Eran otros tiempos. El incipiente y marginal independentismo hacía de la agitprop (el argot para hablar de agitación y propaganda) su caballo de batalla. Su vehículo de expresión eran las campañas en la calle y las movilizaciones, más modestas que voluntariosas. Los despachos quedaban muy lejos. Empapeladas, pintadas, buzoneos, tras la pancarta contra todas las injusticias con gente de otras tradiciones políticas y diferente pelaje. Los encontronazos con la policía eran constantes. Detenciones, el binomio acción-represión y el mimetismo con el País Vasco y lo que allí sucedía. Incluida la cultura del bar y antipolicial. Venimos de aquí, de las catacumbas, de gente que empujó y se dejó la piel predicando en el desierto y sembrando una semilla de libertad.
Han pasado los años y el país ha cambiado tanto que ahora el independentismo ya no es una minoría marginal, sino una masa central en el país, una fuerza motriz que aspira a provocar el cambio más importante en centenares de años en el sur de Europa, que transciende incluso la autodeterminación. Es el empoderamiento ciudadano ante el autoritarismo de los estados y, en particular, el de una democracia, la española, de esqueleto franquista.
Por eso es tan chocante, absurdo y contraproducente querer volver a la cultura de la pancarta. Y no asumir que haber llegado a los despachos es el primer paso para ganar ―por mucho que parte del nuevo independentismo esté en los despachos desde 1980―. Pero es que o somos una mayoría clamorosa o la victoria es una quimera.
Pretender seguir haciendo agitación parapetado tras la pancarta, cuando lo que pretendes es ganar, es tanto como renunciar a hacer política para todos y a dirigirla en favor de un proyecto que es tan ambicioso como incompatible con la sintomatología del Peter Pan
Los Mossos d'Esquadra son una estructura brutal, esta sí, de país. Hoy están en el punto de mira del Estado español y de la carcundia ultra que alimenta la confrontación en la calle y que tiene en Albert Rivera su macabro profeta. Los Mossos fueron los protagonistas del 17 de agosto y de una respuesta eficaz a la barbarie terrorista. Los Mossos fueron ejemplares el 20 de septiembre. Y el 1 de Octubre jugaron un papel determinante frente al rabioso "¡a por ellos!" que protagonizaron la Guardia Civil y la Policía Nacional golpeando sin miramientos a ciudadanos pacíficos, brutalidad miserablemente aplaudida por Felipe VI. Por eso se la tienen jurada, porque no se sumaron a la orgía del nacionalismo de estado y porque fueron leales al gobierno del 1 de Octubre. Orgullo de Mossos. Pero eso no les ha ahorrado críticas feroces de una parte del independentismo, cuando lo que tendríamos que hacer es poner en valor lo que representan y lo que han hecho en un momento clave. Recientemente incluso un portavoz los acusó de haber perpetrado una "ejecución extrajudicial" porque una agente abatió a un hombre enloquecido que entró blandiendo un enorme cuchillo en una comisaría gritando en nombre de Alá, conmemorando el siniestro atentado del 17 de agosto.
Cuando se toman responsabilidades, cuando se pasa de la adolescencia a la madurez, se asumen contradicciones. Y no es algo fácil, pero es lo que determina el paso a la edad adulta. Recriminar a un hijo por hacer aquello mismo que habías hecho con tanta fruición no es exactamente una contradicción, forma parte del paso de los años y de las circunstancias cambiantes. Pretender seguir haciendo agitación parapetado tras la pancarta, cuando lo que pretendes es ganar, cuando quieres construir un nuevo país, es tanto como renunciar a hacer política para todos y a dirigirla en favor de un proyecto que es tan ambicioso como incompatible con la sintomatología del Peter Pan. Mola mucho ser eternamente joven cuando lo difícil de verdad es aprender a hacerse mayor y mantener un espíritu joven, sin dejar de soñar.
Probablemente el independentismo no sería nada sin aquella gente que, en los años ochenta y buena parte de los noventa, sostenía la pancarta, cuestionaba el Régimen del 78 y se llevaba todos los palos mientras otros se atrincheraban en los despachos. Pero igual que no puedes volver a tener 20 años y sentir que eres invencible, no puedes pretender volver a la calle a gritar "De azul, verde o marrón, un cabrón es un cabrón". Hoy que Otegi, a quien muchos rendimos un reconocimiento explícito, ha conseguido hacer entender que sólo conquistando la centralidad política pueden aspirar a ganar, no tiene ningún sentido que el ideólogo sea Evaristo de La Polla Records por mucho que sigamos siendo unos fans incondicionales.