De todo el asunto del izado de bandera de Palau, lo más sorprendente debe ser que todavía no le hayan acabado cargando la responsabilidad al presidente del Parlament, Roger Torrent. Del arriado, todo es más complejo. Tanto, que Palau estuvo sin bandera el tiempo de tocar la corneta.
No hubo hojas, como con la pancarta del balcón de Palau, porque no hubo ni tiempo de ir al bosque. Esto de retirar banderas no es nuevo, tampoco entre el mundo nacionalista. De hecho, uno de los pioneros fue el entrañable exalcalde de Solsona, el convergente Ramon Llumà. Cuando le requirieron para que la volviera a izar respondió, con ingenio, que estaba en la lavandería para limpiarla.
En los tiempos de la Crida a la Solidaritat, cuando ni siquiera estos se llamaban independentistas, tiraban más por autodeterministas, la bandera también fue arriada. Los indepes eran cuatro gatos y la Presidencia de la Generalitat era de Jordi Pujol con una mayoría abrumadora de Convergència. La Presidencia sigue teniendo una continuidad, al menos de color, aunque las mayorías hoy son otras y el momento político también es diferente. Aquella fue una acción relámpago y audaz. Eran otros tiempos y no daban para más.
El Govern, que ha sido requerido por la investigación de la fiscalía (y de los Mossos), ha hecho notar su preocupación por el asunto. Palau ha expresado su apoyo a la investigación porque eso que te entren a casa, se paseen, suban por las escaleras, lleguen a la azotea, te arrien la bandera y se vuelvan a largar, con la misma calma con que han entrado, debe hacer sufrir. Claro que solo era por un trapo y no como si a los ladrones te hubieran entrado en casa, que eso sí que ya sabemos que es muy angustiante. Si hubieran escalado el edificio y se hubieran descolgado haciendo rappel, pues mira. Puedes pensar que solo han tocado fachada.
Torrent parece llamado a ejercer todas las responsabilidades en último término, a resolver todas las patatas calientes
Esta quizás debe ser la primera vez –más vale que toque madera– que no le cargan el muerto al presidente Torrent. Porque cada vez que se tensa la cuerda, todas las impotencias acaban en el despacho de Torrent. Nunca un president, del Parlament, debe haber tenido la sensación de ser tan poderoso. Presos, inhabilitaciones, sustituciones, enésimas mociones, embates judiciales y las que le caerán. Torrent parece llamado a ejercer todas las responsabilidades en último término, a resolver todas las patatas calientes. Parece tener la última palabra en todo, aunque no ostenta ningún tipo de protesta ejecutiva, ni remotamente. Ni un triste decreto puede firmar.
Pero en esta Catalunya pos 1 de Octubre, que ha vivido un coitus interruptus, pasan estas cosas. La excitación y la pasión cuando no se consuman pueden dar paso a un frustrante e intenso dolor de bajos. Hay quien se lo sabe curar. Quien no se consuela a solas es porque no quiere. Y hay quien, irascible e impotente, opta por descargar toda su frustración y busca una y otra vez un chivo expiatorio.
Es complicado decir hacia dónde vamos cuando se dibujan escenarios de tirar piedras y esconder la mano, de desahogos sin ningún recorrido. Como si estuviéramos en los años ochenta. Sin embargo, ocurre que cuando repentinamente, en la madurez, quieres hacer todo lo que en la adolescencia no habías experimentado o despreciabas (ahora con ínfulas aleccionadoras), resbalas. Y ya decía Tarradellas que en política te lo puedes permitir todo, excepto hacer el ridículo.
Enderezar el rumbo, reanudar la iniciativa, pasa necesariamente por evaluar las propias fuerzas y hacer un diagnóstico serio y compartido
Enderezar el rumbo, reanudar la iniciativa, pasa necesariamente por evaluar las propias fuerzas y hacer un diagnóstico serio y compartido. Cumplida esta prioridad, será posible resolver cuál es la mejor estrategia. Lo que difícilmente será discutible es que sumar todo tipo de complicidades, cuantas mejor, no nos aleja de ningún objetivo, sino que nos acerca a él. No necesariamente todas ni con el mismo motivo ni con el mismo entusiasmo. Y por la misma razón, los vetos, el cuantos menos mejor, el nosaltres sols, solo nos aísla y hunde y nos hace perder complicidades, toda vez que nos enquista en el empate infinito con la actual correlación de fuerzas.