El president Francesc Macià es uno de los iconos más transversales del catalanismo político y, en particular, del independentismo. Aunque en su momento también fue objeto de feroces críticas por los sectores más radicalizados del independentismo. Él mismo explicó que la forzada renuncia a la proclamada República Catalana fue una de las decisiones más difíciles de su vida. O la renuncia a la integridad del Estatut (de Núria) que él mismo impulsó —y gestionó su despliegue— recortado en las Cortes españolas después de haber sido votado masivamente por la ciudadanía catalana.
Macià es un personaje reverenciado o, cuando menos, reconocido por el conjunto del catalanismo político, un líder de imagen venerable conocido por el apelativo popular de el Avi, término que no hace referencia a su (indudable) ardor combativo, sino al anciano entrañable, de pelo blanco, que se ganó el corazón de las clases trabajadoras del país y la confianza de buena parte de las clases medias.
Hay incontables frases que responden a coyunturas puntuales y que se le atribuyen. A veces, no todas exactamente verídicas o contextualizadas. Entre las más célebres y reconocidas, hay una inmensamente popular, "la casita y el huerto", que explica, en buena medida, la abrumadora victoria de ERC en las elecciones del 12 de abril de 1931, en coalición con la Unió Socialista de Catalunya. Las familias de tradición republicana lo han podido todavía escuchar de viva voz de sus padres o abuelos. Y a menudo, precisamente, en el seno de familias humildes, de aquellas que vieron emocionadas —y al mismo tiempo temerosas— como sus hijos se alistaban voluntarios en la Columna Macià Companys en 1936. Muchos de aquellos jóvenes, la mayoría, nunca volvieron a casa.
Que Macià es un personaje poliédrico es indudable. Tanto como su audacia ante la dictadura de Primo de Rivera, su ruptura con la derecha catalanista, su independentismo o su progresivo acento social
La "casita y el huerto" resume la vocación social del president Macià y la conexión con las clases trabajadoras, que, no en pocos casos, vivían en el umbral de la supervivencia. Por eso cuando hablaban de Macià evocaban aquello que quería el Avi para ellos y sus familias: la casita y el huerto. Dicho de otra manera, un plato en la mesa y un techo. Es decir, dar respuesta a las necesidades básicas de la ciudadanía.
La trayectoria de Macià es, sin duda, la de un hombre singular (teniente coronel del ejército español) y en constante evolución que pasó de la Lliga Regionalista y la Solidaritat Catalana a la fundación de Estat Català, al lado de otros prohombres como Ventura i Gassol. Es a partir de Estat Català que Macià impulsa Esquerra Republicana de Catalunya, aliándose con Lluís Companys, entre otros. Y es, sin duda, la creación de este partido de masas —tan transversal desde el primer día— lo que lo lleva a ganar las elecciones en Catalunya frente a la derecha catalana, la Lliga Regionalista, el partido que había sido hegemónico hasta que fue derrotado por Macià en las urnas. Es a partir de aquella victoria que se consuma un cambio de era y de régimen.
Una obra de aquella Generalitat republicana de Macià, y posteriormente de Companys, que ejemplariza como ninguna la voluntad de justicia social —y al mismo tiempo de moderación— es la ley de contratos de cultivos que abordaba las condiciones de vida de los rabasaires, priorizando la protección de los campesinos ante la expulsión discrecional de los propietarios. Y el acceso de los rabasaires a la propiedad de la tierra. Con este objetivo se estableció que la duración mínima de los arrendamientos tenía que ser de seis años, y que el trabajador de las tierras tenía el derecho de adquisición de estas mediante el abono de su valor al propietario. No era una ley revolucionaria. Ni por asomo, como recuerda en sus memorias quien era conseller de Justícia, Pere Coromines, padre del inmenso Joan Coromines. Pero, sin embargo, fue combatida y boicoteada por la Lliga Catalana (cambio de siglas de la Lliga Regionalista) en el Parlament y recurrida por el Tribunal de Garantías Constitucionales (el TC de la época) por el Instituto Agrícola Catalán de Sant Isidre.
La respuesta republicana en el Parlament catalán fue volver a aprobar la ley, una audaz iniciativa que —todo sea dicho de paso— no ha sido nunca revalidada en la Catalunya contemporánea. Tampoco por el Govern del 1 de octubre ante las incontables ocasiones en que el TC ha tumbado leyes sociales del Parlament. Una vía que se había planteado reiteradamente los últimos años, pero que no se ha vuelto a explorar desde 1934.
Que Macià es un personaje poliédrico es indudable. Tanto como su audacia ante la dictadura de Primo de Rivera, su ruptura con la derecha catalanista, su independentismo o su progresivo acento social. Una actitud sincera, transversal, que también le permitió tejer complicidades más allá del independentismo (sumar y sumar) hasta hacer nacer un proyecto ganador, de masas, lejos de dogmatismos de cualquier signo y condición, de vocación inequívocamente soberanista y transformador. De libertad nacional y justicia social.