Junts per Catalunya y la CUP llevan días pugnando por quién blande la estelada con más energía. De hecho, la última encuesta de La Vanguardia afirmaba que los líderes preferidos de los votantes de la CUP no son exactamente de extrema izquierda ni anticapitalistas. Y, todavía menos, provienen de una tradición de izquierdas, más bien al contrario. Carles Riera, el líder cupaire, quedaba claramente por detrás de Oriol Junqueras (más socialdemócrata) en valoración, a ojos del votante cupaire. Y Junqueras, bastante alejado de los dos políticos preferidos por el votante anticapitalista, Quim Torra y Carles Puigdemont. La encuesta apuntaba a que el electorado más puigdemontista y más torrista es curiosamente hoy el de la CUP. O quizás no es tan curioso, los y las que fueron jóvenes promesas de la Fundació Catalunya Oberta (Prenafeta) se declaran votantes de la CUP. Es sintomático que la parroquia cupaire crezca con el votante nacionalista radical —al que habían representado, en cuanto a discurso, Carretero y, sobre todo, López Tena; de quienes, por cierto, tampoco se recuerda que hayan desobedecido nada en la vida, ni poco ni mucho—, el del "pit i collons", más bien que de izquierdas. Eso también explicaría el actual trasvase de votos entre postconvergentes y cupaires en tierras carlistas. La pugna por agitar la estelada más alto que nadie prevalece por encima de si es roja o azul, cuestión que se revela secundaria. La agitación nacionalista es el mainstream, con el matiz de la desobediencia, tal vez. Lo que me pregunto es ¿por qué motivo no desobedecen de una vez? ¿A qué esperan a desobedecer?
Algunos visionarios ya denunciaron la actitud carcelera del Govern con los presos políticos. "Custodiar a los presos políticos es contrario a los derechos humanos", decía alguien, sin aportar ningún tipo de propuesta. El traslado ya era un problema, una nueva bajada de pantalones. Ahora los tenemos encerrados en prisiones gestionadas por el Govern de la Generalitat (el sueño húmedo de los presos vascos) que preside Quim Torra. ¿Y por qué motivo no ordena la consellera de Justícia, Ester Capella, abrir inmediatamente las prisiones y permitir que los presos puedan abrazar a sus familias y vivir felices en libertad? Y, si la consellera Capella no lo hace, ¿por qué motivo no la destituye fulminantemente el president Torra y ordena simultáneamente dejar a los presos en libertad? Además, tenemos el Cos de Mossos d'Esquadra, 17.000 hombres, que manda el conseller Miquel Buch. Son los Mossos los que vigilan las prisiones. No hay excusa, ¿verdad?
Solo conozco una experiencia exitosa de desobediencia civil. O, al menos, una que iba en serio. Y la llamamos "insumisión"
No sé cómo esta brillante idea no se nos había ocurrido antes. Si está chupado, desobedezcamos. Y es más, ¿por qué motivo no firma el president Torra los decretos de despliegue de la República si somos República? Y, si no los firma, ¿cómo podemos ser República? Si total es facilísimo. Desobedezcamos de una vez y dejémonos de ensanchamientos y de retórica procesista, como decía el de Solidaritat. Es que no sé a qué esperamos.
Lo que no puede ser es que la desobediencia solo se predique y no se practique. Sonaría a que nos están engatusando. ¿Cuántos ayuntamientos de Catalunya, los hay de todos los colores, han desobedecido? Ni que solo sea el pago de un tributo, ni que sea una modesta multa. Que levanten el dedo, para tomar ejemplo.
Solo conozco una experiencia exitosa de desobediencia civil. O, al menos, una que iba en serio. Y la llamamos "insumisión", una actitud que más que predicar practicaron centenares e incluso miles de jóvenes en todo el Estado, sobre todo en Catalunya y Euskal Herria. Su humilde ejemplo sirvió para poner en cuestión el servicio militar obligatorio. Y, a pesar de predicar con el ejemplo, no pretendían ser ejemplares y tampoco aleccionar al resto de jóvenes. Algunos pagaron el desafío con prisión. Y lo asumieron con un apoyo social modesto. Lo que hacían era sencillo: cuando los llamaban a filas no se presentaban, mientras comunicaban la negativa a las autoridades militares y exponían sus razones.
Si de verdad planteamos una desobediencia como instrumento estratégico para poner en cuestión al Estado, nada que objetar. Más allá de decir cómo y cuándo lo hacemos y en el marco de qué estrategia; que no es exactamente lo mismo que exigir a los otros que desobedezcan no sé sabe exactamente qué. En efecto, debe de ser el procesismo del que hablaba López Tena, retórica encendida, pancartera. No cuesta tanto entenderlo, lo que de verdad cuesta es entender el propósito de tanta verborrea de milhombres.
En el pasado se demostró que la desobediencia era una estrategia eficaz. Ahora que somos infinitamente más que los insumisos y el movimiento de desobediencia civil que representaron, es imprescindible plantear cuál es la estrategia de futuro y cómo encaja una herramienta tan poderosa como la desobediencia civil. Pero de verdad. Como hicieron los insumisos en los buenos tiempos del pujolismo, pero con la complicidad de una mayoría social que entonces no existía y que ahora está más cerca. Puede que lo más eficaz sea mientras tanto y al mismo tiempo, como decía el president Torrent, acercar a más gente al independentismo que querer parecer el más independentista de todos los independentistas.