Toni llega tarde. No es ninguna novedad. Entre sus virtudes nunca ha destacado la puntualidad. Lo estamos esperando para desayunar en un bar bohemio de Lovaina, siempre quedamos en el mismo bar. Llega solo, empapado como un pollo, justo cuando llegaba ha caído un chubasco.
Llega sonriendo, tiene buen aspecto. Enseguida abraza a Gabriel Rufián, se conocen de hace tiempo, de Socalli (Socialisme, Catalunya i Llibertat) la asociación que él mismo presidía, una de tantas entidades surgidas de la diáspora del PSC. Nos abrazamos todos, con ganas. Besos incluidos.
Charlamos de todo y de nada. Me felicita por un artículo, "El oportunismo de Pedro Sánchez". Dice que este artículo lo podría suscribir sin hacer una sola enmienda. Reímos, reímos todos. Gabriel mete baza. Reímos más. Preguntamos por su compañero, Sergi, y por su hija, Laia, que ya ha cumplido seis años y que ya habla neerlandés. Los niños son una esponja. Marta Rovira me dijo lo mismo de Agnès, en la Suiza francófona, que ya habla el francés mejor que ella. Y Marta ya lo llevaba bien el francés. Ahora es Toni quien pasa más horas con su hija. Quizás ahora pasa más horas con ella que nunca. Los primeros meses no fue fácil. La adaptación, en una nueva escuela, en un nuevo país, precipitada, donde se habla una lengua que le era desconocida, a medio camino del alemán y el inglés, la aislaron las primeras semanas. Afortunadamente, tanto Laia como Agnès son espaviladas y han hecho un proceso de integración modélico. Una en neerlandés (de Holanda en un pequeño territorio de Bélgica) y la otra en francés. Qué diferente es el reconocimiento lingüístico que tienen unos y otros, son lenguas oficiales en sus estados, con las particularidades que confiere la oficialidad.
Toni pregunta por Oriol, dice que ya ha acabado la carta, una carta larguísima, imagino, como la última. No lleva la carta encima, se la ha dejado, de manera que me la hará llegar a fin de que yo la haga llegar, en mano si puede ser. La conversación, mientras estamos en el bar, versa sobre la familia. Únicamente. Después, nos acompaña a hacer un tour turístico, por el centro, con profusas explicaciones históricas delante del edificio del Ayuntamiento, un gótico tardío, espectacular. En un momento dado, hablamos de octubre del 2017, también de septiembre. Divagamos, especulamos, recordamos algunos episodios con una sonrisa, otros con más acritud. Aquellos días marcarán toda una generación, el país entero. Pero es obvio que a unos más que otros. Los presos, en primer lugar. Los exiliados. Todas las personas, centenares, que han sido procesadas o que viven pendientes de pasar por los juzgados.
Aquellos días marcarán toda una generación, el país entero. Pero es obvio que a unos más que otros. Los presos, en primer lugar. Los exiliados
Su suerte, poder volver a pisar Catalunya, no depende del juicio a los presos del 1 de octubre. Más bien ―si bien todo es incierto― dependerá de la resolución que pueda hacer el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos, en Estrasburgo. Andamos y andamos y de repente llegamos al barrio de las beguinas, para algunos el origen del movimiento feminista. Toni nos explica que un grupo de mujeres, que había dejado la mala vida, se recluyeron en un incipiente convento fuera de la jurisdicción del abad. No querían someterse a la autoridad de un hombre. Si no volvían a casa bajo la tutela del padre, tampoco estaban dispuestas aceptar la tutela de otro hombre, el abad. El barrio creció, mucho, un santuario femenino, donde no vivía ningún hombre. Vivían el celibato al margen de la autoridad masculina y eclesiástica. Las calles del beguinaje son un empedrado irregular y un canal atraviesa el barrio. Es cautivador.
Entre explicación y explicación, Toni me confiesa que le preocupa la respuesta al juicio. Y me pregunta cuál tendría que ser. Me dice ―coincidimos― que no ve al país preparado para sostener una respuesta, a corto plazo, de calado, como una huelga de varios días o semanas. Me pregunta qué pienso. Me sondea sobre unas hipotéticas elecciones, le digo que eso depende del president Torra. No me mojo mucho. Pero le hago dos reflexiones que me dice que comparte. Primero, hagamos lo que hagamos, se tiene que poder hacer. No se vale generar falsas expectativas que después dejarían una sensación de fracaso. Segundo, la Catalunya del siglo XXI no es la Francia del siglo XVIII. Los sans-culottes no tomarán la Bastilla. Le recuerdo que ante la sentencia del Tribunal Constitucional al Estatut, la respuesta fue un pronunciamiento político y una manifestación. No hubo una eclosión espontánea, sino que años después se produjo un gradual incremento de la movilización y el convencimiento de que el Estado había sentenciado la vía estatutaria y reventado el consenso político. De hecho, lo que sucedió en aquella sentencia fue un acuerdo de gobernabilidad entre CiU y el PP, el último. Pero había una corriente de fondo, imparable, que acabó desembocando en el inicio del procés, en el 1 de octubre y en la explosión (con la reforma del Estatut ya pasó) del anticatalanismo en España y de una derecha profundamente reaccionaria con la cobertura de un estado que ha involucionado como nunca se había visto desde el final del franquismo. Toni toma nota mentalmente, dice que es una buena reflexión. Intercambia frases con Gabriel, va alternando, mientras le recordamos que se hace tarde, que tenemos que coger el tren para volver a Bruselas y comer con Meritxell Serret, delegada del Govern en Bruselas. También habíamos previsto una visita relámpago a Puigdemont, en Waterloo, que, en esta ocasión, no ha sido posible.
Meritxell nos cita en un restaurante italiano, de menú. Está muy serena, con la cabeza muy clara. Muy consciente de las dificultades y, al mismo tiempo, contenta de vernos. Me reprocha que no le haya llevado un libro que hace semanas que me ha reclamado: Oriol Junqueras. Hasta que seamos libres. No tengo excusa. Afortunadamente, entre nosotros, también está Roger Heredia, él sí que le ha llevado un libro, Avi, et trauré d’aquí de Joan Pinyol. Ahora sé que le podré llevar, en mano, una sexta edición, con un nuevo capítulo y donde se describe con más detalle cómo ella y Toni vivieron el 1 de octubre. Estamos cerca del 8 de marzo y afirma que para una mujer a menudo todo es más difícil, también en Bruselas donde ella es la única exiliada. Está centrada en todo lo que pasa en Catalunya, en su trabajo en la Delegació del Govern. Waterloo queda lejos.
Pregunta por Oriol, mucho por Carme y Dolors, quiere saber cómo están. Está siguiendo el juicio, a ratos. Recordamos aquellos días, aquellos primeros días de noviembre. La desconcertante llegada a Bruselas, como algunos trabajadores se desvivieron para dar acogida a los recién llegados. La desconexión entre lo que sucedía en la Catalunya Nord y lo que se había decidido en el Empordà. Meritxell ve claro que hay que poner las luces largas y que pasarán muchos días antes no pueda volver a pasear por Vallfogona de Balaguer.