"Sonreíd, porque vamos a ganar". La frase es de Arnaldo Otegi y ya no sé dónde se la oí por primera vez. Pero se la recuerdo, al menos en una ocasión, cuando estaba en la prisión de Logroño, al conocerse la condena a diez años de prisión a Rafa Díez Usabiaga, dirigente del sindicato LAB (hoy segundo sindicado vasco) condenado por el caso Bateragune. Otegi y Usabiaga eran dos de los dirigentes que propugnaban, desde hacía años, un cambio de estrategia de la izquierda abertzale. Desterrar la violencia y emprender "el camino de la paz hacia la independencia".
El caso es que, paradójicamente, los encarcelaron precisamente por esta apuesta política. Tanto por un afán de escarnio y venganza como porque el Estado quería a la izquierda abertzale en la montaña, en el 'cuanto peor mejor', aferrados a maximalismos y a una confrontación que los arrastraba al borde del desastre. De los errores hay que aprender si se quiere avanzar. Las personas, los movimientos, los colectivos, las sociedades que salen adelante fundamentan su éxito precisamente en este aprendizaje y en la cohesión. Arnaldo Otegi y la experiencia que lo envuelve certifican que 'cuanto peor, peor'. Aquí o allí. Antes, ahora y siempre.
Decía Otegi: "Sonreíd, porque vamos a ganar", aunque estaba en la prisión y aunque el Estado los había condenado precisamente por propugnar un cambio que era al mismo tiempo una estrategia de seducción. Lo más fácil habría sido dejarse llevar por la provocación, caer en la trampa y la tentación de volver a las andadas, a una confrontación que lenta pero inexorablemente iba arrinconando a la izquierda abertzale. Querían que tiraran al fuego aquella rama de olivo que exhibían como metáfora de los nuevos tiempos. La madurez de Otegi, y de las compañeras y compañeros que lo acompañaban, le hicieron mantener el nuevo rumbo con convicción. Parece un calco del discurso de Oriol Junqueras. O viceversa. Como hoy en Girona, las intervenciones de Otegi y Junqueras eran dos gotas de agua, ambos con una sonrisa ganadora.
Sólo una persona como Otegi, de su carisma y autoridad, podía liderar un cambio estratégico que permitiera a la izquierda abertzale salir de la ratonera
Arnaldo Otegi tiene un magnetismo singular y es un valor extraordinario en sí mismo. Por su carisma, por su lucidez intelectual y estratégica. Pero también por su honestidad y perseverancia. Militantes de su valía aparecen de vez en cuando. No hay cambio o transformación social sin liderazgos. En ningún lugar. Sólo una persona como él, de su carisma y autoridad, podía liderar un cambio estratégico que permitiera a la izquierda abertzale salir de la ratonera. Las sucesivas huidas adelante habían llevado al independentismo vasco al córner, a uno de los extremos de la sociedad vasca y a un progresivo aislamiento. Rectificar era imprescindible para reanudar el camino.
No fue fácil. Delante tenía una inercia de décadas y otras sensibilidades que insistían en seguir por los mismos derroteros y, para los cuales, el cambio estratégico era poco más que una cobardía o incluso una traición. Se sentían cómodos o acostumbrados a una espiral de acción-reacción, salpicada de consignas épicas que se repetían como un automatismo y que apelaban, un día tras otro, a una lucha tan heroica como frustrante. Salir de este marco que los mantenía cautivos era, para algunos, un anatema y percibido como una rendición. Una retirada a tiempo siempre es una victoria, cantaban Els Pets. Pero hay que tener actitud y coraje para dejarlo estar cuando la noche se tuerce. La inercia lleva a volver a la barra y pedir una más o incluso a enfadarse porque no te la quieren servir.
La de Otegi es una sonrisa seductora, como lo son todas las sonrisas. Pero también es una sonrisa tenaz, atrevida, valerosa y fraterna. Y eso es lo que lo hace ganador. La grosería, el enfado sistemático y la acritud no solo no seducen a nadie, sino que generan una profunda antipatía. Son las señales inequívocas de una derrota. La sonrisa de Otegi, como la de Oriol, es la sonrisa de los que quieren ganar, de los que quieren seguir sumando, de los que quieren una mayoría tan sólida que sea imparable.