La canallada de Altsasu es la peor salvajada que ha perpetrado el nacionalismo español en años. Lo más grave es constatar cómo los principales líderes políticos de la derechona española compiten para explotar el encarcelamiento de los jóvenes, para ver quién es más implacable. Da pavor porque es la evidencia de cómo pretenden ganarse el voto de un amplio sector de la sociedad española, con permiso del procés que hoy es, de forma preferente, el principal ariete de la derechona y, en buena medida, del PSOE. O al menos de amplios sectores del PSOE.

Albert Rivera, un hombre que no tiene ningún tipo de escrúpulo al menos cuando de pescar votos se trata, fue el primero en copiar el método de actuación que en los años noventa pusieron en práctica formaciones abiertamente fascistas, como la capitaneada por el falangista Ricardo Sáenz de Ynestrillas Pérez. Si bien con un matiz, Ynestrillas utilizaba el pretexto de ETA para irrumpir en una ciudad o pueblo vasco. Rivera ya ha vivido la España que había superado el drama de ETA. Pero su modus operandi ha sido el mismo.

Ynestrillas era el hijo de un comandante del ejército español que fue asesinado por ETA en 1986, tiroteado en Madrid. Un militar golpista; cuando menos fue detenido por su participación en varios intentos de golpe de Estado, uno de los cuales al lado del célebre Antonio Tejero. Ynestrillas, por cierto, no perdió su rango a pesar de ser condenado en un consejo de guerra... ¡a seis meses de prisión!, como si de un ladrón de gallinas se tratara. Obviamente no ingresó en prisión. Le salió muy barato todo.

A Oriol Junqueras le piden 25 años de prisión por, según afirman día sí, día, también, Rivera y Casado, ser un "golpista". Ya es curioso porque al militar golpista Ynestrillas el golpe de Estado le salió gratis. Tanto, que todavía estuvo a tiempo de volver a protagonizar otros intentos de golpe de Estado. Era un conspirador nato. Cuando no era un golpe de Estado, quería poner una bomba bajo la tribuna de autoridades el Día de las Fuerzas Armadas. O al menos de eso lo acusaron.

Nada de lo que ha pasado en Altsasu habría tenido cobertura de no ser por los constantes excesos que comportó la lucha antiterrorista y por todo lo que avaló el pacto antiterrorista. En nombre de la lucha antiterrorista se inició un recorte de derechos sostenido, empezando el ER la ley antiterrorista, una legislación especial que pronto iba a contaminar el conjunto del Código Penal. En los juicios contra los activistas de ETA se empezaron a permitir todo tipo de prácticas policiales y judiciales abusivas, que atentaban contra derechos fundamentales. También el Gobierno, primero con el PSOE y después con el PP, se atrevió cada vez con menos manías a saltarse la ley o a interpretarla cada vez más a medida y de forma expansiva. Se cerraron diarios, se planificaron asesinatos, se inventaron procesos estrambóticos y se recuperó un nacionalismo español adormecido y avergonzado por un pasado marcado por las dictaduras criminales de Primo de Rivera y Franco.

Aznar fue el artífice de proyectar un nacionalismo español cada vez más desacomplejado y extremista y arrastró al PSOE. Hubo un momento en que la existencia de ETA era el pretexto para todo tipo de excesos. ETA ya era un arma arrojadiza electoral que el PP, a veces también el PSOE, utilizaba con finalidades descaradamente electoralistas. Al final, todo era ETA. De hecho, en Catalunya también todo es ETA, ha llegado a decir Casado, presidente de un PP que para competir con Ciudadanos ha puesto al frente a un personaje grotesco.

Solo hay que recordar qué pasó con aquel tristemente famoso atentado del terrorismo islamista en Madrid, el 11-M, una matanza sin precedentes. El PSOE y el PP se enfrentaron por la autoría del atentado, en una pugna que tuvo el país parado durante 48 horas. El gobierno de Aznar se apresuró a atribuir a ETA el atentado porque sabía que si la autoría era de ETA arrasaba en las elecciones, mientras el PSOE procuró demostrar que el atentado era obra del sanguinario terrorismo islámico. Aznar había empujado a España a participar en la guerra del Golfo y aquella decisión ponía en jaque al PP y al mismo Aznar a las puertas de unas elecciones en que el terrorismo se había vengado con el peor atentado de la historia de España.

El proceso de criminalización del independentismo vasco, y en buena medida de la juventud vasca, perpetrado durante todos estos años de excesos en la lucha antiterrorista es lo que ha permitido la canallada de Altsasu y que una pelea de bar entre unos jóvenes del pueblo y unos agentes de la Guardia Civil haya acabado en una condena que transgrede todas las normas fundamentales de un Estado de derecho sano. Altsasu solo es la demostración del punto al que ha conducido la arbitrariedad del nacionalismo español, un nacionalismo de rancia estirpe que ha empapado la sociedad y que ha parasitado los aparatos del Estado. Hoy, el principal cebo para captar voto de las derechas españolas es la explotación de un nacionalismo feroz y sin compasión, con un PSOE miedoso que cuando no hace seguidismo se distrae con matices o mira hacia otro lado, incapaz de ofrecer nada que no sea agitar el espantajo de la derecha con uno "quizás yo no te gusto pero estos todavía son peores". Si huyes del fuego podrás caerte en las brasas, una aceptación tácita de lo que es claramente insatisfactorio ante una alternativa todavía peor.