Hace dos años y medio, cuando Meritxell Serret aceptó la propuesta de Oriol Junqueras y Marta Rovira de ser consellera de Agricultura, poco podía imaginar que hoy estaría en Bruselas, refugiada en la capital belga huyendo de la injusticia española. Todavía no sabemos, a ciencia cierta, cuál será la resolución final de la justicia belga (si España cursa una tercera euroorden) pero lo que resulta impactante, a ojos de cualquier espectador, es que mientras Serret vive en un modesto piso en Bélgica, los otros diputados electos que comparecieron ante el juez Llarena (consellers del Govern del 1 de Octubre) se estén pudriendo en una prisión asquerosa en el corazón de la Manxa. Si te toca un juez europeo, estás en la calle; si te toca un juez español, prisión incondicional, excepto si eres un violador en grupo.
Pasan los días y el gobierno de Pedro Sánchez no mueve ficha. El jefe de filas mustio de este PSOE que hace años y años que arrastra los pies por el suelo, como un alma en pena, es una versión edulcorada del nacionalismo casposo que representa el PP. Tampoco hay que olvidar que Sánchez intentó, primero, un pacto con la versión más salvaje del nacionalismo español, Ciudadanos, que son esos que salen corriendo cuando el Parlament de Catalunya condena el franquismo. Si en algún momento piensas que el futuro no puede ser peor, siempre tienes a Albert Rivera para recordarte de que la maldad es infinita. Sánchez (y el PSC) ha pasado de abrazar a Rivera a ser investido con los votos de ERC, Junts per Catalunya/PDeCAT, PNV y Bildu. Como ejercicio de funambulismo político no está mal. El odio ciego de la derechota falangista blanquea las frivolidades de Iceta. Tan cierto como que el PSOE, si somos rigurosos, no es el PP ni Ciudadanos. Jordi Cuixart lo explicaba muy bien cuando situaba al PSC en el campo del catalanismo, cuando menos en algunos aspectos como la escuela catalana y la inmersión.
Sin el coraje, entusiasmo y compromiso de conselleres como Meritxell Serret no habría sido posible una jornada como el 1 de Octubre
Ernest Maragall ha nombrado a Meritxell Serret delegada del Govern en Bruselas. Veremos ahora cómo reacciona el gobierno de Pedro Sánchez ante un nombramiento que es escrupulosamente legal. Serret puede hacer un papel extraordinario en Bruselas. Su nombramiento es un acto de justicia tanto como de internacionalización de un conflicto de raíz estrictamente democrática, como lo demuestra su situación con respecto a la de los compañeros que están en las prisiones españolas. Poner la Delegació de Bruselas en manos de una mujer (las represaliadas son a menudo las grandes olvidadas) trabajadora, discreta, solvente y humilde es una decisión que demuestra la astucia del conseller Maragall, un hombre bregado en mil batallas y que es el vivo reflejo de un republicanismo que juega a sumar para ganar. Serret también nos ayuda a recordar la situación de dos mujeres encarceladas en Alcalá Meco, Carme y Dolors, que están ahí por un estricto acto de revancha del magistrado Llarena, al desobedecer ―y esta sí que fue una desobediencia de verdad― la suprema voluntad de un inquisidor que mantiene encerrado a medio Govern del país (y la presidenta del Parlament) por participar y votar la investidura tristemente fallida de Jordi Turull.
Sin el coraje, entusiasmo y compromiso de conselleres como Meritxell Serret no habría sido posible una jornada como el 1 de Octubre, el momento más digno que ha protagonizado este país en los últimos 40 años. En nombre de tantos, gracias por estar, gracias por todo. No habrá libertad hasta el día en que te puedas pasear por las calles de Vallfogona y sonreír a los vecinos y vecinas que no lloran por un pueblo que lucha, luchan por un pueblo que llora tu ausencia y la de todos y cada uno de vosotros.