En el País Vasco se vivió una auténtica confrontación, armada. Nadie perdió la fuerza por la boca, la perdieron por una estrategia politicomilitar devastadora. Nadie presumió de una fuerza que no tenía, ni de nada que no pensara hacer. No eran fuegos artificiales, ni retórica épica y vacía. Ninguna fanfarronada. El enfrentamiento era real, con el Estado, se olía en las calles. En cada pared. Fuera día de manifestación o no. Todo era trepidante. Las detenciones se sucedían, cada día. La lucha en la calle, la kale borroka, era el pan nuestro de cada día. Y la violencia, armada, que segó tantas vidas se dejaba sentir con fuerza.
En aquellos años recuerdo haber participado en infinidad de manifestaciones. Con mis amigos de Goierri. Allí donde fueras, había un ambiente que denotaba lo vivo que estaba el conflicto. Y lo activa y movilizada que estaba la izquierda abertzale. El ambiente era muy intenso. Mucho. Intenso, tenso y apasionado.
En Santurtzi pude asistir a un acto de esta campaña electoral, de Bildu. Un acto muy tranquilo. Nada que ver con aquel ambientazo eléctrico que había vivido en otras ocasiones, en otras elecciones, en los años en que la violencia de ETA marcaba la política vasca. Y en los que la izquierda abertzale estaba en la calle con una presencia abrumadora.
La izquierda abertzale está hoy aprendiendo que cuanto mejor, mejor. Con los datos en la mano, incontestables. Saben que esta es una causa que sólo podrán ganar democráticamente
Pues bien, en aquella etapa de movilización tan intensa, de confrontación armada también, años de agitación en las calles, cuando parecía que nos teníamos que comer el mundo, cuando todo era tan vivencial como visceral, de compromiso y sacrificio, el apoyo electoral se movía en una horquilla entre el 9 y el 18 por ciento como techo.
En las elecciones vascas de este domingo, en medio de un ambiente general tedioso, se esperaba que Bildu sumara aproximadamente el 22 por ciento de los votos, mejorando el resultado de las últimas elecciones. No sólo ha conseguido un apoyo electoral al alza, sino que lo ha hecho sin los enormes costes personales y políticos de una época ya pretérita, felizmente superada si no fuera por los más de 300 presos que todavía se están pudriendo en la prisión. Y por unos cementerios que todavía hablan y que representan una mochila.
La izquierda abertzale aprendió que cuanto peor, peor. Aprendió a dejarlo atrás. En todo caso, quien se aferraba los últimos años al cuanto peor, mejor, era el españolismo y, en particular, el PP, que se sabía más fuerte, que sabía que podía sacar (ellos, sí) réditos políticos. El PP ha pasado, en Euskadi, de querer disputar al PNV la mayoría, a ser testimonial. Pero no por la aparición de un partido más a la derecha, sino por una sonada pérdida de apoyos electorales.
Y la izquierda abertzale está hoy aprendiendo que cuanto mejor, mejor. Con los datos en la mano, incontestables. Saben que esta es una causa que sólo podrán ganar democráticamente, a base de incrementar su apoyo electoral, a base de conquistar nuevos espacios, de seducir a nuevos electores y sectores sociales. Sólo con eso sería también, probablemente, insuficiente. Pero sin este apoyo en las urnas es sencillamente imposible.