Andaba Rivera en esta ocasión por Altsasu para jactarse de las durísimas condenas de prisión a jóvenes del pueblo. Esta vez era Navarra, luego de haber ensayado la acción directa en Catalunya a cuenta de los lazos amarillos; en su homenaje a las bandas uniformadas de cúter y navaja, con pasamontañas o caretas, que él mismo promocionaba y alentaba. Como no tiene otra, sigue en las mismas. Su único programa es agitar la bandera española, ahora ya en pugna con Vox, y sacudir con ella a todo ser viviente que no vea españoles hasta en el felpudo. Pero si en los lazos ha sido pionero, en lo de Altsasu es un vulgar imitador. El ultraderechista Ricardo Sáenz de Ynestrillas y sus muchachos lo hacían con más agallas y menos medios, pero con el mismo ímpetu. Montaban un autobús y desembarcaban en feudos abertzales, con la misma intención de provocar y sacar tajada de crispar el ambiente. Pues bien, lo que entonces hacía la extrema derecha es exactamente lo mismo que hoy hace un aspirante a la Moncloa. La cuestión no es menor, sino más bien reveladora de hacia dónde ha evolucionado la sociedad española.
Albert Rivera no tiene escrúpulos
Albert Rivera vino a reírse en las narices de los amigos y las familias de los chicos que la jueza Lamela metió en prisión por una pelea de bar en la que quiso ver terrorismo. Una pelea con agentes de la Guardia Civil, nada clara, con versiones e imágenes contradictorias. Menos para la justicia española, que puso el caso en manos de la Audiencia Nacional y mandó a prisión incondicional a los chicos que presuntamente se enzarzaron en la pelea. Los chicos están condenados. A muchos años. No como en el caso de los delincuentes sexuales de La Manada. Por abusar en grupo de una chica, por violarla en grupo, como hacen los machotes, los mejores ejemplares de macho hispánico con tricornio, se cumple una condena cariñosa o no se cumple. Y, por supuesto, Rivera no se ha ido al pueblo de los violadores. Allí probablemente sí lo hubieran recibido a pedradas, las pedradas que Rivera se inventó en Altsasu y que nadie vio ni por casualidad. Para Rivera no era suficiente un paseíto a lo Sáenz de Ynestrillas. Además, necesitaba salir de Altsasu haciéndose la víctima y vilipendiando a las gentes de Navarra. Por eso mintió sin rubor alguno, como ha mentido otras veces sin tapujos. Rivera no tiene escrúpulos. Por eso Rivera se largó del Parlament de Catalunya cuando este se dispuso a condenar el franquismo. Por eso usa repetidamente el término golpe de Estado para referirse a lo que sucedió en Catalunya el 1 de octubre. Frivoliza con ese término porque para él los golpes de Estado y la dictadura de Primo de Rivera y la de Franco, dictadura criminal que mató mucho y mató hasta el final, son harina de otro costal. Si por Rivera fuera, la paga doble seguiría siendo el 18 de julio. Por eso Rivera insiste en hablar de privilegios en las prisiones para Junqueras y sus compañeros, porque lo suyo es el ensañamiento sin compasión. Por eso se manifiesta al lado del grupo de policías que reclaman más paga a cuenta de “Haber metido la porra como si no hubiera un mañana”. A Rivera no le interesan las víctimas, sino hacerse la víctima; es el manual clásico del victimario. Las víctimas, de las que se aprovecha con toda la desFACHAtez, son el pretexto para conseguir más votos y sembrar ese nacionalismo casposo, cobarde y totalitario de antaño que tanto le inspira a falta de ninguna otra idea brillante en su cabeza a la que poder recurrir.