del nacionalismo español pintado de igualdad. Es la opción "pacifista" hecha para borrar el conflicto étnico, porque si nación mayoritaria y nación minorizada parecen en consonancia, la una deja de ser mayoritaria y la otra minorizada. Mientras la convivencia parece posible, enfrentarse a la españolización parece innecesario. Llegados a este punto, las tesis de Carme Junyent siempre son las que desmontan según qué marcos viciados con más facilidad: "Las lenguas desaparecen porque toda la comunidad ha aprendido otra lengua. En cuanto bilingüizas una comunidad, hay una lengua que o molesta o no sirve. Y se sustituye. Las lenguas que han desaparecido, han desaparecido en manos del bilingüismo. Cuando existe un proceso de bilingüización, lo que sigue es la sustitución".
La sustitución cultural funciona en unos términos parecidos a los de la sustitución lingüística. Sobre todo en Catalunya, donde la etnia la forman la lengua y la cultura, una trabaja junto con la otra. De hecho, los datos del informe de la ACN sobre identidad se entienden mejor si los colocamos junto a los datos sobre usos lingüísticos: solo el 12% de jóvenes hablan únicamente en catalán como lengua habitual. Igual que el bilingüismo conduce a la asunción de que hay una lengua que no sirve, la sustitución cultural conduce a la asunción de que hay una identidad que, sola, tampoco sirve. No es una situación permanente: es un proceso de sustitución progresivo en el que, poco a poco, sentirse catalán va quedando relegado a unos círculos concretos, mientras que la identidad que te permite relacionarte con el mundo sin obstáculos ni justificaciones es la española. Este equilibrio que la vida política ha hecho parecer natural es el preludio de la folklorización y la aniquilación, si es que no están ya aquí. Hoy, para muchos, la catalanidad es un añadido. Estos son los efectos de articular políticamente la identidad sin tener en cuenta las consecuencias. O de ser conscientemente su brazo político pensando que, cuando las consecuencias lleguen, serás lo bastante hábil como para sacudirte la responsabilidad.